LIBROS
La infamia de los Sackler
Patrick Radden Keefe aborda en 'El imperio del dolor' cómo la familia de filántropos convirtieron en drogadictos a miles de personas

Alguien me dijo recientemente que los patronatos de las fundaciones se han convertido en el nuevo palco del Bernabéu. El dinero ha encontrado en los órganos de gobierno de teatros o museos un atajo de lo más glamuroso para lavar su conciencia. A ellos destinan ... una migaja de su riqueza, para la compra de obras o el mantenimiento de sus actividades, y así su vena filántropa se ve recompensada con la vinculación a las instituciones culturales más prestigiosas. Arthur Sackler , a mediados del siglo pasado, lo entendió a la perfección.
Hijo de inmigrantes judíos, Sackler se labró una fortuna en el negocio farmacéutico y la publicidad médica con Purdue Pharma y otro puñado de empresas que fue creando para extender su influencia. Arthur era ambicioso, incontenible, y a medida que sus ingresos se iban multiplicando empezó a invertirlo en coleccionar arte para asociar su nombre con instituciones como el Metropolitan de Nueva York , a quien compró todas las obras de una sala para después donárselas. La condición: que la estancia pasara a llamarse el Ala Sackler.
Arthur levantó su imperio empresarial junto a sus dos hermanos pequeños, Mortimer y Raymond , quienes tomaron las riendas de las empresas familiares tras la muerte del patriarca. Con ellos el apellido Sackler siguió grabándose en universidades como Harvard o Tufts o museos como el Louvre o el Guggenheim de Nueva York. También fueron donantes de las universidades de Oxford, Edimburgo, Glasgow y Salzburgo, así como de la Tate Gallery o el Museo Judío de Berlín.
Purdue Pharma hizo una fortuna que se contaba por miles de millones de dólares gracias al OxyContin , un potente analgésico que provocó una epidemia de adictos al opiáceo cuyos efectos son comparables a la heroína. Desde el lanzamiento de este fármaco concebido para aliviar el dolor, en 1995, alrededor de 450.000 personas han fallecido por sobredosis relacionadas con la oxicodona, convirtiéndose en la primera causa de muerte accidental.
Patrick Radden Keefe (Dorchester, Boston, 1977), el reportero de 'The New Yorker' que se mereció todos los elogios en 'No digas nada' , su libro sobre el IRA, rastrea en 'El imperio del dolor' (Reservoir Books, 2021) cómo la saga de los Sackler pasó de hacer dinero anunciando el Valium a comercializar un producto que se consumía como una droga, incluso esnifándola o por vía intravenosa. Para muchos adictos, esta plaga moderna ha sido un paso pervio a engancharse a la heroína. Muchos de los que sí siguieron la prescripción médica se volvieron también adictos o murieron por sobredosis.
Para que esto fuera posible hubieron de confluir varios factores, todos ellos síntoma de una sociedad corrupta en las alturas: desde las instancias sanitarias que dieron el visto bueno a un medicamento que no pasó los controles adecuados a las autoridades judiciales que cedieron a las presiones del ejército de abogados de los Sackler. 'El imperio del dolor' desnuda a esa élite del poder que usa su red de influencias para protegerse, esa flor y nata de la sociedad sin escrúpulos a quien la rendición de cuentas siempre le pilla por sorpresa.
Solo en estos últimos años, después de varios intentos de enjuiciar a la farmacéutica y tras las valientes revelaciones de algunos periodistas, entre ellos Radden Keefe, ha sido posible frenar las actividades de una empresa que ganó 35 billones a sabiendas de que su producto estrella era una peligrosa droga. Solo ahora, tras una protesta social a la que se unieron artistas como Nan Goldin , el apellido Sackler ha sido borrado de las paredes de todos esos museos que durante tanto tiempo blanquearon a la saga.
'El imperio del dolor' muestra sin ambages las vergüenzas de un sistema de élites que renuncia a hacer preguntas cuando el dinero va por delante.
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