José Luis Garci - TELEGRAMAS CINÉFILOS
Besos de cine
El mejor momento que vivieron los besos en las pantallas fueron los años 30, que coincidieron con la edad Romántica de las películas
![El mítico beso de Cary Grant e Ingrid Bergman en ‘Encadenados’](https://s3.abcstatics.com/media/cultura/2022/01/08/notorious-kZE-U05667574035Say-1248x698@abc.jpg)
Hubo un tiempo en España , hacia los años cincuenta (y creo que en todas partes), en que se dieron más besos, en blanco y negro, dentro de los cines de barrio, que los que se daban, en Technicolor, las estrellas de Hollywood ... en las pantallas . Besos a tornillo, con lengua, con el abrigo sobre las piernas, rodeados de oscuridad; besos iluminados a veces unos segundos por los destellos de plata de la ‘Sábana Santa’, momento en que las parejas se separaban cinco centímetros y sujetaban sus deseos un par de planos. Besos llamados «de película». Besos que superaban los de Clark Gable y Jean Harlow en ‘Tierra de pasión’, o los de Rita y Glenn en ‘Gilda’ . Porque los besos que se daban los espectadores ennoviados de entonces, al contrario que los de Metro, Fox o Warner, eran de larguísima duración. En cambio, la censura en Movieland, el famoso Código Hays, tenía cronometrados los achuchones y los morreos. Nunca deberían estar unidos los labios de la pareja más de seis segundos. Eran besos de alta precisión, como los definió Mervyn LeRoy . La verdad es que el beso forma parte del cinematógrafo tanto como los enredos y las equivocaciones en las comedias, los duelos con el colt 45 en la calle mayor del poblado, o el «No nos llame. La llamaremos nosotros», de los musicales. El mejor momento que vivieron los besos en el cine fueron los años 30, que coincidieron con la edad Romántica de las películas. Hasta ese momento, y desde que nos expulsaron del Paraíso, no digo yo que recolectores y sapiens no se besaran, pero estoy convencido de que lo hacían de otra manera, mucho más primitiva, más precipitada, sin la sofisticación y la técnica de Louise Brooks o Ty Power . Antes de hacer el amor, dudo que nuestros antepasados se detuvieran en el trámite de las miradas, las caricias y los besos. Tampoco en la Edad Media, ni en el siglo de las Luces, época esta, por cierto, en que tenían que haber empezado a desarrollarse las estrategias bucales. La gran lección del cine es que los besos siempre hay que darlos en primer plano . Recuerdo que era desconcertante para la chavalería de mi generación asistir, al mismo tiempo, a las mutilaciones de los besos de los protagonistas al final de la proyección, mientras en las butacas las parejas seguían comiéndose la boca hasta que se encendían las luces de la sala. En las películas, hasta los 60’s, los intérpretes, salvo casos excepcionales, sólo juntaban sus labios y los apretaban. Era extraño que alguno de los dos abriera su boca, salvo Stewart Granger en ‘Fuego verde’ , bajo la lluvia, ante el desconcierto de Grace Kelly . El beso suave, con lengua curiosa y viajera, es una de las siete maravillas del mundo moderno, además de la mejor medicina para el alma. Todos fuimos aprendiendo a besar gracias a las películas, a diferenciar un ósculo en la mejilla de un besazo en los labios. Mis preferidos siempre fueron los besos robados. En los parques, en el Metro, en los restaurantes, o, mejor todavía, en los grandes almacenes, cuando ella te llama al probador para pedirte consejo. Los Oscars a los mejores besos se los daría, sin duda, a Hitchcock ( son excepcionales los de ‘Encadenados’, ‘La ventana indiscreta’ o ‘Con la muerte en los talones’ ), pero me alegra el día el que se dan John Wayne y Mauren O’Hara en ‘El hombre tranquilo’ , y me fascina el que recibe Scarlett Johansson de Bill Murray, poco antes de terminar ‘Lost in translation’ (es el beso más misterioso y secreto que nos ha ofrecido el cine en su Edad Contemporánea); también me reconforta ver a Audrey y Peppard besarse en Manhattan, calados hasta los huesos, en ‘Desayuno con diamantes’ . Y qué decir del de Scottie y Judy-Madeleine en ‘Vértigo’ , cuando el fantasma de Carlotta Valdes sale del baño. Aunque si tuviera que quedarme con un beso, sólo uno, sería el no beso de ‘Dejad paso al mañana’ . Beulah Bondi y Victor Moore , en el hotel donde celebraron su boda cincuenta años atrás, van a besarse y, de pronto, Beulah mira a cámara, es decir, a nosotros, y nos dice que no, que aquello es privado, que apartemos los ojos. [Mi primer beso de película tuvo lugar en el Retiro, el verano de 1957 o 58, al lado del Paseo de Coches, justo detrás de la estatua de Campoamor. Ella y yo nos fuimos retrasando del grupo. Los besos siempre se ven venir. Habíamos estado jugando al pañuelo casi toda la tarde, un poco más arriba, en la plazoleta de los patos, frente al Florida Park. Se llamaba África. Un nombre muy atractivo, bastante insólito aquellos días. Morena, ojos marrón glasé, simpática, recordaba a Jean Simmons en ‘La isla perdida’ . Anochecía violeta oscuro. Nos abrazamos. Todavía estábamos agitados por los carrerones del juego. La boca de África era grande y siempre estaba sonriendo. Acerqué mis labios a los suyos muy despacio, sin prisas, tratando de imitar a Robert Taylor cuando besaba a Vivien Leigh en ‘El puente de Waterloo’ . Me encontré primero con los dientes de África, y, luego, sentí la punta de su lengua rosa. De pronto, me detuve, desconcertado. «Pero, ¿qué pasa?», me dije. La música. Nos estábamos besando y no sonaba ninguna música. En todas las películas, cuando los ‘protas’ se besaban en la escena final, subía la banda musical, los violines a tope, bueno, normalmente aquello se convertía en un festival de cuerdas. Pero, no; yo solo oía el ruido de los coches que circulaban por el paseo y las voces de la gente. Y también mi corazón, y el de África, los dos, que habían enloquecido.]
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