LIBROS
Mary Beard, ¿cómo se partían de risa los romanos?
La historiadora británica desentraña lo que tenía gracia o no la tenía en la Antigua Roma. Su sentido del humor, al cabo, es el origen del nuestro

No es la primera vez que celebro en estas páginas la aparición en castellano de un libro de Mary Beard . El libro de Beard que publica ahora versa sobre la risa en la Antigua Roma y lleva un simpático subtítulo: ‘Sobre contar chistes, ... hacer cosquillas y reírse a carcajadas’ . Sabemos desde siempre -o por lo menos desde la filosofía escolástica medieval, de inequívocas raíces aristotélicas- que la risa es el ‘proprium’ del hombre, es decir, aquello que nos singulariza como especie y nos diferencia de los demás animales (porque las hienas parece que se ríen, pero su risa no es más que un fenómeno gestual puramente mecánico que nada tiene que ver con la risa humana).
Rabelais , que era uno de esos médicos humanistas que se lo saben todo, se refiere a la risa en el verso final de las dos estrofas preliminares dirigidas ‘aux lecteurs’ de su ‘Gargantua’ (1534): «Parce que rire est le propre de l’homme».

Erudición sin fisuras
Consciente de que ello es así y de que la risa ha acompañado siempre al hombre desde que adquirió el doble apellido ‘sapiens sapiens’, Mary Beard se lleva el tema a su terreno, que es el que ha cultivado desde su cátedra cantabrigense y desde sus estupendas series documentales para la BBC con ella misma como narradora omnisciente y protagonista, y nos cuenta por lo menudo, con su habitual buen hacer narrativo y su erudición sin fisuras, lo que hacía reír a los romanos. Para Beard, que ha vivido ardorosamente reencarnaciones sucesivas como ciudadana romana desde la mismísima fundación de la Urbe hasta la deposición de Rómulo Augústulo por Odoacro, desentrañar lo que tenía gracia o no la tenía en la Antigua Roma no podía complicarle la vida demasiado.
El libro, especialmente bien traducido por Miguel Ángel Pérez , se divide en dos partes, precedidas de una introducción a la risa romana. La primera parte, menos específica, se enfrenta al fenómeno de la risa desde un punto de vista más conceptual y menos historicista, aunque termina con un capítulo, ‘La risa romana en latín y griego’, que enlaza con la segunda parte, mucho más anclada en el limo social y cultural plenamente romano.
Desde la risa en la oratoria, tan importante para salir airoso y triunfante en el foro (Cicerón vuelve a ser una pieza esencial), hasta el curiosísimo Philogelos (’Amante de la risa’) , una colección de 265 chistes escrita en griego y fechable en el siglo IV o V de nuestra era, todas las fuentes que puedan informarnos acerca del humor en la Antigua Roma figuran diestramente manejadas por Beard. La conclusión no podía ser otra: la risa de los romanos y los chistes que la provocaban son nuestra misma risa y nuestros mismos chistes. Porque los griegos podrán ser los padres fundadores de nuestra civilización, pero los romanos, y se lo dice un helenista, somos nosotros mismos.
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