La TrasAltÁNTICA
Carta de Navidad
Como a sor Juana, a mí lo de Belén y los pastores ni me va ni me viene, pero sé que no hay nada más hermosamente humano que tener esperanza
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![Sor Juana Inés de la Cruz nunca estuvo ni cerca ni lejos de una herejía](https://s3.abcstatics.com/abc/www/multimedia/cultura/2023/12/20/juana-RGNFgQepukcFtC01h7xQBwJ-1200x840@abc.jpg)
Los días se acortan, se enfrían, y cuando son tan breves que parece que se muere el mundo, rebotan. Nace un sol niño. «Llorando el sol ha nacido, vertiendo fuego en cristales», decía sor Juana Inés de la Cruz en un villancico que se ... cantó en la víspera de Navidad de 1678 en la catedral de Puebla, en Nueva España.
Los antiguos nahuas le llamaban a los 20 días anteriores al solsticio de invierno «los días enmascarados». Dejaban de trabajar, lo rompían todo y andaban de luto. Nosotros cerramos la tienda, reventamos las tres monedas que nos quedaban y nos endeudamos. Es el «gasto» ritual del que hablaba Bataille. Agotamos las reservas porque el renacimiento del sol niño trae, sobre todo, esperanza: volverán las cosechas y el sol maduro del verano que nos hace tan felices.
«Los días enmascarados» es un difrasismo, un tropo indígena de América, cercano del «conceto» barroco —aunque más antiguo. Dos términos que no van juntos se suman y aluden a un tercero. Un día con máscara es el solsticio. La poesía nahua se conservaba sólo oralmente y la función del difrasismo era generar comunidad. Había que saber que «máscara» y «día» juntos querían decir: «solsticio» para ser parte de quienes se juntaba a cantar para afirmar su identidad.
El difrasismo para «guerra» es enigmático y poderoso: «Agua que arde». Había una temporada para plantar y cosechar y otra para la guerra, la del agua en llamas. Curiosamente, sor Juana usó el mismo tropo para hablar de la Navidad. En el Villancico de 1678, que se debe haber cantado en la misa de gallo, juega con el concepto barroco del fuego y el hielo: el sol recién nacido que llora lágrimas de cristal. Primero lo explica: «Y como no puede ser», dice, «que no ame cuando se humana, llora y arde sin sosiego.» El niño es al mismo tiempo un bebé humano y el sol que renace después del solsticio.
Y remata, con genio conceptuoso: «Echar agua es echar lumbre… que el agua es el fuego ya, y en ella el fuego se abraza.» Es improbable que sor Juana hubiera conocido el difrasismo del agua quemada cuando escribió su villancico. La lírica indígena anterior a la conquista fue rescatada mas tarde. Entendió, sin embargo, que cuando damos vuelta, el agua es fuego.
Juana Inés no era una santa. Reconoció siempre que si era jerónima era porque el convento le permitía vivir una vida intelectual que la corte o la familia le habrían prohibido. Nunca estuvo ni cerca de decir una herejía, pero era lo suficientemente culta —y los jesuitas que la rodeaban lo suficientemente laxos— para entender que la Navidad era un rito agrícola, que se podía hablar de ella en términos astronómicos —el mesías como el bebé Apolo, el sol niño.
Como a sor Juana, a mí lo de Belén y los pastores ni me va ni me viene, pero he vivido lo suficiente para conocer a la desdicha y sé que no hay nada más hermosamente humano que, cuando nada más queda, tener esperanza. Que el sol niño nos la traiga.
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