La trasatlántica
En agosto y nos vamos
'En agosto nos vemos' es el registro de una mente superdotada para la escritura literaria en un momento en que ya no podía trabajar
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![Gabriel García Márquez en 1994](https://s3.abcstatics.com/abc/www/multimedia/cultura/2024/03/14/gabriel-RUWfGqS0TJbkKRuXW6SdxwN-1200x840@diario_abc.jpg)
Primero descartar la polémica en torno a la voluntad del autor con respecto a 'En agosto nos vemos', la novela póstuma de Gabriel García Márquez. Si hay un original del escritor literario más leído de la segunda parte del siglo XX, tarde o temprano ... se va a publicar. Mejor que lo hagan sus hijos. Y el problema de lo incompleto del manuscrito —si lo fuera. No hay novelas terminadas y novelas no terminadas, hay libros publicados y no publicados.
Y tal vez el único relato literario del siglo XX con mayor lectoría e influencia que 'Cien años de soledad' sea 'La metamorfosis', de Franz Kafka, que también quedó abierto. Sobran, además, obras maestras que escatiman un final satisfactorio. 'Manuscrito encontrado en Zaragoza', de Jan Potocki o 'La narración de sir Arthur Gordon Pym', de Edgar Allan Poe son novelas sin final que transforman la idea de lo literario de quién las lee.
El primer capítulo de 'En agosto nos vemos', en el que Ana Magdalena Bach se acuesta con un primer desconocido después de visitar la tumba de su madre, es implacable, redondo e hilarante —como fueron casi siempre los trabajos de García Márquez. Con eso bastaría. La adjetivación, en ese primer relato y los demás, sigue siendo una escuela de escritura. El estampado de una pañoleta es de «pájaros ecuatoriales», un cementerio es «indigente», un hombre dormido es «un huérfano enorme» y una danza un «tango apache». El alzado de los personajes es deslumbrante y si algo se extraña en ellos no es una plenitud ilusoria, sino que no sigan haciendo lo que hacen hasta sus consecuencias más delirantes —como los Buendía o Pedro y Pablo Vicario. Ana Magdalena Bach y su hija tienen la profundidad psicológica sideral que suelen tener las mujeres de García Márquez, aún si las limitaciones de la memoria del autor en el momento en que escribió las páginas en que se animan no permitió que florecieran como las seibas que son Úrsula Iguarán o Fermina Daza.
Y es que la imaginación de García Márquez no operaba línea, sino de forma radial. Una historia, como un tallo, generaba una rama que daba otra rama que daba otra rama. Y esa forma de desplazarse de sus tramas y personajes tenía correspondencia con la arquitectura profunda del lenguaje que exprimía para contar una historia, tanto en términos semánticos —cada imagen informaba a la siguiente—, como prosódicos. La célebre primera frase de 'Cien años de soledad' es formalmente progresiva: abre con un hexasílabo, al que siguen dos endecasílabos y dos alejandrinos –en los que los acentos están distribuidos con sabiduría modernista.
'En agosto nos vemos 'es el registro de una mente superdotada para la escritura literaria en un momento en que ya no podía trabajar en secuencias largas sino por ráfagas. No es una novela cenital, sino un objeto de belleza alumbrado con luz estroboscópica. En las discusiones entre Ana Magdalena y su marido, sus visiones del lago durante la tormenta que sigue a la primera infidelidad, o la imagen de la madre que se pulveriza en la inquietante escena final del libro, se siente, todavía, el temblor sagrado de una lengua que recupera su condición adánica.
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