José Luis Garci - TELEGRAMAS CINÉFILOS
Frank Sinatra, el actor
El excepcional 'crooner' nos ha regalado unas interpretaciones únicas
![Sinatra en una escena de ‘El hombre del brazo de oro’, de Otto Preminger](https://s3.abcstatics.com/media/cultura/2022/03/04/sinatra-k13F--1248x698@abc.jpg)
Tengo muchos discos de Sinatra , o, dicho de manera más elegante, suficientes. En casi todas las portadas de los álbumes, Frankie aparece con sombrero, un cigarrillo en la mano, la gabardina sobre los hombros y esa expresión de que todo le ha ocurrido la ... noche antes, como a Rick Blaine. Lo que conocemos como «estilo», modo de ser, originalidad, lo que rayos sea eso, «es» Sinatra, un genio que cantaba con el «abandono» con que filmaba Howard Hawks. Asimismo, Frank es un resumen de las ciudades vacías en la madrugada, de las penúltimas copas que te atizas en las «wee hours», cuando están a punto de cerrar los bares de Madison o Lexington con la Cuarenta y Tantos, mientras el barman, recostado al final de la barra, rellena sus apuestas, a lápiz, para las carreras del sábado. Frank Sinatra, la leyenda del «Copa» (cabana) neoyorkino y del Sands de Las Vegas, ganador de un Oscar por su encarnación del soldado Maggio en ‘De aquí a la eternidad’, también arrastra -y se aprecia, además de en los discos, mirándole- esa enfermedad incurable llamada mal de amores.
Hoy, casi todas los elepés que hizo en Capitol son patrimonio de la Humanidad, como ‘ Kind of Blue’, ‘Sgt. Pepper’s Lonely Hearts Club Band’ o ‘Highway 61 Revisited’. A la vista tengo mi discografía de Frank, también sus grabaciones de Reprise y, antes, las de Columbia. Me gusta ver los álbumes, acariciarlos; los guardo no como oro (no tengo) en paño, pero sí en los mismo estantes donde descansan Bach, Beethoven, Mozart o Wagner. Mis preferidos (todos de Capitol) son ‘In the Wee Small Hours’, ‘Pal Joey’ (que incluye nada menos que The ‘Lady is a Tramp’, ‘My Funny Valentine’ y ‘Come Fly to Me’), ‘Songs for Swingin Lovers!’ (‘Pennies from Heaven’, ‘I’ve Got You Under My Skin’, ‘Anything Goes’), ‘Only the Lonely’ ( contiene una de las canciones de mi vida, ‘One For My Baby’, letra de Johnny Mercer y música de Harold Arlen ), ‘Sinatra: A Man and His Music’, ‘All the Way’… El día que murió Frankie, 14 de mayo de 1998, me pilló en Nueva York, alojándome en el Hotel Algonquin, otra leyenda.
Tres tipos vestidos de ‘smoking’
A primera hora de la mañana, cuando encendí el televisor de la habitación, una presentadora rubia soltó la noticia. Por la noche, en el Blue Bar, brindé por el chico de Hoboken, por el artista más grande del siglo XX, con un Jack Daniel’s, ‘of course’. A Sinatra le había visto ‘in person’ en Los Ángeles, en un concierto junto a Dean Martin y Sammy Davis. Nada de rayos laser y esas parafernalias que tanto recuerdan ahora los combates por el título del mundo de los pesos pesados. Solo tres tipos vestidos de ‘smoking’ sobre un escenario, fumando, bebiendo, contando chistes y viejas anécdotas y… cantando de manera inolvidable.
Algo después, en septiembre de 1986, acudí en Madrid, Estadio Santiago Bernabéu, a un recital de Frank, donde no estuvo tan divertido como cuando le vi junto a sus colegas del ‘Rat Pack’. Le notabas cansado, con cierto desánimo. Sinatra, además, ha sido para mí un actor excepcional. Ahí voy. No me refiero a que cantaba actuando, que también, sino a que nos ha regalado unas interpretaciones únicas, comparables tanto a las de la gente del ‘Actors Studio’ como a las de los veteranos del ‘Hollywood Style’. Ya en sus comienzos, Frank transmitía idéntica energía que Gene Kelly y bailaba con la soltura de Donald O’Connor (‘Levando anclas’, ‘Un día en Nueva York’).
Cuando el «pájaro negro» revoloteó insistentemente sobre su carrera, oscureciéndola -era veneno para las taquillas y para los sellos discográficos-, llegó ‘De aquí a la eternidad’, y la obra de Zinnemann fue el inicio de unas interpretaciones más que excelentes: distintas, imaginativas. Siempre tú y yo, ‘No serás un extraño’, ‘Ellos y ellas’ (sí, sí, superaba a Brando en aquel Broadway creado por Damon Runyon), ‘El hombre del brazo de oro’, Pal Joey (su ‘slang’ sonaba de verdad), ‘Como un torrente’ (te creías que en su maleta llevara libros de Faulkner o Fitzgerald), ‘El mensajero del miedo’ (la obra maestra de Frankenheimer), ‘El diablo a las cuatro’ (combate nulo con Spencer Tracy), ‘La cuadrilla de las once’ (Billy Wilder echó una mano en los diálogos, aunque sin firmar), ‘Millonario de ilusiones’, ‘El detective’, otro ‘thriller’ extraordinario…
Otra estatuilla de la Academia
En cualquiera de estas películas, Frankie pudo haberse hecho con otra estatuilla de la Academia. Compitió con Clift y Lancaster, con Mitchum y Brando, con Edward G. Robinson y Tracy, con su amigo Dean Martin, y con Deborah, Grace Kelly, Rita, Kim, Lee Remick, Doris Day, Shirley MacLaine..., e impuso, ya digo, una manera de actuar -siempre en las primeras tomas, odiaba repetir- muy parecida a su manera de cantar, aportando esa dimensión espiritual de la camaradería, ese afecto portátil con el que te acogen en los programas nocturnos de la radio.
Le oías cantar, con o sin resaca (él y tú), y te extrañaba que no le hubieran elegido presidente vitalicio del Club de los Corazones solitarios. [En el cielo que nos inventamos Alcántara y yo (que Manolo disfruta desde hace tres años), aparte de poder ver un Joe Louis-Ali y un ‘Sugar’ Ray Robinson-Marvin Hagler, o una serie de partidos, al mejor de tres, entre el Real Madrid de 1958 y la selección brasileña del 60, entre otros muchos regalos, seguro que también podremos asistir a un concierto a base de treinta minutos de Sinatra, quince de Tony Bennett, otros quince de Aretha Franklin, y media hora más de Frankie.]
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