UNA MIRADA ACADÉMICA
Caligrafía
opinión
En un gestión observé que la persona que me tomaba los datos con gran agilidad en el ordenador, al anotar algo a mano hacía unos garabatos incomprensibles
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El otro día tuve que hacer una gestión burocrática y me sorprendió mucho observar que la persona que me tomaba los datos con gran agilidad en el ordenador, cuando debía anotar algo a mano hacía unos garabatos incomprensibles. No se trataba de mala letra porque ... no se reconocían letras de ningún tipo. Tampoco parecía árabe, ni chino, ni cirílico, ni taquigrafía. Después de darle vueltas, he llegado a la conclusión de que le costaba escribir a mano. Sabía escribir, desde luego, pero las vocales y consonantes permanecían pinchadas en el teclado como mariposas en un corcho.
Se pensará que las letras, letras son y que lo importante es que cobren vida de la manera que sea, aporreándolas o dibujándolas. Se pensará, y con toda razón, que, para los que usaron durante milenios tablillas de arcilla y estiletes de cáñamo, considerarían el papel y el bolígrafo demasiado ligeros, frívolos e inconsistentes, puesto que podrían arder y volar con un soplo de aire, mientras que el barro poseía un peso específico que traspasaba hasta una simple lista de la compra. Incluso al ablandarlo de nuevo permanecería latente un resto de pensamiento e ideas. Por supuesto no vamos a volver a la arcilla, no habría barro para todos.
Con el progreso siempre pensamos en lo que ganamos, pero no en lo que se pierde
Los avances son demoledores porque vuelve caduco el pasado en cuestión de segundos y queda reservado para la historia, anticuarios y coleccionistas. Y con el progreso siempre pensamos en lo que ganamos, pero no en lo que se pierde, cuando la pérdida, lo que se queda atrás, encierra el oráculo cumplido. La máquina de escribir ya amenazaba la caligrafía sin llegar a desbancarla.
Cuando salía del frío ambiente de las oficinas y escritos formales, la encontrábamos en las mesas de los novelistas expidiendo el misterioso ruido de la creación entre tachaduras y erratas. Y ni aun así no solía salir del rodillo una carta de amor. El amor siempre ha preferido un poco de tinta y la sensación de que todas esas palabras y sentimientos han pasado por el calor de una mano, expuesta a poder decepcionar.
La caligrafía tiene algo de desnudez y de intimidad, en sus trazos se escapan rasgos del carácter, titubeos, seguridad, atildamiento o dejadez, y, como tampoco interviene el corrector ortográfico, se revela el afán por deslumbrar con la ortografía o lo contrario. También se desliza la frescura o la gracia o la impostura. El dirigirse a alguien a mano supone un cierto rasgo de generosidad, de esfuerzo y de exposición.
Todo esto sin tener en cuenta los beneficios neurológicos que proporciona que, por lo visto, son bastantes: concentración, reflexión, creatividad, paciencia y recreación en la personalidad. Los japoneses elevaron la caligrafía a la categoría de arte, todo un monumento a la habilidad humana para manejar el pensamiento con un pincel, un lápiz, un estilete. Por eso hay textos que parecen escritos a mano y otros que parecen escritos con Excel. Sin menoscabo para ninguna modalidad porque el reto nos hace avanzar, o eso se supone.
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