Más que palabras
Pujanza del sector editorial español
Con Manuel González Moreno se puede hablar de lo que ha cambiado el sector editorial español, que es mucho, en los últimos cincuenta años
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Empezó a amar a los libros con ocho años, viendo leer a su padre, que se vino con la familia desde Linares hasta Madrid para trabajar como tornero en la Barreiros. Y los terminó amando de verdad gracias a la bibliotecaria de la Ronda de ... Toledo, de la que estaba profundamente enamorado. Con 15 años, cuando su padre enfermó, entró a trabajar como botones en Anaya, haciendo recadillos para el director general, y ahí pasó su vida laboral entera, hasta ocupar, durante veinte años, el cargo de director de Tecnos, y entre 2017 y 2021, el de responsable de toda el área universitaria y profesional del grupo (Cátedra, Tecnos y Ediciones Pirámide), al que ahora representa como presidente de la Asociación de Editores de Madrid y vicepresidente de la Federación de Gremios de Editores de España.
Algo sabe de libros Manuel González Moreno (Linares, 1955). Aunque también supo, y mucho, de tebeos, que fueron, desde el Capitán Trueno y el Jabato hasta las aventuras de Astérix o Tintín, su primera propiedad bibliográfica. Un gusto por la ilustración que le valió para que en Anaya le pasaran enseguida de recadero a buscador de imágenes para los libros de texto, eso que ahora se llama editor gráfico.
Manuel fue un niño de La Salle que aprendió a conocer el alma humana leyendo a Dostoievski
Antes de todo eso, Manuel fue un niño de La Salle que aprendió a conocer el alma humana leyendo a Dostoievski en 'Los hermanos Karamazov', y un joven que trató de comprender un poco mejor el mundo y a su propio país (difícil empeño) estudiando Geografía e Historia, después de sacarse el bachillerato nocturno mientras trabajaba. Sin salir de la editorial, y hasta que le nombraron director de Tecnos, siguió profundizando en el oficio («la profesión —dice— solo se conoce a través del oficio») con las guías de viajes de Touring, los cien volúmenes de la Biblioteca Iberoamericana o la que fue quizás la última gran enciclopedia en papel de nuestra historia, la de Anaya de los noventa.
La profundidad en el conocimiento del oficio, y los años de experiencia, hoy le permiten ser una referencia en la profesión. Una profesión, dice, que vive un momento de crecimiento sostenido desde hace por lo menos cinco años. Ya los datos de 2020, el año en que las librerías fueron catalogadas como establecimientos de primera necesidad en pleno desastre de la pandemia, las cifras de ventas se llevaron por delante todas las previsiones. Desde entonces, casi un cinco por ciento anual de crecimiento en facturación, pero también un aumento constante del número de lectores, hasta alcanzar ese 68% de la población con el que empezamos a pensar que somos un país europeo.
No sé si como lectores, pero desde luego que como editores de libros sí que lo somos: con nuestros 85.000 libros al año (60.000 en papel y 25.000 en digital), la tercera potencia del mundo, después de China e India. Otra cosa son las tiradas, que en Estados Unidos pueden estar en una media de 10.000 o 12.000 ejemplares por título y aquí apenas alcanzamos los 3.500.
Incluyendo los libros de texto, que sin ellos estaríamos notoriamente por debajo de los 2.000. Aunque sean pocos los que lo tienen en cuenta, los 7.000 millones de euros de facturación de cada año suponen aproximadamente un 2 por ciento del producto interior bruto de España. Habría que tenerlo en cuenta.
Presencia de las mujeres
Con Manuel González Moreno se puede hablar de lo que ha cambiado el sector editorial español, que es mucho, en los últimos cincuenta años. Pero también del aceleramiento profundo de los últimos diez. Siguiendo las palabras de su paisano de Úbeda, Antonio Muñoz Molina, padrino junto a Irene Vallejo de la Feria del Libro de Frankfurt de 2022, el presidente de los editores madrileños piensa que más que de una evolución casi deberíamos hablar de una revolución. En la cantidad, en la calidad y, de manera muy especial, en el fenómeno de la presencia de las mujeres, sobre todo en la narrativa. Algo que por fin ha empezado a poner en consonancia el porcentaje de escritoras con el de lectoras que, año sí, año también, cuentan siempre con 13 ó 14 puntos de ventaja sobre los lectores.
¿Que si este aumento espectacular de la facturación y de la cantidad de libros y de lectores se corresponde además con un aumento de calidad de los textos literarios? Eso ya es otra cuestión. Y doctores tiene la Iglesia. Primero, porque lo de calidad o no calidad de un texto es siempre una cuestión subjetiva. Y segundo, porque en un mercado libre y democrático lo que se lee no es más que el reflejo de lo que se es, es decir, de lo que somos. A veces, dice, sobre todo en las dictaduras, es fácil confundir el control de calidad con el control de lo que se escribe y de lo que se lee. Y que cada uno saque sus conclusiones.
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