LIBROS
Ullán, mucho más que un poeta
«Los nombres y las manchas», de José-Miguel Ullán, uno de los máximos poetas de nuestro tiempo, trasciende la crítica de arte y se convierte en gran literatura. Por sus páginas desfilan los maestros de la vanguardia de la segunda mitad del XX
![José-Miguel Ullán, autor de «Los nombres y las manchas»](https://s3.abcstatics.com/media/cultura/2016/02/22/ULLAN--620x349.jpg)
José-Miguel Ullán (Villarino de los Aires, Salamanca, 1944-Madrid, 2009) fue -junto con los también fallecidos Ignacio Prat, Aníbal Núñez, Eduardo Hervás y Leopoldo María Panero - uno de los poetas más radicales de su generación, además de un implacable y riguroso investigador de la imagen plástica y sus relaciones con el texto y el signo literarios. Es un acierto, pues, la reunión de esta imponente serie de ensayos y trabajos , en los que es difícil distinguir al poeta del crítico, pues ambos forman una absoluta e indisoluble unidad mental, sustentada en una cultura tan vasta como profunda , desde la que su autor razona sobre los distintos mundos de manifestación de la mirada, analizando su razón de ser, su sustancia y sus diversos componentes.
Como Baudelaire, Apollinaire y Rilke, que fueron, al igual que él, excelentes conocedores de la plástica, Ullán se introduce en el misterio de la representación como si las obras de arte no fueran objetos sino epifanías. Y eso caracteriza la singularidad de su aproximación, y, sobre todo, lo que podríamos llamar «la riqueza espiritual» de la misma, derivada del modo en que somete a reflexión y relaciona con otras artes su sistema referencial a la luz de sus atinadas percepciones.
Imagen perfecta
Desde la fotografía de Manuel Álvarez Bravo, con la que este libro se abre, Ullán va dando pistas de su propia poética artística , que es también -y conviene no olvidarlo- moral. Así, a propósito de Brinkmann , expone una idea clave para comprender su escritura (que «una imagen perfecta excluye la palabra»), como, al referirse a Broto, muestra su interés por los fragmentos «del fluir simultáneo» o ese blanco «derretido en sombras, que no se asienta en nada, que nada oculta y que, en rigor, nada representa salvo ese salir airoso de su propia blancura».
Son continuos los vasos comunicantes entre la pintura de otros y su propia poesía
Atraído por lo que Aby Warburg definió como «iconografía del intervalo», busca las «alegrías espectrales» y las «tristezas tangibles» de este pintor que inspiró su poema «Silos», que aquí muy sabia y justamente se recoge como una prueba más de estos continuos vasos comunicantes que entre la pintura de otros y su propia poesía se establece y que sirven tanto como iluminan al lector, convertido en espectador de ambas.
Las páginas dedicadas a José Luis Cuevas contienen declaraciones y testimonios de este que son indispensables para conocer su vida y los fantasmas que lo pueblan y habitan. La «escultura en calma» de Chillida es vista como un espacio de la revelación, mientras que la pintura de Luis Fernández sólo tiene como «único lugar de residencia el lienzo»; o, como en la de Fernández de Molina las «cosas movedizas de la imaginación» forman «un esqueleto ideográfico»; o como en la de Alfonso Fraile el olvido del punto y el olvido del tiempo sirven de base de ignición.
El tallo más oscuro
«El fondo de su obra no tiene fondo alguno», dice de Frida Khalo : sólo el muerto que crece desde el recuerdo y a fuerza de él y su obsesiva repetición. Los pintores mexicanos ocupan una parte importante del «Los nombres y las manchas», pero lo más sorprendente es la dedicada a Francisco Peinado, del que se incluye lo que parece ser la transcripción de una conversación , y en cuya obra reconoce «la fidelidad angustiosa al tallo más oscuro de la inocencia» y «el dolor antiguo de la pintura».
Para José-Miguel Ullán -como afirma en «Realidades»- «no hay clasicismo sino memoria intensa». Un paseo por la obra de Vicente Rojo le permite hablar del antecedente del «body art» que descubre en uno de los supervivientes de la erupción en 1902 del volcán Pelée, y de los usos y costumbres de los uaxtecas; s e detiene en las superposiciones de Saura como lo había hecho en los poliedros de Broto o en las recurrentes flores de José María Sicilia.
Interior sin centro
Explica la plural tradición de Juan Soriano y su «esplendor ascético», en el que se ve precisamente lo que no está: lo que en sus continuas transformaciones ha ido desapareciendo. Admira la «poligrafía de las pisadas» de Tàpies e insiste en la relación de este con el papel como soporte y la consideración del libro como vehículo de comunicación con lo sagrado; subraya la función del papel de periódico y de la necrológica utilizados por él en el «collage»; presta especial atención a los distintos autorretratos del pintor, así como a sus cartones y la aparición, en uno de ellos, de 1947, de la sagrada forma. Pero no se limita a ello: lleva a cabo también un inventario de esos «miembros dispersos , aceptados en lo que son en sí, salvados de la nada», que proceden de la simbología, actualizada, de nuestro Barroco.
Es difícil distinguir al poeta del crítico, pues ambos forman una absoluta unidad mental
Ullán disfruta con cuantas formas brotan «del interior sin centro del vacío» y despliega poetas y poemas para explicarlo, y se adentra por la «intimidad sin claroscuros» de Xavier Valls y en el yo alucinado de Zush, dispuesto siempre a inquietarle tanto como él a responder organizando en no menos inquietantes frases cada inquietud.
Precisión y belleza
Los nombres y las manchas es un libro de crítica de arte, pero no sólo es eso: es mucho, muchísimo más. Es gran literatura, escrita por uno de los máximos poetas de nuestro tiempo. Por eso hay que leerlo como si fuera un gran poema también . De ahí, entre otras cosas, la cultura y el culturalismo, que impregnan su fondo; de ahí la precisión y belleza de su escritura siempre eficaz.
Con este ensayo nos asomamos a una serie de maestros de la pintura de la segunda mitad del siglo XX, pero también a la persona y sensibilidad que nos los acerca desde su honesta y brillante interpretación.
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