José Luis Garci - Telegramas cinéfilos
El cine de papá
A mi padre le gustaban los wésterns, las películas de gánsters, las de espadachines, y las de aventuras

Veo en ABC Cultural -’where else?’- un estupendo texto de Jorge Fernández Díaz. Renglones emotivos y evocadores, llenos de encanto, como todos los suyos. A Jorge le sigo, sábado sí, sábado no, en su sección ‘Contacto con Buenos Aires’, que leo con creciente fervor, que ... diría Borges. Esta vez, sus párrafos nos hablaban de sus días adolescentes en el barrio de Palermo de la capital argentina, y, a la vez, de Marcial, su progenitor, un inmigrante asturiano. Mientras leía el artículo, boom, inmediatamente recordé a mi padre, Manolo, oriundo también de las Asturias. Resulta que Marcial hizo la mili a bordo del ‘Crucero Galicia’, y Manolo cumplió el servicio militar precisamente en Galicia, aunque no en un barco sino en un submarino. No sé si Marcial era muy de tangos, pero mi padre se moría por ellos . Los conocía todos. Y era muy difícil que le fallara una letra en ‘Yira’ (creo que en lunfardo va con y griega) o en ‘Che, papusa, oí’. Siempre contaba que, de ‘mozu’, vio actuar a Irusta, Fugazot y DeMare en Somió Park, una sala de fiestas-merendero que había a las afueras de Gijón, la ciudad donde nació.
Lo más asombroso es que a Manolo le gustaban -«prestábanle»- las mismas películas que a Marcial. Los wésterns, las de gánsters, las de espadachines, las de aventuras. ‘Shane’ -que en España se estrenó como ‘Raíces profundas’ - fue una de sus preferidas junto a ‘Centauros del desierto’, que nunca se la perdía cuando la ponían en nuestro televisor de los 60s, un Marconi modelo Florencia, con aquel impresionante e inolvidable arranque, como él decía (a pesar del blanco y negro de la tele), la llegada de un taciturno Ulises, John Wayne, al rancho de su hermano. «Es extraordinaria, y además es la primera película filmada en Marte», le respondía yo, dándomelas de entendido. Jorge cuenta que su padre, viendo ‘El jardín del mal’ ( ’El jardín del diablo’, en España ), le comentó, mientras Richard Widmark se queda a retener a los apaches para que Gary Cooper pueda marcharse con Susan Hayworth , que cuando Coop, después de dejar a la chica a salvo, regresa para ayudarlo, justo entonces Marcial le susurró: «Eso se llama amistad».
Pues algo muy parecido me ocurrió a mí. Había ido con mis padres a ver ‘La evasión’ (’Le Trou’), la última película de Jacques Becker , sin duda una de las joyas más grandes de la cinematografía francesa. En la prisión parisina de La Santé, cinco reclusos planean minuciosamente su fuga abriendo un boquete (’le trou’) en el suelo de la celda que les conducirá a las alcantarillas. Una vez abierto el agujero, se decide que uno de los presos, Philippe Leroy, baje y compruebe si el camino que lleva a las cloacas está despejado. Piensan fugarse a la mañana siguiente. Al final de un túnel, Leroy se detiene ante la tapa del alcantarillado que le separa de la libertad. Con cuidado, levanta un poco el pesado casquete, lo suficiente para ver la noche de París, el bullicio del tráfico, las tiendas, los Cafés, la gente paseando. El Paraíso.
Leroy mira todo aquello sin pestañear. Tiene la vida palpitando a un metro de sus ojos, como Méliès la Luna. Pero el tipo vuelve a cerrar despacio la tapadera y retrocede hasta el calabozo al lado de sus compañeros. «Lealtad», musitó mi padre. Y era verdad. «Gente de honor, decente», continuó, «fiel a su palabra, a su conducta, personas a las que puedes confiarles tu futuro». No me habría importado nada estar en la cárcel con ellos, al contrario; y que me aceptaran como amigo suyo. El cine preferido por Marcial y Manolo -y por casi todos los padres de mi generación- fue casi el mismo: policíacas, del Oeste, lo comentaba antes, Los mejores años de nuestra vida, algunas bélicas, ‘Doce hombres sin piedad’, las de Spencer Tracy… Este cine, digamos, «de papá», tenía poco que ver con el «de mamá» . A nuestras madres les gustaban los buenos melodramas , tanto los de Holywood como aquellos magníficos italianos de Matarazzo con Yvonne Sanson, todas las «de amores», las de Myrna Loy, Joan Crawford, Bette Davis o Barbara Standwyck . Ellas fueron más hitchcockianas, ellos más fordianos.
Algún día, habrá que investigar estos géneros caseros, tanto el cine de papá y de mamá, y seguro que descubriremos bastantes influencias en ellos en nuestras arrogantes devociones cinéfilas. [Otra cosa que compartimos Jorge y yo es que cuando ambos le soltamos a nuestros padres que queríamos ser escritores -yo le dije al mío que me gustaría, o bien ser comediógrafo a lo Neil Simon, o bien un autor de novelas como ‘La ciudadela’ (Cronin) o ‘El filo de la navaja’ (Somerset)-; cuando se lo comentamos a don Marcial y a don Manuel, insisto, nos examinaron con la famosa sombra de la duda atravesando sus miradas . De alguna manera, confundieron el oficio de escritor con las preventas de la vagancia. Supongo que tendrían sus razones. Pero con el tiempo, nadie nos dio nunca más apoyo que ellos. La próxima vez que vaya a Buenos Aires espero poder invitarle a comer a Jorge. Le preguntaré, ¿qué tal en «Chiquilín»? , que, si sigue, me parece que está en Montevideo y Sarmiento. Ya lo dice el refrán: porteños y asturianos, primos hermanos.]
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