LA TRASATLántica
Aguas
El valle de Anáhuac, donde está asentada la ciudad de México, se retuerce de calor y sed en estos días y se retuerce también por su condición paradójica
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![Mapa de Tenochtitlan, impreso en 1524 en Nüremberg](https://s3.abcstatics.com/abc/www/multimedia/cultura/2023/06/06/mapa-RuQjBgn15pqaTNHl28lqz5O-1200x840@abc.jpg)
Frente a una fotografía del paisaje de la ciudad de México se puede decir, pensando en la pipa de Magritte: Esto no es una ciudad. O se puede pensar en Orbaneja, el pintor de Úbeda, que según Don Quijote era tan malo que cuando ... pintaba un gallo tenía que poner «Esto es gallo» y decir, frente a la foto apaisada de la capital mexicana: «Esto es agua».
El valle de Anáhuac, donde está asentada la ciudad de México, se retuerce de calor y sed en estos días —las lluvias retrasadas como siempre que El Niño se asienta en las costa pacífica del Perú—y se retuerce también por su condición paradójica. Hace menos de 200 años era una urbe lacustre —Cervantes la llamaba «la Venecia del infierno». Mientras se raciona el agua, hay 12 ríos que todavía corren entubados bajo las calles y casas. Todos llegan a la cuenca del difunto lago de Texcoco —sobre el que se construyó la alucinada Tenochtitlan flotante y luego la ciudad de México. Todos están tan contaminados que sus caudales corren sin que alguien se atreva a destaparlos en su camino a un desagüe faraónico que casi nadie sabe dónde está y se van al mar.
En su estupendo libro 'Drenajes' (Almadía, 2022), Diego Rodríguez Landeros publicó doce ensayos literarios, a veces tristísimos y a veces hilarantes, pero siempre sólidamente documentados, sobre las pésimas relaciones entre los gobernantes de la ciudad de México y el lago de Texcoco del verano fatídico de 1521 en adelante. El libro es enfático, y esto es importante, sobre el hecho de que quienes se cargaron la cuenca fueron los gobiernos republicanos. Es cierto que instalar el Imperio costó un genocidio de proporciones inimaginables, pero una vez andando la burocracia imperial, los gobiernos virreinales eran tan incompetentes que las lenguas y culturas indígenas se recuperaron con un barniz más bien modesto de cristianismo e hispanidad. Fueron los gobiernos posteriores a la independencia los que entendieron que desaparecer las aguas del lago de Texcoco era indispensable para someter las resistencias indígenas protegidas por el capricho geológico del Anáhuac.
En el ensayo 'Los rumores de un oculto plan maestro se escuchan por la calle' Rodríguez Landeros cuenta una historia que bordea, o tal vez se desmaya, en lo maravilloso. Buscando el plan maestro del sistema de aguas de la ciudad para entender por donde pasan los ríos ocultos y en que despeñaderos desembocan, visita la biblioteca de una oficina que parece salida de una película de Terry Gilliam. El archivo está en un salón con un techo que se va inclinando debido a que está bajo una de las aguas (arquitectónicas) del edificio. Pide el plan maestro y la bibliotecaria que se lo busca se va agachando conforme revisa volúmenes adosados a un muro cortado lenta e inexorablemente por otro en declive. Ve a la archivista tirarse al suelo para seguir rebuscando entre los folios. Al final ve sólo las suelas de sus zapatos y luego nada, se la traga la oscuridad.
Para Rodríguez Landeros el lago que se perdió y que palpita en los ríos que, sueltos, lo restituirían, es una premonición de la muerte, es el útero terrestre del que los antiguos mexicanos creían que íbamos y veníamos en la danza cósmica de la vida. Y es, también, el símbolo inquietante de las aguas ocultas del inconsciente para la mayor acumulación de hispanoparlantes en la tierra.
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