Más que palabras
Claudia Casanova, el editor como ser omnívoro
Fundó en 2010, al lado de Juan Eloi Roca, su propia editorial, Ático de los Libros, a la que enseguida seguiría Principal de los Libros
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Ni Verne ni Salgari ni Stevenson. El primero que hizo despertar en ella una irrenunciable vocación literaria fue Michael Ende, con 'La historia interminable'. Los libros ilustrados de entonces, frente a la televisión en blanco y negro, aparecían como una verdadera ventana al color ... y a la fantasía. Y aquella edición del Círculo de Lectores, cumplía con todas las indicaciones (las tintas, los dibujos, la magia) del texto original. El concepto del libro como algo tan deslumbrante en continente como en contenido. Así es que Claudia Casanova (Barcelona, 1974), antes que editora o traductora, lo que quiso es ser escritora. Y empezó a escribir cuentos desde los doce años. Aunque a la hora de ir a la Universidad -quien bien te quiere te hará llorar- en su familia le orientaron mejor por hacer «algo útil». Y mientras estudiaba Económicas terminó dos novelas. En 2006, con 32 años, publicó 'La dama y el león', ambientada en la Francia medieval, y tres años más tarde, 'La tierra de Dios', esta vez centrada en la España de los judíos, los moros y los cristianos. Su tercera novela, 'La perla negra', apareció en 2018, para reflejar las luces y las sombras de la ciudad de Narbona en el siglo XII.
Una fascinación absoluta por lo medieval, sí. Y además, siendo sinceros, también un «hueco» claro en el ensayo histórico, que no tiene en el mercado español la misma presencia que en el inglés, el francés o el italiano. Las leyendas artúricas, los brillos de aquel tiempo cuya devoción la ha llevado a ser miembro de la American Historial Association. Y el esfuerzo por superar esa mirada «displicente» que comúnmente tenemos sobre el medievo. En la Edad Media, dice, hubo varios movimientos «renacentistas». Uno de los más deslumbrantes fue el que surgió precisamente en el siglo XII, ése que reclamó el maestro Charles Homer Haskins en su obra más célebre.
Por amor e ilusión
Andando en estas cosas fue como Claudia Casanovas descubrió que el oficio de economista podría ser «inapto» para ella. Pero no así los números. Esos números que le dieron una base esencial para acercarse con solvencia al mundo de la edición. En su caso, además, completando perfiles con los estudios de Traducción e Interpretación. En cualquier caso, la certeza de que el motivo principal para editar un libro nunca puede ser una razón económica. Se edita primero por amor y por ilusión. Y después hay que hacer que cuadren las cuentas. Eso fue, por ejemplo, lo que le ocurrió con el que considera uno de sus éxitos editoriales más personales: la publicación de los 'Grandes manuscritos medievales' de Christopher de Hamel, de la Biblioteca Parker, de la Universidad de Cambridge. Una obra que exigía una edición cara y cuidada, capaz de reproducir con exactitud los maravillosos manuscritos del bibliotecario. Valió la pena. La belleza del trabajo del editor, dice, es la satisfacción de publicar libros que merecen ser editados. Los editores, añade, a veces son como pavos reales, que adornan su cola con las maravillosas plumas de los escritores.
Traduciendo y leyendo manuscritos, sin duda menos pomposos pero acaso igual de interesantes que los de Parker, es como comenzó precisamente su trabajo como editora. Paidós, Vintage Español, Simon & Schuster, Península, Seix Barral, Minotauro, Planeta, Círculo de Lectores, Tusquets, Alba. Hasta que en 2010 fundó, al lado de Juan Eloi Roca, su propia editorial, Ático de los Libros, a la que enseguida seguiría Principal de los Libros. La primera, para textos más sesudos, clásicos y contemporáneos extranjeros. La segunda, buscando ficción o destellos de nuevo periodismo de cara al gran público, con series como 'The Wire', de David Simon.
El papel como referente
De todo un poco, porque los editores, como los lectores, son «seres omnívoros». Omnívoros, aunque preferentemente devoradores de libros de papel. Ese papel cuya desaparición llevan más de veinte años anunciando los agoreros. Hay que aceptar, dice, que el 'e-book' es un canal de venta que puede ser útil para muchos lectores, pero el papel sigue siendo «la referencia». El soporte que mejor queda en la memoria de los que leen. En su última novela, salió por un momento de la Edad Media para fijarse en otro espacio temporal fascinante: el siglo XIX español. Un lugar: Teruel. Un nombre de mujer: Blanca Catalán de Ocón. Y otro de flor: la saxífraga blanca, a la que canta un verso de Ida Vitale. La fórmula magistral de su última novela: 'Historia de una flor'. La última o la penúltima. O la antepenúltima. Según gane la carrera una de las dos que tiene entre las manos. Una «marcada por la vida», de carácter contemporáneo. Y otra… buscando luces de nuevo por la Edad Media. Editar, siempre que se pueda. Y escribir, dice, mientras sea divertido hacerlo. Más que palabras.
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