ENTREVISTA
Javier Limón: «La inmensa mayoría del flamenco no tiene la calidad que yo espero»
Tras publicar ‘Hombre de fuego’, con las voces de estrellas como Alejandro Sanz, Juan Luis Guerra y Pablo López, el productor y compositor madrileño nos habla de sus años junto a Paco de Lucía y Enrique Morente
«Ayer tuvo jaleo aquí», le comento medio en broma a Javier Limón (Madrid, 1973), cuando aparece en el sótano de su casa, en un pequeño y coqueto barrio de la capital al lado del río Manzanares. Las botellas de güisqui todavía están medio ... vacías en la mesa, junto a una guitarra española y un piano antiguo con una partitura de Thelonious Monk sobre el teclado. Al levantar la vista, los restos de la fiesta se convierten en todo un museo del flamenco y el jazz de los últimos años, pero montado a base de recuerdos personales.
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¿Quién estaba en la fiesta de anoche? El productor sonríe y responde escuetamente: «Unos amigos». En las estanterías, una foto de 1995 durante el estreno de ‘Flamenco’ , la película de Carlos Saura , donde aparece con solo 22 años, pero acompañado ya de gigantes como la bailaora Manuela Carrasco, Manolo Sanlúcar y los hermanos Pepe y Paco de Lucía. Al lado, sus diez premios Grammy se mezclan con el disco de platino que obtuvo al superar las 100.000 copias vendidas de ‘Lágrimas negras’, que grabó con El Cigala y Bebo Valdés en 2003. Y, pocos centímetros más allá, otra fotografía dedicada por el pianista cubano y una carta de este enviada desde Estocolmo en 2001: «Espero que goces de buena salud con nuestros hermanos flamencos [...]. Hoy te mando la parte de guitarra y bajo para completar la bulería».
![Disco 'Hombres de Fuego' (Universal, 2021)](https://s3.abcstatics.com/media/cultura/2021/05/29/Javier-Limon-Hombres-de-Fuego-knyC--220x220@abc.jpg)
Todo parece tener cabida en el universo Limón: el ‘Poema del cante jondo’ de Lorca, la biografía del cantaor Antonio Chacón, libros de orquestación, una guía de grabaciones de jazz, cedés de Verdi y Elvis Presley y un vinilo firmado por su amigo Alejandro Sanz, que colabora en su último trabajo, ‘Hombres de fuego’ (Universal), junto a estrellas como Juan Luis Guerra, Santiago Auserón, Carlos Vives, Pablo López, Coque Malla y Miguel Poveda.
¿No me va a decir quién vino anoche? «Bueno, pon a Kiki Morente , que está siempre aquí cantando o jugando al póquer. Le tuve que echar de madrugada para llegar a esta entrevista. También Luquitas , el hijo del bailaor José el Camborio; el Piraña , percusionista de Paco de Lucía, y los guitarristas Juan Habichuela Nieto y el Paquete . Hasta ahí puedo leer. Esa es mi tertulia flamenca. Luego tengo la intelectual, con Jorge Drexler , Tony Garrido y David Trueba », comenta entre risas.
—No es mala compañía...
—Bueno, me gusta mucho la fiesta con estos chicos, porque son una generación nueva de flamencos muy sana, más informada que antes y… mmmm… digamos que no necesita ingredientes extra para animarse. Sus copas y poco más. Estas fiestas son el único lugar donde escucho flamenco de verdad. ¡Mira lo que grabé anoche!
Se acerca a su móvil y reproduce un vídeo del hijo de Enrique Morente tocando la guitarra y cantando muy relajado. «¿Ves? ¡Pues así cinco horas! Es muy bonito, porque nunca escucharás flamenco así en un disco o en un teatro. ¡Imposible! Las estructuras de los palos se abren e improvisan más».
—Siempre ha estado rodeado de las figuras más grandes del flamenco y el jazz mundial, pero ha conseguido gozar de cierto anonimato.
—Sí, pero lo cierto es que cuando en alguna ocasión me conocen, me alegro. Un día fui a un restaurante exclusivo de Formentera y, al pedir una mesa con mi pinta de turista de Benidorm, la encargada me miró como diciendo: «¡Va a ser que no!». Al decirle mi nombre para que lo apuntara en la lista de espera, preguntó: «¿Como el productor?». Al delatarme, tuve mesa todos los días [risas]. Alguna puerta así me abre, poco más.
—¿Pero es un anonimato buscado?
—Bueno, el anonimato es una de las cosas más bonitas que hay, al igual que la soledad y el silencio, aunque no estén de moda. Al final de su vida, Paco de Lucía vivió en una soledad buscada maravillosa.
—Pero tuvo que cruzar el Atlántico e irse hasta una pequeña ciudad de México.
—Sí, pero su vida había sido tan intensa, con tantas cenas y giras de meses a concierto diario por todo el mundo, que ya solo quería estar solo.
—Como profesor en la prestigiosa Berklee College of Music de Boston desde 2010, está en la cima de la educación musical, una carencia de la que Paco de Lucía se quejaba. ¿Se lo comentaba a usted?
—Sí, mucho, pero es que era muy quejica. Sin embargo, cuando le invistieron ‘doctor honoris causa’ en Berklee, el gran saxofonista Larry Monroe , vicepresidente de la universidad, nos invitó a su casa. Antes de llegar, Paco me dijo: «Una horita y nos vamos, ¿eh?». Pues bien… ¡salimos de allí a las 3 de la madrugada! Estuvieron horas y horas hablando de educación y lo cierto es que estaban de acuerdo en todo. Principalmente, en que había que tener cuidado de que la enseñanza no encorsetara al alumno y se perdieran cosas en el camino. Cuando Paco se quejaba de que no había estudiado, se equivocaba. Lo que pasa es que él llamaba a las cosas de otra manera. En vez de ‘Si séptima bemol nueve’, lo llamaba granaina; al Fa sostenido, taranta, y al La bemol, minera. Había aprendido fuera del estándar mundial, siguiendo unos códigos más flamencos y muchos más antiguos, pero eran iguales de válidos.
—Pero no leía partituras…
—No, pero hay miles de detalles en la música que no pueden escribirse. Yo he dado partituras de una bulería a músicos clásicos y no han sabido tocarla. Paco no sabía escribir música, pero la dominaba toda.
—¿Quiere decir que tenía todas las herramientas?
—Sí, pero lo importante no es tenerlas, sino usarlas bien, porque dos notas pueden ser más efectivas que una escala, como cuando Picasso cambió el arte con la idea de que había que llegar al mismo lugar con menos elementos. Morente me dijo un día que no entendía el ‘Guernica’, hasta que vio los bocetos originales del cuadro con todos aquellos detalles que el pintor había ido quitando para dejar únicamente lo esencial de cada rostro. Aquello le provocó un ‘shock’. Tanto a él como a Paco esa obra les abrió la puerta para tocar menos acordes y cantar menos notas. En sus últimos discos, Paco ni siquiera hacía picados rápidos, aunque los dominaba a la perfección, claro. Es decir, como los bocetos de Picasso, para que nos entendamos.
—¿Cómo le surgió la oportunidad de enseñar en Berklee?
—Fui a preparar el concierto de la investidura de Paco y me ofrecieron ser artista visitante un año. Luego repetí otro y, durante ese tiempo, pensé que podría hacer lo mismo que ellos habían hecho con el jazz durante 80 años, pero con el flamenco y las músicas mediterráneas. Entonces creé varios cursos sobre composición en español y los aceptaron.
—¿Estaba nervioso el primer día que llegó?
—Sí, mucho. Recuerdo entré en la sala de profesores y me encontré con Bobby McFerrin , Sting y Barbra Streisand . Y unos metros más allá… ¡a Paul Simon ! Solo quería pedirles autógrafos y hacerme fotos con ellos, pero fingí cierta pose. Entonces me acerqué a un desconocido con gorra y le hablé de ‘Lágrimas negras’ y de todas mis aventuras como sacando pecho, hasta que, al cabo de rato, le pregunté quién era: «Bueno, soy inventor», contestó. «Ah, qué bien… ¿y qué has inventado». Y soltó: «El Pro Tools» . ¡Aluciné! El tío que más impacto ha tenido en la historia de la música con su plataforma de grabación. ¡Mucho más importante que todos los allí presentes juntos!
—Parece imposible destacar como profesor allí.
—Pronto me di cuenta de que, si me salía de mi parcela de conocimiento, el flamenco y la música en español, los alumnos desconectaban automáticamente. Yo no puedo hablarles de John Coltrane, de cómo Duke Ellington armonizaba su big band o de cómo Jobim influyó en el jazz, porque saben más que yo. En Berklee, zapatero a tus zapatos.
—¿Por qué se apuntan sus alumnos a Flamenco en Berklee?
—Bueno, allí hay alumnos de más de cien nacionalidades, pero ninguno quiere ser flamenco, solo coger elementos para sus propios proyectos. Una vocalista, por ejemplo, quiere cantar por fandangos para aprovecharlo en el jazz, de la misma forma que muchos flamencos cogen cuatro acordes del jazz para meterlos en una taranta o una soleá. Dan rienda suelta a su curiosidad, como cuando Paco introdujo el cajón de Perú en el flamenco, sin que quisiera hacerse un experto en landó. Ese intercambio de dame un cigarro y toma el mechero está muy bien.
—Dígame alumnos que hayan pasado por sus clases y que podamos conocer…
—Nella, que ganó el premio Grammy a la Mejor Artista Nueva de 2019, por ejemplo. Layth Sidiq, que ha sido elegido el segundo mejor violinista del mundo o la misma bajista y cantante Esperanza Spalding, la primera artista de jazz que recibió un Grammy.
—Por cierto, ¿recuerda la última conversación que tuvo con Paco de Lucía?
—Perfectamente. Él y yo teníamos una relación familiar, de irme quince días a su casa de Mallorca por vacaciones. Su hermano Pepe conoció a mi prima en mi boda y se casaron. Sin embargo, el último día que hablamos fue la primera vez que me llamó sólo para felicitarme la Navidad y preguntarme por mis hijas, ya que siempre lo hacía por cuestiones de trabajo. Por eso recuerdo aquella llamada con mucho cariño, pues murió menos de dos meses después.
—Fue una conmoción para todo el mundo, por lo inesperado...
—Claro. Yo estaba durmiendo y me llamaron de Radio Nacional de España: «Queríamos una declaración sobre la muerte de Paco de Lucía». «¡Qué gracioso a estas horas!», respondí, y seguí durmiendo. Al rato miré el móvil y tenía 120 mensajes. ¡Me cagué! ¡Uf! Entonces me vestí rápido, fui a buscar a Alejandro Sanz y nos fuimos jutos a casa de Casilda [primera mujer de Paco de Lucía], para darle un besito a ella y sus hijos.
—Tanto Sanz como el resto de los colaboradores de ‘Hombres de fuego’ son inaccesibles para el resto de artistas.
—Cierto, pero no es premeditado. Mis discos surgen por cosas ajenas a la música. Por ejemplo, en 2006 me llamó mi mujer para decirme que no teníamos dinero para pagar la hipoteca y se me ocurrió proponerle a Warner un disco con Buika cantando coplas: ‘Mi niña Lola’ (Casa Limón, 2006). Este último nació hace cinco años tras una discusión con un jefe de Univisión que me menospreció, y le dije: «¿Ah, sí? Voy a llamar a algunos amigos para hacer un disco y demostrar que te equivocas». Un tío que ni está ya en la cadena ni me importa, pero me sirve para empezar a hacer música, que es la motivación real. Empecé a llamar a todos estos amigos y acabé de grabar sin haber hablado siquiera con una compañía.
—¿Alguna estrella se quedó fuera?
—Sabina y Serrat. Se lo pregunté y no podían. Con Calamaro teníamos la canción ya compuesta, pero no llegamos a tiempo. La grabaremos en otra ocasión.
—Según usted, en la música solo puedes aportar alguna novedad si tocas algo que tenga que ver con tus raíces. ¿Lo ha notado en Berklee?
—Constantemente. Anoche Kiki me puso un concierto de H.E.R. en YouTube. ¡Hostias! Eso antes era imposible, pero me di cuenta de que a Berklee todos iban queriendo tocar jazz o pop, para ser Billie Holliday o Bruno Mars. Sin embargo, pronto descubren que, aún siendo alumnos de países con mucho nivel musical, como Israel, España, Europa del Este o Latinoamérica, no tienen nada que hacer en el jazz, hasta que meten un poquito de su raíz y todo el mundo se gira para verles, porque destacan. A mí no se me ocurre dar tocar por bulerías en Jerez o con Kiki Morente al lado, porque no tengo nivel, pero sí en Nueva York.
—Hay que hacer fusión con lo que uno conoce, quiere decir, como cuando el gran Sabicas se fue a Estados Unidos huyendo de la Guerra Civil.
—Cuando Sabicas llegó allí, ya había hecho películas de Hollywood con Carmen Amaya y tocado la guitarra en la Casa Blanca, frente a Roosevelt, con una big band. ¡Toda una modernidad que hoy en día ni existe! Él no llegó a Nueva York como un flamenco puro, sabe lo que hace y nadie le va a enseñar nada. Con la fusión hay que tener cuidado, porque surgen mil ideas, pero pocas buenas. Como me decía Morente: «Vendo un saco de ideas por un euro, pero una buena por un millón».
—¿Es imprescindible conocer la tradición para experimentar?
—Absolutamente. Yo soy un loco del flamenco, como ves en todas esas antologías. Puedo cantar por serranas y jaberas, hablarte de las diferencias entre la soleá de Triana y la de Alcalá, citar 400 estilos de fandangos y diferenciar entre las bulerías del barrio de Santiago y las de San Miguel, en Jerez. Todo esto es un aprendizaje de años y miles de noches en el Candela hasta las 7 de la mañana. No puede venir cualquiera con dos cursos y decir que es un revolucionario. Paco y Morente ensancharon el flamenco, pero con mucho cuidado de no salirse de su lenguaje. Eso no suele ocurrir en lo que llaman nuevo flamenco.
—Pero siempre ha existido cierta necesidad de dejar bien claro qué es y qué no es flamenco.
—Bueno, es una música muy abierta que viene de los gitanos, los sefardíes, los árabes y hasta los cristianos… ¡Es difícil saberlo! Yo soy más de personas que de estilos. Si me hicieran escoger entre Paco de Lucía, Morente, Camarón y Manolo Caracol, por un lado, y el resto del flamenco por otro, me quedaría con esos cuatro nombres. Y si me hablas de Miles Davis, lo mismo. Wynton Marsalis me dijo una vez que el 95% del jazz era malo. Para mí, la inmensa mayoría del flamenco no tiene la calidad que espero.
La conversación se pierde entre la cantaora Montse Cortés, James Blake y la canción inédita de su hijo, que vive en Boston y está grabando su primer disco de pop con reminiscencias flamencas —«no se lo he contado a nadie, pero puedes comentarlo»—, para acabar en Billie Ilish: «Ójala pudiera trabajar con ella, es mi artista favorita ahora. Creo que es la cantante pop que más se acerca al flamenco. Mira, te lo enseño...». Y va a coger la guitarra.
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