La trasatlántica
Sol y silencio
Hay algo que se rompe al presenciar un eclipse, aun sabiendo que lo que uno mira es predecible e inane
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![Mirando el eclipse del lunes 8 de abril 2024](https://s1.abcstatics.com/abc/www/multimedia/cultura/2024/04/11/solar-RtApmaHJhhWvYAEHdVtQTkO-1200x840@diario_abc.jpg)
Había visto un eclipse total y recordaba que la picada de la luz en medio del medio día genera un desconcierto profundo. Lo que no recordaba es que el fenómeno, en directo, es inquietantemente tridimensional. La luna y el sol recuperan, contrastados, su naturaleza ... esférica y esto alienta, de pronto, la conciencia de que uno está en un planeta: somos humo, polvo, sombra, nada.
Hay algo que se rompe al presenciar un eclipse, aun sabiendo que lo que uno mira es predecible e inane. Alguien que no conozco marcó en una red social la talla calendárica del desconcierto apenas pasado el fenómeno: «Lo más raro de todo es que sigue siendo lunes.» Y es que las estrellas y sus interacciones son un misterio. Se sabe, desde los años treinta del siglo veinte, que la fuerza de gravedad no explica la existencia de las galaxias. La masa del sol y los planetas, puesta en relación con la distancia que nos separa de las estrellas vecinas, no basta para mantenernos atados a ellas en la Vía Láctea.
Esta certidumbre ha hecho a la gente de ciencia suponer que existe una sustancia imperceptible para los seres humanos —la materia oscura— que pesa lo suficiente para mantener a las estrellas gravitando. El problema es que la materia oscura es como Dios: hasta donde podemos saber, no existe.
Gregory Matloff, profesor de Astrofísica de la City University of New York y asesor de la NASA en el Marshall Space Flight Center, ha propuesto, en artículos verificados en publicaciones científicas serias, una hipótesis inquietante que resolvería el problema, hasta ahora infranqueable, de la materia oscura declarándola inexistente. Si, como las células, las estrellas respondieran a un patrón de comportamiento, utilizarían su energía y la enorme cantidad de información que procesan para posicionarse en grupos.
Esta propuesta, que de entrada no suena tan rara, implicaría que usan energía e información para modificar su entorno: serían seres dotados de una forma de vida inconcebiblemente distinta a la nuestra, que sin embargo, opera de manera similar —y esa operación es matemáticamente demostrable. Nadie, comenzando por el propio Matloff, propone que esta hipótesis tenga rigor científico —es un astrofísico serio proponiendo una fórmula matemática que permite pensar el problema de un modo distinto. Quienes la han retomado como fuente para desarrollar ideas panpsíquicas sobre flujos de la consciencia en el universo son charlatanes. Aún sabiéndolo, el pensamiento herético siempre es atractivo.
Es conocido que, embrujados por el paso de la luna frente al sol, los pájaros sueltan sus épicas de los atardeceres, pero se olvida que si su alboroto pasa por estruendo es porque ante un eclipse de sol, los humanos entramos en coma de silencio, como si el flujo de nuestra consciencia estuviera conectado con la del sol. Paramos el coche, detenemos la charla, no le damos el siguiente trago al café —en honor a la verdad, nos sentamos en una banca a cagarnos de miedo. Los aplausos que cierran el evento cósmico tienen mucho de expresión de alivio. La parte alta del eclipse del lunes pasado sucedió cuando acababa de terminar la escuela y los parques de Harlem —la zona mejor abastecida de espacios recreativos en la ciudad— están atiborrados de niños quemando los últimos chorros de energía antes de volver a casa.
Durante el puñado de minutos en que el flujo de luz solar se redujo notablemente y a deshoras, el silencio del barrio era tan hondo que, en Manhattan, a las tres y media y en un parque cuajado de familias, escuchábamos, con todo y el desmadre de los pájaros, la respiración de la perra.
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