PANTALLAS
A la búsqueda del estilo, ese lugar solitario
Cine
Homenaje a dos cineastas solos en el ruedo, Albert Serra y Jaime Rosales, que coinciden, cada uno a su modo, en salas
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No es fácil definir lo que es el estilo, ni siquiera localizarlo en uno mismo o en los demás; lo más parecido a una definición es esa frase tan redicha y que la han repetido millas de grandes personajes como si fuera suya: ‘el estilo ... es decir quién eres sin necesidad de hablar’. Y sí, parece una explicación razonable hasta que cae en la cuenta de que es imposible que todos los mudos del mundo tengan un estilo propio.
Podría cambiarse ese ‘sin necesidad de hablar’ por algo más prosaico, como por ejemplo, ‘sin necesidad de irlo pregonando’. Y así valdría de no saber, como sabemos, que algunas máximas figuras del arte, el conocimiento, la ciencia o el mundanal ruido no han parado de pregonar su incuestionable personalidad incluso hasta niveles poco elegantes, y no por ello dejan de tener un estilo inconfundible en lo suyo.
En cine, tener estilo no es algo poco común, pues hay decenas de cineastas con un modo de hacer propio e inconfundible, lo cual no quiere decir tampoco gran cosa, pues entre ellos podemos encontrar a genios del séptimo arte, como Chaplin, Dreyer, Orson Welles, Fritz Lang, Ozu… que, con apenas unos planos se delatan: son ellos y no pueden ser otro.
Pero, también los hay que delatan su estilo en un solo plano sin que ello signifique excelencia alguna: lamentablemente son ellos, sí, y ese es su estilo y su cine, y por no mentirla daremos el ejemplo del que está considerado como el peor director de cine de la historia, Ed Wood, de quien Tim Burton hizo una película tan estimable que hasta daban ganas de ver la obra entera de Ed Wood. Y por otra parte está eso que se llama ‘estilo invisible’, tan complejo, tan valioso, tan extraordinario que solo lo ha alcanzado algún clásico como John Ford o Howard Hawks. O sea, que se puede tener estilo del bueno, estilo del malo y estilo con clase, que está tan por encima de la línea del horizonte que hay que elevarse mucho para verlo.
No habría que aclararlo, pero mejor será hacerlo: tener estilo no significa gustar
Aquí, en nuestro cine, en su historia, hay varios directores que han conseguido ser únicos y hacer cine de un modo inequívoco, es decir, que uno entre en la sala con los ojos vendados y al destapárselos sabe que es una película de Buñuel, o de Berlanga, o de Erice (ha hecho pocas, lástima, y no tiene reconocimiento al instante), o de Garci… También son reconocibles, por estar muy conectados a una época concreta, Carlos Saura, Pedro Almodóvar, Álex de la Iglesia… Pero estilo, estilo, es el inesperado revés de Buñuel, el caramelo de Berlanga o la envoltura sentimental y nostálgica de Garci.
Con rúbrica
Un largo preámbulo para hablar de la coincidencia ahora de dos directores con estilo, Albert Serra y Jaime Rosales, que coinciden con la película de estreno en los cines, ‘Tardes de soledad’ y ‘Morlaix’. También podría incorporarse en este nuevo cine con estilo el de Rodrigo Cortés, el de Paula Ortiz, Rodrigo Sorogoyen, Pablo Berger, Pilar Palomero, Jonás Trueba, Isaki Lacuesta o el ‘borrado’ Carlos Vermut. Directores con sello, con rúbrica, que no es exactamente lo mismo que el estilo, pero sí es un ingrediente imprescindible para tenerlo.
No habría que aclararlo, pero mejor será hacerlo: tener estilo no significa gustar. A uno puede no gustarle cualquiera de todos estos directores mencionados, por la causa que sea (¿será por causas?), y reconocer sin embargo que tiene mucho más estilo que otros a los que prefiere y disfruta más con ellos. Personalmente, no me considero muy cercano al cine de Albert Serra, pero sería absurdo no reconocerle su excepcionalidad, de su manera natural y sin aparente esfuerzo de no parecerse a ningún otro.
En sus ‘Tardes de soledad’ ha hecho una película sobre un torero y unos cuantos toros para comprender la gran verdad de la tauromaquia, la única incontestable: la lucha de ambos por no morir en el ruedo. Un hombre con un trapo, habilidad y valor, y un toro bravo con 600 kilos, cornamenta y una acometida irritada, violenta, imparable.
Unos querrían ver arte, dibujo, poesía; otros querrían ver salvajada, crueldad, incultura. Pero, Albert Serra, único, muestra lo que ningún espectador había visto (ni en la plaza ni en el cine, allí mismo, en el lugar de los hechos), el ahínco, el arrojo, el fragor y los apuros, el empuje hacia el otro, el desprecio al dolor con tal de salir de allí victorioso, ni siquiera vivo. Una obra en la que hay sangre suficiente para considerarla brutal, y también sangre suficiente para descifrar la cúspide y misterio del sacrificio. Estilo.
En otro idioma
Jaime Rosales busca que su cine se exprese en otro idioma y mediante otras normas lingüísticas que no están en el estándar cinematográfico. Tiene sus propias reglas para narrar y otros utensilios para comunicarse con las profundidades del espectador. ‘Morlaix’ habla en ese idioma y propone sus propias normas, que no son fáciles de entender pero sí de sentir. En cierto modo, Rosales también nos abre en ‘Morlaix’ a la gran verdad, como Serra en la tauromaquia, pero en algo aún más indescifrable y a veces violenta y poética, la vida. Tiempos, edades, ficciones, colores, grisuras, sentimientos, fugacidad, eternidad. Estilo.
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