CINE Y LIBROS
Pasolini: fustigador, visionario y apóstol de la marginalidad
¿Tiene vigencia leer hoy a este meteorito fulgurante de su tiempo, radicalmente insustituible, como fue Pasolini? Este año se reeditan muchas de sus obras. He aquí una selección

«Qué es la cultura de un país?», se preguntaba Pasolini en uno de los magníficos textos (el titulado ‘El poder sin rostro’) pertenecientes a su mítico volumen, recogido póstumamente, ‘Escritos corsarios’ , ahora aparecido en Galaxia Gutenberg, junto a otro no menos espléndido ... de textos escogidos, ‘El fascismo de los antifascistas’ , en el que el vitriólico y visionario autor italiano (Bolonia 1922-Roma, Playa de Ostia, 1975) advertía de las nuevas formas, más útiles e indistinguibles, del fascismo, entendido este «como normalidad, como codificación del trasfondo brutalmente egoísta de una sociedad».
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Un volumen en el que el director de maravillosas películas, ya clásicos del cine contemporáneo, como ‘Medea’, ‘El Evangelio según San Mateo’ , ‘Teorema’ (de la que acaba de aparecer su versión en novela, escrita durante el mismo rodaje de la película en 1968, en Altamarea, la misma editorial de los bellísimos relatos ‘ La ciudad de Dios’ , dedicados a su amada Roma, y ‘La aldea de Románs’, que recorre los paisajes de su infancia en el Friuli) y ‘Salò o los 120 días de Sodoma’ , entre otras, desarrollaba su crítica radical hacia la sociedad de consumo -llegada, de forma arrasadora, tras el famoso «milagro económico» italiano de la segunda posguerra- que él consideraba como una ideología totalitaria por excelencia. Las luchas modernas entre fascismo y antifascismo, que oponían frontalmente a personas pertenecientes a un mismo mundo, creaban, según él, tan solo oposiciones estériles, cuya única función consistía en neutralizar la posibilidad de un pensamiento crítico. Y una sociedad de consumo de grandes masas que conducía directamente a la deshumanización de esa misma sociedad y a la destrucción -una de sus obsesiones- de la identidad italiana.
Los populismos
En aquella ocasión, Pier Paolo Pasolini se respondía, como le caracterizaba, desechando todas las clasificaciones tradicionales y engañosas, hasta entonces distinguibles: ni se trataba de la cultura de la ‘intelligentsia’ como tal, ni la de la clase dominante, ni siquiera la de la clase dominada, es decir, la cultura popular de obreros y campesinos . «Hoy día -diría en aquel texto- se ha cedido paso a una homogeneización que, de modo casi milagroso, hace realidad el sueño interclasista del Viejo Poder». Es decir, de todos los populismos habidos y por haber.
Encarna cualidades atípicas, como la de ser a un mismo tiempo homosexual, marxista y cristiano
Poeta, cineasta, dramaturgo, pensador y polemista, fustigador de la clase política, autor de ensayos y de novelas que significaron en su momento sonoros escándalos como es el caso de ‘Chavales del arroyo’ (1955) o de ‘ Una vida violenta’ (1959) y que luego se convertirían en clásicos modernos de la lengua italiana, Pasolini, cuyo instinto poético recorrería toda su obra, encarnaría una serie de cualidades atípicas, como la de ser a un mismo tiempo homosexual, marxista y cristiano. Cualidades que se volvían para muchos incómodas o directamente insostenibles al mostrarse juntas y revueltas. Su vocación irreprimible de provocar y subvertir cualquier tópico ideológico en curso, quedaría demostrado en volúmenes feroces como estos ‘Escritos corsarios’ ahora aparecidos. Entre sus muchas opiniones asistemáticas, que provocaron un considerable escándalo entre la izquierda «oficial» de la época, estuvo la de decir, en pleno 68, que prefería las fuerzas del orden a los manifestantes, ya que las primeras provenían de las filas de la plebe y las segundas, tan sólo de las de la burguesía.
Suburbios de Roma
¿Tiene vigencia leer hoy a este meteorito fulgurante de su tiempo, radicalmente insustituible, para muchos de los que aún lo añoran, como fue Pasolini? En el caso de esta maravillosa y feroz primera novela, ‘Chavales del arroyo’, o de sus ensayos, habría que decir inmediatamente que sí. Pero aún más habría que decirlo en el caso de la absoluta y permanente vigencia en nuestros mismos días que sigue irradiando un genio sin parangón como este voraz creador de múltiples registros, trágicamente desaparecido, asesinado en la playa de Ostia. Alguien que, expulsado del Partido Comunista Italiano, con el que mantendría siempre una relación patológica, y dejando atrás la enseñanza de sus primeros años, emprendería el exilio desde su tierra natal hacia Roma en los años 50.
Inmediatamente, esta ciudad se convertiría en su centro neurálgico y poético, místico y secularizado. Un ‘omphalos’ de un realismo violento y tenebrista a lo Caravaggio, pintor por el que tendría devoción, que dominaría ya para siempre la mayor parte de su obra, desde su descarnada prosa poética y sus relatos hasta célebres películas como ‘Mamma Roma’ o ‘Accatone’. Algo que, por otro lado, no se alejaba mucho de su sueño de resucitar «pequeñas patrias» periféricas e idealizadas en trance de desaparición. Unas patrias que se referían tanto a su obra inicial de poeta en dialecto friuliano, como al idioma o jerga propia, autóctona, usada a diario en guetos marginales o en suburbios urbanos de una Roma en constante mutación y reabsorción, magistralmente descritos en ‘Chavales del arroyo’.
Se da el caso de que cuando Hans Magnus Enzensberger reunió en 1990 una antología de infrapaisajes de la posguerra europea (’Europa en ruinas. Testimonios oculares 1944-1948’) que incluía textos de Martha Gellorn, Edmund Wilson, Stig Dagerman, Alfred Döblin o Max Frisch, entre otros, no incluyó curiosamente a ningún autor italiano. Ni siquiera a Curzio Malaparte y su magnífica ‘La pelle’. Lo más cercano, como testigo ocular del desastre, sería el británico Norman Lewis y su no menos magnífico libro o crónica titulada ‘Nápoles 1944’. En su intento de recordar a los actuales ciudadanos europeos que tan solo «cuarenta y cinco años nos separaban de unas condiciones de vida que hoy nos hemos acostumbrado a designar como propias de Africa, Asia o América Latina», Enzensberger había pasado por alto seguramente una obra fundamental, de una desgarradora y violenta belleza lírica, un gran clásico del pasado siglo en lengua italiana que es la novela ‘Chavales del arroyo’.

La lucha por la vida
Primera y extraordinaria novela de Pasolini, ahora reeditada en Nórdica, con motivo del centenario de su nacimiento, ‘Chavales del arroyo’ cubre un arco de tiempo que va desde la Roma aún ocupada por los alemanes, en 1944, hasta diez años después, en 1954, en lo que sería llamada «la segunda posguerra». La obra narra las aventuras y la dura lucha por la sobrevivencia de un grupo de pequeños delincuentes y jóvenes pertenecientes a eso que los sociólogos encuadrarían en el subproletariado o lumpen urbano propio de los alrededores de las grandes capitales.
Unos jóvenes en los que Pasolini veía esa pureza asocial y salvaje de lo humano en estado puro, aún sin domesticar, que siempre le fascinarían y que en su obra representarían la construcción mítica, cultural, más que puramente neorrealista, de una especie de «saga de los jóvenes», como la llamó en su día el francés Foucault. Es decir, jóvenes desarraigados, marginales, de todas las épocas, desde la Edad Media o la Roma y la Grecia antiguas, que la sociedad jamás había logrado integrar.
Chavales casi siempre hambrientos, algunos de ellos medio tísicos, que en la áspera novela de Pasolini, capitaneados por el protagonistas Ricetto, vemos jugando y bañándose en las aguas sucias del Tíber, traficando y merodeando por los barrios bajos , entre desolación, bloques a medio construir, descampados, «prados sucios», «terraplenes infectos y requemados», áreas inmensas sin edificar, habitaciones atestadas que albergan a una sola familia o en barracones de vagabundos y desahuciados, sin hacer aparentemente nada, tan sólo robando chatarra, recogiendo colillas en las estaciones, o planeando pequeños ‘golpes’ y hurtos insignificantes.
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