Álvaro Pombo: «Esto es Occidente, un mundo de individualismo y confrontación»
A estas alturas, la vida (II)
A sus 83 años, el escritor ha publicado 'Santander, 1936' una novela sobre su familia en la Guerra Civil y que habilita para conversar sobre el zen, su paso por UPyD durante el 15M o su reciente experiencia cercana a la muerte. Con él continuamos una serie de entrevistas a los clásicos de nuestra cultura
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La mejor foto de la casa es la de su gato Michi y la de la Sterlizia Augusta, instruye Álvaro Pombo recostado en un sillón de su despacho con 'cigar' en el labial. Ha perdido mucha movilidad en los últimos tiempos (va con muletas) ... pero mantiene la cabeza alta de ideas y ternura. De hecho, a sus 83, acaba de publicar novela, 'Santander, 1936', en la que el escritor nacido solo tres años después en aquel mutado lugar reconstruye ficticiamente una historia familiar y de interior, almas dignas y sensibles, en el ambiente de pre Guerra Civil en la capital cántabra. Para esta entrevista, nuestra cámara de vídeo, Irene Yagüe, se situó al lado de la librería, con los Kafkas, Sloterdijks o Lorcas, pero camuflada entre la exótica planta originaria de África que adorna la estancia, la Sterlizia Augusta, como una cazadora en la selva…
-Habría que titular 'En la jungla con Álvaro Pombo'.
-Es buena imagen, la imagen de la jungla aunque naturalmente no es una jungla. Pero todos tenemos una jungla interior que hay que controlar sea como sea.
-Eso es estudiar el zen, ¿no?
-Estudiar el zen y leer a Henry James, creo que ambas cosas son excelentes. A mí el zen no es que me cueste trabajo, me parece muy interesante lo que dicen teóricamente. Lo que pasa es que soy muy occidental. Y me impaciento un poco. Para ser paciente tengo que hacer un esfuerzo. Paciencia es todo, decía Rilke, porque si quieres mirar una cosa, un paisaje, un gato, un perro o un niño, si quieres verlo y decir algo tienes que fijarte y verle llorar, tienes que hartarte de verle llorar y berrear. Estuve incluso con Ramiro.
-¿Con Ramiro Calle, el pionero del yoga en España?
-Ramiro es un número 1. Tuvo una infección bañándose en Sri Lanka, estuvo al borde de la muerte. Pasé dos años con ellos, haciendo, digamos, el zen. Y la verdad es que es muy bueno. Porque hay una riqueza oriental que nosotros no hemos aprovechado. Nos han comido las tecnologías racionalistas quizás un poco. Ramiro cogió aquella infección, le desahuciaron. Yo he estado desahuciado también, cuando me caí, porque tuve una perforación de estómago. Si no llega a venir Aurelia, que es la chica rumana que me atiende… Me quedé muerto ahí. Porque es una perforación de estómago y... ¡bamba! Fue hace dos años. He tenido una época de hospitalizaciones y operaciones de estómago, y tengo dos prótesis en las rodillas. Me ha fastidiado lo de la cadera. Por la movilidad, sencillamente. Creía que no lo contaba. Y fue una ruptura de cadera pero no una caída. Desgaste natural. Fue 'bup', el cansancio de los metales.
-Hasta los metales se cansan.
-Es muy bonito, se llama así. 'Ya está bien', dice el puente. Los únicos puentes que no tenían cansancio de los metales eran los romanos. Ahí tienes el puente de Segovia, por decir un ejemplo señero, pero hay miles en España. Claro, son de piedra. Son imperiales de verdad.
-Pombo, 1939, publica 'Santander, 1936'...
-No conocí a los protagonistas, mi abuelo paterno y mi tío paterno, que era falangista de primera línea. Falange santanderina, una Falange casi clandestina en Santander en aquel momento. Y, para colmo de males, era un señorito del muelle. Tanto la figura de mi abuelo como la de mi tío estaban en la sala de estar de casa, sus fotos. Acabó en la cripta de San Andrés, y cuando tenía 10 años iba a rezar un padre nuestro de vez en cuando por él. Tenía un punto romántico porque quiso quedarse en Santander. Te podías haber ido a París como la abuela… Pero si te quedabas, dabas la cara. Y te matan. A él, por este lado, y a los otros, por el otro lado. Aquí cuento lo que le hicieron a Malumbres los falangistas. Era un periodista feroz. Pero había que ser un periodista feroz.
-Equipara a su familia con los Buddenbrook, de Thomas Mann, y su decadencia.
-'Mutatis mutandis', quiero decir. En primer lugar porque el autor, el narrador de 'Los Buddenbrook' es Thomas Mann. Yo no soy Thomas Mann. Lo que sí es cierto es que hay un paralelo en el sentido de que es burguesía acomodada y emprendedora. El patriarca de los Pombo, el tatarabuelo mío, se le ocurrió no solamente trabajar el campo, sino llevar harina en barcos a Cuba y a Venezuela. E hizo una fortuna. Es una familia que se enriqueció un poco como los Buddenbrook. Durante tres generaciones. La tercera, los que se gastaron el dinero.
-El decorado de la novela es la antesala de la Guerra Civil, el asesinato de los presos en el barco Alfonso Pérez, el conflicto entre señoritos y clase obrera... «En Santander no pasa nada, papá». Qué bueno que no pase nada a veces.
-Qué buena es la rutina y la cotidianeidad. Qué bueno es comer bien y pasearte por el muelle. Pero claro, es bueno, pero no era lo que había. Había un desnivel social muy fuerte en España, no solo en Santander. Un desnivel que había que cerrar de algún modo. Y que cerró la guerra, o lo abrió más aún.
-Cita a Azaña: «Los españoles bajo la desidia, la pereza, el desdén, en ellos dormita la iracundia despótica». ¿Hemos cambiado?
-A veces pienso que no tanto. Hay una iracundia que no se canaliza. Hay una especie de falta de engranaje entre la acción política y las necesidades de la gente. En este momento estamos comprando las naranjas y los plátanos y el filete a unos precios imposibles. Y la gente no sabe qué hacer. Es una situación dura. No estoy culpando a Sánchez ni a nadie, pero sí es una situación inestable en ese momento. Afortunadamente, tenemos un jefe de Estado, el Rey, Don Felipe y Doña Leticia, que son lo opuesto de lo que fue el Rey Alfonso XIII. Me parece que su labor es neutra y, sin embargo, muy eficaz. Porque si es realmente una figura simbólica, y la monarquía lo es, tiene que servir de contrapeso, tiene que conocer a la gente que tiene alrededor, políticos, tiene que aconsejar y tiene que tranquilizar. Y a la vez que no nos durmamos. Es una especie de pereza secular que a Azaña le horrorizaba. Pero vamos, lo que veían todos, la Falange también, es un pueblo agotado.
- Apunta que José Antonio Primo de Rivera veía una oportunidad en Azaña y le pidió que ensanchara su base nacional y se apartara de marxistas y separatistas. ¿Ahí hay una analogía a propósito del actual Gobierno?
Sí, pero yo no lo sé tratar. Sé lo que sabemos todos. Pero no sé el detalle. No estoy en detalle realmente. Es cierto que Cataluña ha pasado de ser un sitio... A Barcelona ha sido un sitio donde yo iba con frecuencia hace 15 años. Era un sitio encantador. Ha pasado a ser un sitio complicado.
-Escribe que «una cierta doblez en el alma, en el fondo, no es más que una capacidad intelectual y reflexiva». ¿Está salvando el culete a sus compañeros de la época política?
-Cierta doblez en el alma, pero necesitas mano izquierda. Jean Paul Sartre lo llamó las manos sucias. Si entras en política, de alguna manera, entras en compromisos que te sobrepasan. Es el caso que revela Sartre. Entonces, necesitas una cierta doblez para entender tu izquierda. La frase evangélica que tu mano derecha no sepa lo que hace la mano izquierda... Es la cosa más complicada del mundo porque siempre lo sabe. Se puede llamar doblez porque todo lo que hay en la izquierda lo tenemos nosotros en el corazón.No es como si fuéramos limpiamente nacionales o limpiamente izquierdosos. Somos una mezcla, somos híbridos. Uno tiene la sensación, cuando oyes estos crímenes espantosos recientes como el de Algeciras, que necesitaríamos un Dostoyevsky. Que era cristiano, claro, ortodoxo. La frase famosa de 'Los Karamazov:' 'Si no hay Dios, todo está permitido'. El de Algeciras, por ejemplo. Es inhumano... pero no es inhumano. No es inhumano porque la violencia es lo más humano que hay. Y tenemos todos que tener el control de la violencia. Como el control de la depresión o del desánimo.

-¿Cómo recuerda aquellos años en UPyD?
-Me metí ahí porque vi a Fernando Savater, Félix de Azúa y todos esos. Y me pareció que, bueno, que ya estaba bien de estar en mi casa escribiendo y podía echar una mano. Y lo hice durante dos años. Di vueltas por España echando discursos. Me acuerdo que uno de los últimos que yo eché era... Habíamos puesto un tenderete en el Palacio Real y oíamos cómo se formaba en la Puerta del Sol Podemos. El 15M. Que luego se aguó totalmente. Ese movimiento fracasó, como el que tenemos hoy. El asalto a los cielos y todo eso era retórica. Luego resulta que era el asalto a un puesto político. Bueno, está bien, la gente que tiene vocación política quiere ser ministro de Hacienda o de yo qué sé.
-No convivió con Vox.
-Hay que pensar que proceden del PP. Es decir, su jefe, Abascal, es un hombre del PP radicalizado. Estuvo 15 años en el PP, eso es mucho tiempo. Vox tiene una cosa complicada, por ejemplo, con la gente que nos viene a España. No caben, no tienen empleo, son responsables de todo lo que pasa. Pues no. Yo he visto chicos como castillos en la plaza de España con una maletita en espera de que pase algo, de que les den un empleo. Vox ahí se equivoca.
-Usted no daba mítines, conversaba, decía. ¿Lo disfrutó?
-No era verdad del todo. Y terminé muy cansado, no de UPyD, sino de, quizá, mi ineficacia en todo aquello. Yo no tenía ambiciones de ser senador o esas cosas que la gente quiere. Y el tirón literario ya era muy fuerte. Quería escribir el tiempo de vida que me quedara unos cuantos libros a ser posible mejor que los anteriores. Una conversación es lo que estamos teniendo aquí. ¿Cree que esto es una conversación política? Aquello era una ilusión de que hablando se entiende la gente. Hablando no se entiende la gente, hablando se enfada la gente. Es así, salvo que tengas una especie de ánimo santo, de que seas Gandhi, que tengas una voluntad de reducción del yo al mínimo. Esas cosas se hacen en el zen. Pero esto es Occidente. Un mundo de individualismo y de confrontación.
-Gusta a gente joven. En las redes sociales algunos recomiendan sus libros.
Es la generación de los 30-35, los que habéis pasado el sarampión del 'aquí estoy yo por mis cojones' o esa clase de bobadas... que tienen tiempo y ganas de sentarse y hablar. Y eso a mí me parece que hoy en día con las prisas, con la rapidez de las comunicaciones, con la aparente información que tienen los móviles, que proporcionan información instantánea sobre casi cualquier cosa... Te creas Suárez y ¡bum!, tienes todo Suárez. ¿Tienes todo Suárez de verdad? No lo sé. Tienes un espejo intragable. Entonces, ¿cómo formas tus opiniones?
-En Google ahora si se pone Pombo no sale usted, sale María Pombo. ¿Son familia?
Sí, es una Pombo de ley. Somos familia, pero no sé en qué grado, porque los Pombo para identificar... Los Pombo fueron una familia muy prolífica. Hay muchísimos Pombo. Depende del segundo apellido. Y el de María se me ha olvidado. Depende de que sean Pombos de Valladolid, Pombos de Madrid… Bueno, y todos seremos olvidados. Acuérdate de un personaje que hacía unas novelas muy divertidas, que se llamaba Pombo, el 'Hospital General' y todas esas. María Pombo ha ocupado todos los espacios. Es muy guapa además. Es una chica muy muy guapa. No la he tratado. Pero vamos, es pariente mío seguro. Seguro.
-Si le recomienda un libro suyo arrasa en ventas.
No creo que haya leído ningún libro mío. Se lo voy a recomendar. Si tú sabes su dirección, me la das y le mando un libro. Pero hay que dejar que vaya sucediendo. Nos encontraremos. Yo estoy en casa. Hago algunas cosas con vosotros pero, después, estoy tranquilo en casa.
-Con su impaciencia, ¿cómo lleva la poca movilidad?
-Hago un esfuerzo tremendo por estar equilibrado. Un esfuerzo positivo. Sé que soy impaciente, pero tengo muchísima paciencia, aguanto lo que sea. Es una máxima estoica, el resistir. Y para resistir tienes que entender lo que pasa alrededor y entender a la gente.
-A mucha gente Dios le ayuda a resistir. Sin embargo, el peso de Dios que describe en su novela es seguramente mayor que el de Dios en la sociedad española actual.
-Sí, lo creo. Y eso hace que yo esté anticuado, supongo. No lo sé. Soy una persona religiosa y he escrito un libro recientemente sobre un asalto a la idea de Dios... suelo encantar a gente del Opus, por ejemplo, o a gente que conozco del Opus. Ahí estamos en la hegemonía católica de los años 20, que fue un inconveniente. Era mejor la persecución. Cuando matan al tío Álvaro en el barco, estaba lleno de curas. Estaban ahí por curas, no por falangistas. Después todo se devaluó un poco con la paz.
-¿Cree que se habla de Dios de manera incorrecta?
-Sí. En primer lugar, hay que hablar con las obras. Cualquier asceta te diría que tienes que hacer un camino. No puedes ser a la vez teólogo y sinvergüenza. Hay que pensar en lo de San Juan de la Cruz: «Ya por aquí no hay camino, porque para el justo no hay ley». Y cuando llegas a ser el justo, no sabes que ya eres el justo. Pues si lo sabes, te envaneces. A mí me parece que, si se quita la perspectiva teológica, se pierde una cantidad de claves para entender el mundo. No estoy hablando de si Dios creó el mundo, no estoy discutiendo eso. También para entender el corazón humano. Hay un lado muy astético, muy serio, muy limpio en la ascética cristiana. Que hay que aprovechar si se puede. Lo que pasa es que es una complicación. Por ejemplo, vemos a la reina de Inglaterra, Isabel II, en la serie esta de 'The Crown'. Vemos que era una devota a su manera. Del credo anglicano. Pero los demás no. El príncipe Carlos, el duque de Edimburgo… La devoción española ha sido muy folclórica siempre. Quiero decir, a mí a veces me cuesta entender, por ejemplo, la devoción cristiana de los andaluces. De las procesiones y todo eso. Me cuesta. Vengo del norte, soy muy castellano. De Santander y Castilla. Esas formas más ascéticas las entiendo mejor.
-Estuvo técnicamente muerto.
-Sí, y no te enteras. La muerte no es tan terrible, la muerte es personal. Unamuno siempre temía la muerte del yo, pero yo no veo eso. Pero es cierto que la enfermedad es terrible. Es el deterioro que vas viendo que te come, que te vuelve inútil, que te vuelve dependiente.
-¿Hay algún tipo de aprendizaje de aquello?
-No, el cambio mental es únicamente que 'in media vita in morte sumus'. Eso no es un cambio mental. En mitad de la vida estamos en la muerte. Somos seres para la muerte, sin duda. Esa es la posición de Heidegger. Pero, sin embargo, tenemos que ser seres para la vida, porque, si no, entramos, yo creo, en una espiral de dificultades. Tienes que de algún modo sentirte animoso. No puedes mandarlo todo al carajo. Tienes que compadecer a la gente que te está ayudando, porque los enfermos son espantosos. Y los enfermos, se lo digo por mí, somos espantosos, te cansas, te aburres, te tienes que cambiar de posición, la almohada molesta, eso por decir solo lo superficial. La soledad molesta porque quieres tener a alguien, pero la gente tiene cosas que hacer. Y además, si la tienes pendiente, la das voces.
-Y hay una dignidad en cómo afrontamos las cosas.
-Es el tema de los temas, el tema de la dignidad. No podemos exigir que se nos atienda o que se nos quiera, hay que esperar. Hay una frase muy dura del Eclesiastés: «Nadie sabe si es digno de amor o de odio». A veces uno duda. ¿Soy exigente o quejica e impaciente? Esos son problemas de verdad que hay que controlar de algún modo.
-¿Se puede triunfar sobre la muerte?
-No, la muerte nos mata. El único triunfo que conocemos es el triunfo en la vida, pero no el triunfo social, el triunfo personal. La muerte es un trago fuerte. Para los que están alrededor, si hay alguien, y para ti mismo. «Que la paz del Señor, que sobrepuja todo entendimiento guarde vuestros corazones y vuestros pensamientos en Cristo Jesús». Pero para eso hay que estar preparados. Porque la paz del Señor no es una paz navideña. El niño Jesús que llega y hay una lucecita y vienen los Reyes Magos. La paz del Señor es muy complicada de verla y entenderla. Porque sobrepuja todo entendimiento.
-Precisamente, el zen enseña a aprender soltar. En el amor, la vida y la muerte.
-Eso tiene dificultades, ¿eh? Tenemos una ansiedad tremenda. Hay una gran parte de las cosas que se remedian. Yo, a lo mejor, escribiendo o charlando con amigos. Un remedio que, por cierto, proponía Santo Tomás de Aquino. Para la melancolía, bañarse y charlar con los amigos. Supongo que tendrían unas piscinas o unos baños salvajes de la Edad Media. Es una fórmula, sí sí... ¡Au! Se me ha dormido una pierna. ¿A ti no se te duermen las piernas?
-Sí, claro.
-Se me ha dormido esta pierna, ¿ves? Si no se despierta, verás tú la calamidad. Igual la tenéis que cortar. Sería el vídeo de tu vida. El autor pierde la pierna.
-La entrevista ha sido tan horrible que el autor se ha cortado la pierna para terminarla.
-Y puede salir en el vídeo funcionando sola... Pero fíjate tú, hemos estado aquí una hora y media. Hablar es eso. ¿Tiene la gente tiempo suficiente para sentarse en casa y hablar durante hora y media? No lo sé. La gente está acelerada, 'no me cuente usted su caso'.
-Pero hay que respetar también el estar en silencio.
-Hay que respetar el silencio muchísimo. Hay que respetar la voluntad que tienen las demás personas, a veces, de aislamiento y de no comunicarse, aunque les quieran o no. El hecho de querer a una persona no garantiza que esa persona vaya a sentirse bien por estar contigo. Porque igual no.
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