HISTORIA de las ideas
La decadencia de Occidente en el espejo de Roma
ROMA
Cualquier problema importante y trascendente que nos inquiete hoy lo comparamos, con razón o sin ella, con otro acontecido en la vieja Roma, que sigue siendo nuestro padre y, sobre todo, nuestra madre
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![La decadencia de Occidente en el espejo de Roma](https://s2.abcstatics.com/abc/www/multimedia/cultura/2024/01/03/roma-Rl644M7T1I1V1b3n3O90lqJ-758x531@abc.jpg)
No adquiere prestigio un acontecimiento histórico presente, si este no se puede comparar con otro acontecido en Grecia pero, sobre todo, en la Roma clásica. Desde el siglo XVI ha sido una norma habitual hacer estos símiles. Y lo llevaron a cabo tanto repúblicas, monarquías ... o imperios, sobre todo, occidentales. Napoleón es uno de los grandes ejemplos. Los EEUU se inspiraron en los modelos de la República Romana, creando su democracia representativa. Y los unionistas italianos de Mazzini expulsaron al Papa Pío IX, porque únicamente podía existir una sola Roma: «Roma era el verbo de la Historia», quien había cosido al mundo con los césares y los papas.
La tercera Roma de Mazzini era la del pueblo que unificaría Italia, bajo los ideales de la libertad y la igualdad. Mussolini , en apenas dos décadas, la conduciría de nuevo a la ruina. Edward Gibbon no se inventó el término «Decadencia de Roma» como nos lo recuerda nuestro contemporáneo Edward J. Watts, fueron en el siglo VI Timoteo Eluro de Alejandría y Procopio de Constantinopla, quienes se refirieron a la pérdida del control romano sobre occidente. Carlomagno y nuestro Carlos I, utilizaron la decadencia y la caída del Imperio Romano oriental para justificar un ataque a Oriente por parte de Occidente.
Lástima que hoy no tengamos ni Cicerones, ni Sénecas, para que nos ayuden en los descarrilamientos
En el siglo XIV, Francesco Petrarca, en una carta, hacía el siguiente comentario: «Roma fue más grande y más grandes de lo que yo pensaba también sus restos. Ya el mundo no está sometido a esta ciudad, pero me asombra que se sometiera tan tarde». En el año 1337 anota su paseo por la Roma antigua y la abandonada por los Papas. Él fue un gran defensor del retorno desde Aviñón.
En el siglo XV, Leonardo Bruni, en su 'Historiae Florentini Populi', afirmaba que la luz de Roma aún iluminaba a la pequeña República. La caída de aquel imperio lo achacaba a que había renunciado a su libertad ofreciéndosela a los emperadores. Y al desaparecer la libertad había desaparecido la virtud. Para Bruni, la República había sido el mejor período, a su caída comenzó lentamente el proceso de descomposición. Y esto lo escribió antes de la caída de Constantinopla en el año 1453. Flavio Biondo sí lo relató conociendo la caída de Bizancio.
![Edward Gibbon, gran maestro de la historiografía romana](https://s1.abcstatics.com/abc/www/multimedia/cultura/2024/01/03/gibbon-U76614153377ovz-624x350@abc.jpg)
Él la resumía, una y otra vez, en la compleja mezcla de los elementos occidentales y orientales. Maquiavelo comparó sucesos antiguos con modernos para que «aquellos que lean lo que escribo puedan ver más fácilmente la utilidad que tiene la comprensión de la historia» (en 'Discorsi sopra la prima deca di Tito Livio'). Montesquieu en 'El espíritu de las leyes', que se relaciona con las 'Consideraciones sobre las causas de la grandeza y la decadencia de los romanos', se acerca a la opinión de Bruni . Al elegir los romanos la monarquía de Augusto y perder las libertades republicanas, Roma se condenó. Salustio, Tácito, Bruni, Biondo, Maquiavelo, Montesquieu, todos ellos coincidieron en esto.
La literatura greco romana siempre regresa a nuestro presente
Gibbon, el gran maestro de la historiografía romana, así también lo manifiesta Watts, catedrático de la Universidad de California, en sus varios tomos, dedicó mucho espacio a hablar de las conexiones entre Roma y el mundo contemporáneo. Para él había sido fundamental la unión entre una clase guerrera y el gobierno de los civiles. Para Gibbon y antes para Dion Casio y Herodiano, a diferencia de los historiadores antes mencionados, la era Antonina había sido el apogeo de Roma.
La decadencia, para el historiador británico, no fue provocada por la pérdida de la libertad republicana, sino por el «triunfo de la barbarie y la religión» durante el tiempo de los emperadores. Gibbon fue extraordinariamente crítico con el cristianismo, él defendía el pasado pagano. El cristianismo inflexible, dogmático, intolerante y uniformador desintegró el imperio. Lo mismo, para Gibbon, le pasó al imperio oriental que fue marchitándose por la mezcla entre el cristianismo ortodoxo y las influencias ajenas. En 'Historia de la decadencia y caída del Imperio Romano', Gibbon explicó que la barbarie y cristianización no tenían nada que ver con la Roma clásica. Estas nuevas presencias habían dado lugar a una Europa medieval, precursora necesaria para el surgimiento de la misma Europa moderna. El último volumen de 'Historia de la decadencia y caída del Imperio Romano', fue publicado un año antes de la Revolución Francesa (1788). De este gran acontecimiento también se sacaron conclusiones semejantes con respecto a Roma.
El cristianismo inflexible, dogmático, y uniformador desintegró el imperio
Edward J. Watts, historiador norteamericano, autor de libros como 'Cómo cayó Roma en la tiranía' o 'La decadencia y caída de Roma', cita un artículo de Hal Drake referido al ocaso de Roma y su utilización en USA desde finales de la década de los sesenta. Cualquier problema relativamente importante y trascendente que nos inquiete hoy lo comparamos, con razón o sin ella, con otro acontecido en la vieja Roma. «Si queremos evitar el destino de Roma, más vale que actuemos», se ha venido escuchando en los EEUU durante las últimas décadas del siglo pasado y estas primeras del XXI. La conocida actriz, Joan Collins, en una entrevista que concedió a la revista 'Playboy' (1984), hablaba contra la cultura libertina de esa década que había provocado el sida de la misma manera que en Roma la sífilis. Afortunadamente los romanos no conocieron esta enfermedad procedente de América.
El actor cinematográfico y luego presidente norteamericano, Ronald Reagan, en un discurso en el Eisenhover College (1969), se refirió al libro de Gibbon sobre Roma afirmando que, después de dos siglos de grandeza norteamericana, el país entraba en su tercera centuria con el inicio de una gran decadencia debido a que «era una época de ricos y pobres ociosos». Él mismo confesó que no había leído a Gibbon y, probablemente, tampoco había escrito la conferencia que estaba dando. Los males eran los siguientes: el sistema del bienestar que mantenía a una gran cantidad de «vagos» subvencionados; la pérdida de la clase media; cada vez mayores impuestos para mantener una excesiva burocracia; la inflación disparada por los gastos de los gobiernos; el alentar a la juventud contra el servicio militar; la feminización de la juventud; también como en Roma «donde se volvió difícil distinguir los sexos» ; así como el surgimiento del pensamiento cínico, hippie, indiferente a los bienes mundanos, contra la sociedad y los valores de la clase media.
La inmigración es otro de los elementos comparativos con la Antigua Roma
Reagan acusaba a los profesores de los rebeldes campus universitarios, de no haberles enseñado a sus alumnos las normas esenciales que configuraron los fundadores del país. La erosión de «nuestro código moral» había conducido a la anarquía. Y ese declive ético, económico, educativo, social y cultural había aflorado en los campus subvencionados por el gobierno en esos años sesenta. Para Reagan los programas sociales, desarrollados por Johnson, destruían los valores y la riqueza de la clase media. Reagan para evitar la caída de los EEUU, a semejanza de la antigua Roma, sugería reducir los impuestos, reducir la burocracia, controlar las universidades, eliminar las prestaciones sociales que transferían la riqueza de la esforzada clase media a los pobres indolentes.
Watts cita otro artículo muy posterior a la conferencia de Reagan, escrito por Phyllis Schlafly (1977), donde culpaba de la caída de Roma «a la madre romana liberada, lo más parecido a las feministas de hoy». Y añadía estos otros motivos: la quiebra a gran escala de la familia y a la mujer con su «emulación antinatural de los rasgos masculinos». El Partido Republicano norteamericano ha seguido en nuestros días por estos mismos derroteros. Incluso Trump ha añadido nuevos excesos. Los datos que utilizan carecen de fundamento histórico y se basan en indicios que nadie puede constatar.
La inmigración es otro de los elementos comparativos con la Antigua Roma que fue invadida por los bárbaros. El nacionalismo y el supremacismo blanco ha crecido y ya no sólo en los EEUU, sino en la propia Europa. Richard Spencer, en el año 2013, imaginaba en Norteamérica un etno estado blanco, racialmente puro. Un hogar para alemanes, eslavos y, curiosamente, también latinos. En el año 1973, la revista 'En sign', publicó un texto del exsecretario de Estado de agricultura y presidente de la Iglesia de Jesucristo de los Santos de los Últimos Días, en donde resumía con una frase la relación de la decadencia de Roma con la de su país: «Una nación puede sembrar las semillas de su propia destrucción como Roma».
En algunas universidades norteamericanas y británicas se han abolido los clásicos
Hoy la actualidad de la antigua Roma regresa también a través de dos conflictos que ella mantuvo en su tiempo. La guerra de Ucrania y la permanente ebullición de Palestina. La defensa de las fronteras en el este para frenar a los bárbaros que, finalmente, invadieron toda Europa y arrasaron Roma; y las desavenencias irreductibles con el pueblo judío. Esto último ha variado mucho.
Roma, es decir Europa, es hoy aliado del único país democrático de la zona que vuelve a estar en peligro por el fanatismo islamista exportado desde Irán. La antigua Roma, durante tantas y tantas centurias, ha sido y sigue siendo nuestro espejo. Nos advierte de los buenos caminos a seguir, basándose en su experiencia; pero también nos remarca las caídas en los pozos negros de la historia. La literatura greco romana, en sus diferentes géneros, siempre regresa a nuestro presente. Lo que denominamos como literatura clásica, es decir, la original, inmortal, creadora de mitos y asuntos fundamentales del existir.
Uso de la violencia
En nuestra vida siguen estando muy presentes los clásicos, aunque como escribió Bertrand Russell, «un clásico es un autor que todo el mundo conoce sin haberlo leído». Cicerón, de entre una multitud de grandes nombre, sigue siendo el más citado, sobre todo en los asuntos de carácter político. Escribió, por ejemplo, «nada menos cívico y humano que el uso de la violencia en los asuntos públicos». Y ya vemos cómo van las cosas. Las leyes lo debían regir todo, pero cuando no se cumplen. Los acontecimientos tan graves que están sucediendo en el planeta, nos llevan al siglo II a.C. cuando Polibio afirmó que el valor de un hombre se medía por su capacidad para soportar cambios de fortuna. En medio de una mutación gigantesca de la civilización nos encontramos y, sin embargo, no acabamos de ver a quienes tengan la capacidad de conducirnos por esta Anábasis. Anthony Guiddens escribió, «la fuente del peligro no es la ignorancia, sino el conocimiento». Y hoy más que nunca con la inteligencia artificial, los algoritmos o la robótica.
Cicerón, de entre una multitud de grandes nombres, sigue siendo el más citado
Pero a Roma también le ha llegado la «Cultura de la Cancelación». En algunas universidades norteamericanas y británicas se han abolido los clásicos latinos por representar la «supremacía blanca» En la Universidad de Pricenton se postergó la enseñanza del latín y el griego por ser «demasiado difíciles para los alumnos negros». Mientras que la Universidad de Howard desmanteló su departamento de Estudios Clásicos por ser una propiedad exclusiva de los blancos. Espero que a estas alturas, estas y otras universidades tan prestigiosas hayan rectificado. En el fondo hicieron así propios los tradicionales prejuicios supremacistas blancos sobre qué educación deben recibir las personas negras o de cualquier otra raza.
Roma sigue siendo nuestro padre y, sobre todo, nuestra madre. Ningún acto tiene prestigio, favorable o no, si no se le puede comparar con algún acontecimiento de aquellos inmensos tiempos. Lástima que hoy no tengamos ni Cicerones, ni Sénecas, ni Virgilios, ni Marco Aurelios, para que nos ayuden en los descarrilamientos políticos y sociales. Hoy todos son Silas y Catilinas.
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