CRÍTICA DE:
'Absolución', de Alice McDermott: mujeres americanas en la retaguardia vietnamita
narrativa
En ese ambiente cerrado y de una ociosidad atrofiada por las costumbres 'tribales' del grupo de expatriadas, enseguida surgirá una insólita amistad entre dos mujeres
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No es de extrañar que la excelente novela 'Absolución' de la escritora americana, de ascendencia irlandesa, Alice McDermott (Brooklyn, Nueva York, 1953) ambientada en el Saigón de 1963, se abra con una cita de 'El americano impasible', de Graham Greene, probablemente la mejor, la ... más implacable y a la vez conmovedora, obra de ficción sobre el intercambio de franceses con americanos en la descolonización, y nueva colonización inmediata, en la desdichada tierra de Indochina.
O, si se prefiere, de Vietnam. Una de las guerras de ocupación más despiadadas de la segunda mitad del siglo XX, en plena Guerra Fría, que cubrió un periodo de veinte años, entre 1955 y 1975, con cuatro presidentes estadounidenses involucrados.
NOVELA
'Absolución'

- Autora Alice McDermott
- Editorial Libros del Asteroide
- Año 2024
- Páginas 334
- Precio 21,95 euros
Autora de nueve novelas y varios volúmenes de relatos, perspicaz y muy aguda observadora del universo en retaguardia de mujeres, en principio insignificantes a primera vista, protagonistas de existencias comunes y ordinarias, como esa inolvidable y miope Marie, heroína de 'Alguien' (Libros del Asteroide), en 'Absolución' las protagonistas principales, entre un buen elenco de mujeres de funcionarios y de militares americanos que viven en el Saigón de los sesenta, son expatriadas que parecen flotar en un mundo imaginario, al resguardo de todo.
Moviéndose, ligeras e irreflexivas, en la vacuidad de cócteles y cenas diarias con la gente de la embajada, entre ellas muy pronto van a destacar dos: la recién llegada Charlene y Tricia, que sueña con ser madre, y cuya «verdadera aspiración», como confiesa en su relato en primera persona, es «ser la abnegada esposa de mi marido», tal y como la exhortó su padre nada más casarse.
Se mueven, ligeras e irreflexivas, en la vacuidad de cócteles y cenas diarias con la gente de la embajada
Fuera, en la calle, o bien recibiéndolas en la puerta de cada mansión a la que son invitadas, están esas chicas «como pálidas hojas agitándose en la atmósfera húmeda, frescas, etéreas, hermosas, embutidas en sus ao dais», en sus bonitos vestidos ajustados, chicas del lugar «a las que apenas se prestaba atención». Así lo decidirá tajantemente una de estas mujeres americanas, Marilee, que las manda a diario a la inexistencia. Lo hizo desde el primer día que puso sus pies allí, siguiendo a su marido: «Odiaba cordialmente Saigón, la comida, el calor, el ruido, la gente».
Soportando con heroicidad ese destino, una vez Marilee hubo matriculado a sus hijos en el colegio americano, colocado sus muebles traídos de casa, e inscrito a la familia en el club social adecuado (Le Cercle Sportif) logró también que su cocinera olvidase cualquier posibilidad de confeccionar ningún plato de la cocina local. Con ello se consumaba la contrainversión habitual de toda buena esposa de militar.
Sin embargo, en ese ambiente cerrado y de una ociosidad atrofiada por las costumbres 'tribales' del grupo de expatriadas, enseguida surgirá una insólita amistad entre dos mujeres, Charlene y Tricia, que escapan a los roles que se esperan de las mujeres dentro de esas comunidades ultraconservadoras.
Nada podía diferenciarlas más. Una, la intrépida Charlene, madre de tres hijos, nacida en una familia rica, con ese talento innato «de las chicas privilegiadas para hacerse irresistibles, por mucho que se les odiase» y la otra, Tricia, casada con un joven abogado, que antes de eso fue profesora en la escuela infantil de una parroquia de Harlem. Como le relatará, en una especie de confesión, la ya viuda Tricia, décadas después a la hija de Charlene, en aquella época crucial de su juventud, ambas unieron sus esfuerzos en empresas altruistas como ayudar a niños de los orfanatos vietnamitas o a pacientes de una leprosería a kilómetros de Saigón.
Algo por lo que siempre fueron miradas con sospecha y desagrado: «El contribuyente norteamericano ya sostiene este país a un coste desorbitado, ¿de qué sirve lo que hacéis vosotras?», les dirá ofendida una de esas mujeres expatriadas.
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