LIBROS
«No hay amor en la muerte», la herencia de nuestros sueños
Gustavo Martín Garzo inició su andadura literaria en 1994 y ahora firma una novela que le sitúa en lo más alto

El título de la famosa película de G. Stevens y D. Lean «La historia más grande jamás contada» (1965) se refería a la vida de Jesús desde los Evangelios. Pero hay un antecedente que no le va a la zaga en significación y hermosura: la historia de Abraham e Isaac . No en vano, el gran libro de E. Auerbach , titulado «Mímesis», elige esta historia como la más representativa. Contiene todo: a mor y renuncia, irracionalidad, destino , un azaroso quiebro final con ese carnero en la zarza. Pero, sobre todo, contiene misterio, un halo de significaciones ocultas sobre su sentido último. Aunque quedara clara la religiosa, de entrega incondicional a los designios de Yahvé, hay en esa historia muchas cosas no dichas y que por tanto podemos imaginar. Es lo que Martín Garzo hace en este magnífico libro.
Cuando vamos al lugar del Génesis (es inevitable volver a hacerlo) observamos que en menos de media página está concentrada esta historia lacónica, en la que se nos hurta, por ejemplo, por qué tardan tres días en llegar a Moriah, el monte del sacrificio, y lo que ocurrió durante ese viaje entre padre e hijo. Ese es un contenido que Martín Garzo imagina en retazos obtenidos del recuerdo de Isaac, y en evocaciones no realistas . Este me parece a mí que es el acierto mayor de su estilo en el libro. No pretender que una historia, que está llena de misterios, se muestre en clave racional. No. Esta es una recreación de esos misterios en la clave poética y simbólica que necesitan las muchas historias albergadas en el libro, que exceden a la del sacrificio. Por de pronto hay una historia previa, de magníficas posibilidades literarias, que es la de la esclava Agar, y de Ismael, el hijo concebido de Abraham, por recomendación de la esposa legítima, Sara. Están luego los temores y miedos de Sara, cuando ya es madre de Isaac, y la expulsión de la esclava y de Ismael, y el dolor de la separación de dos hermanos que han jugado juntos.
El mayor acierto de la novela es no explicar una historia llena de misterios en clave racional
Tanto Agar como Sara estaban casi ignoradas, como lo estaba el mundo femenino que emerge poderoso en este libro, tanto a través de esos personajes mayores, como en la serie de esclavas jóvenes, casi niñas, al servicio de Abraham, y las historias y mimos que Isaac recibe de ellas, lo que permite a Martín Garzo el trazado de extensiones a otras fábulas maravillosas (como las que se desarrollan en el país del Nilo o la posterior del niño Lawal) donde la sensualidad se mece con el poder de la imaginación .
Estilo concentrado
No estoy seguro de que el libro necesitara la continuación de la historia de Isaac, y en especial la de Esaú y Jacob. Y no lo digo porque no contenga mucho y bueno; está muy bien contada. Mi observación tiene que ver con la idea de que el estilo concentrado elegido para la historia de Abraham e Isaac, habría bastado. No pedía más. Obviamente un libro construido para llenar los huecos de lo no dicho en las narraciones bíblicas, era un desafío con riesgos que Martín Garzo acepta. Y le sale bien . Hay dos condiciones que su estilo cumple. Primero, no abandonar el elemento simbólico, puesto que es un libro sobre la vida (elemento femenino) y la muerte (elemento masculino) y el amor se vive y cuenta como un trazado entre una y otra. Segundo, la belleza de la prosa , ritmada y con una sonoridad tan cuidada como si fuera verso, sin puntuación y en series a las que el lector tiene que acostumbrase. Ese fraseo sirve su cualidad imaginativa, con múltiples escenas en las que los detalles recrean atmósferas respetuosas con el mundo narrativo evocado.
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