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Santiago Muñoz Machado y la «lógica» de la barbarie

En su brillante ensayo «Civilizar o exterminar a los bárbaros», el director de la RAE explora las doctrinas que acompañaron la muy distinta actitud de españoles y británicos en la colonización de América

Santiago Muñoz Machado

RAFAEL FUENTES

Afirmó Antonio Machado en uno de sus célebres «Proverbios y cantares»: « El hombre es por natura la bestia paradójica , /un animal absurdo que necesita lógica». Es decir, acontecimientos originados por impulsos irreflexivos, creencias ciegas o deseos inconfesables, requieren siempre protegerse por una argumentación racional justificadora. En los casos más loables, ese uso de la lógica se aplica a un autoanálisis crítico. Pero quizá se emplee con más frecuencia para encubrir con una máscara de sensatez comportamientos tan bestiales como absurdos . Ambos usos del razonamiento doctrinal: el crítico o el encubridor, los encontramos en la exquisita exploración que Santiago Muñoz Machado realiza a través de las doctrinas que acompañaron a la formidable colonización del continente americano por españoles y británicos. La humana bestia paradójica se exigía a sí misma que hechos tan inauditos se dotasen de un tranquilizador relato lógico.

Quizá por ello Muñoz Machado no se ocupa tanto de los sucesos de la conquista, sino comparar las argumentaciones teóricas de británicos y españoles. España tomará la iniciativa doctrinal a raíz de la concesión papal a la corona española del derecho exclusivo para explorar el nuevo continente con el fin de evangelizarlo pacíficamente. Tras estallar los conflictos violentos, los misioneros formularon la primera doctrina donde los indígenas no podían ser sometidos ni esclavizados y se les debía devolver el territorio conquistado. El más famoso de esos religiosos críticos sería f ray Bartolomé de Las Casas.

Un alma sagrada

Esto suponía, ante todo, la primera vez que un imperio cuestionaba su potestad de ejercer su pleno dominio. Pero Santiago Muñoz señala otra consecuencia aún más fundamental: el debate se centró en los derechos inviolables de los pueblos indígenas, como seres humanos dotados de un alma sagrada. Elaboraciones muchísimo más profundas –en contra de Las Casas- se debieron a Francisco Vitoria o Juan Ginés de Sepúlveda, quienes negaron validez a la encomienda papal sobre la conquista. Expusieron las causas de una guerra justa, concediendo a los indígenas disponer de libre albedrío y bienes propios. El Estado estaba obligado a una labor civilizadora que los convirtiera en súbditos plenos.

Estas doctrinas orientaron la política española hacia los derechos de los nativos. Se prohibió esclavizarlos, se estimularon los matrimonios mixtos, se estudiaron sus hábitos y lenguajes para llevarles la palabra de Cristo y desapareció el concepto de «conquista» sustituido por el de «población de las Indias».

La reflexión española se ocupaba de la relación con el nativo. La británica se orientó a justificar la apropiación de las tierras.

El ideario británico fue de muchísima menor entidad. Peckman o Gentile solo resumieron el pensamiento de Vitoria. «Civilizar o exterminar...» señala, sin embargo, un hecho diferencial clave. La reflexión española se ocupaba de la relación con el nativo. La británica se orientó a justificar la apropiación de las tierras. Ello desembocó en un concepto brutal: los nuevos territorios eran «res nullis», tierra de nadie, ya que los indígenas no eran sus propietarios pues solo vagaban de una región a otra. Eran solo excursionistas, transeúntes ocasionales. Al asentarse, los colonos eran los verdaderos propietarios, con el derecho a expulsar a los indígenas, prohibir los matrimonios mixtos e imponer una feroz segregación.

El pensamiento ilustrado británico no cuestionó esta forma de imperialismo, sino que lo llevó a sus consecuencias más extremas. Locke sostuvo que la propiedad de la tierra se lograba mediante el trabajo, como hacían los colonizadores, y si los indios trataban de recuperar sus tierras, violaban la ley natural, lo que justificaría que fueran destruidos «como un león o un tigre». El gran filósofo proporcionaba así argumentos para encubrir una bárbara guerra de exterminio que desembocó en un genocidio. La ilustración actuó como esa «bestia paradójica» que mencionaba Antonio Machado. Los argumentos racionales se aplicaron a erigir un mito mucho más grotesco que las leyendas medievales. Montaigne, Voltaire, Montesquieu agitaron la Leyenda Negra para presentar una España exterminadora del buen salvaje , frente a una intervención anglosajona basada en el más escrupuloso respeto a las poblaciones primitivas. Una leyenda blanca sintetizada por Tocqueville donde la actuación norteamericana reflejaba «el más puro amor a la legalidad». De esta manipulación provienen las actuales agresiones a las estatuas de Colón o fray Junípero Serra, instigadas por los herederos de los auténticos genocidas. «Civilizar...» ilumina la «lógica» de este absurdo.

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