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LIBROS

«La imagen del Otro», así vimos a los demás

¿Cómo ha reflejado al Otro la tradición pictórica? Stoichita estudia el caso de negros, judíos, turcos y gitanos

Victor I. Stoichita, autor de «La imagen del Otro»

JOSÉ MARÍA HERRERA

¿Se puede seguir hablando del Otro o esta es ya una construcción con la que se pretende impedir el definitivo eclipsamiento del Nosotros? Victor Stoichita (Bucarest, 1949) propone echar un vistazo al pasado no para resolver la pregunta, sino para comprenderla mejor. Su punto de partida es la constatación de que sólo con relación al Nosotros cabe hablar del Otro. El Otro nunca es el centro de atención. Su lugar son los márgenes. Ahí es donde hay que buscarlo. Cualquier época valdría para comprobarlo, pero él se ha centrado en los albores de la modernidad, cuando Europa descubre América y surge el problema de la alteridad. Si hasta entonces el Otro había sido ante todo el musulmán, encarnado externamente en el turco e internamente en el morisco, los viajes incrementaron el número de extraños: negros africanos, indígenas de América… Lejos de lo que defendió Edward Said en su famoso «Orientalismo» (que la imagen que tenemos del oriental es fruto del imperialismo, o sea, no de la voluntad de conocer al hombre oriental, sino de dominarlo), Stoichita cree que la imagen europea del Otro se construyó a partir del Otro interior: judíos, negros, turcos y gitanos.

Amarillo apagado

Para demostrarlo, y teniendo en cuenta su condición de historiador del arte que tiene como referencia fundamental la pintura, dedica a cada uno de estos grupos un capítulo de su libro. Del negro dice que el imaginario europeo tendió a representarlo desnudo o escaso de ropa, próximo al estado de naturaleza, del que apenas habría salido, razón por la cual se le consideró ingenuo, desinhibido y lujurioso. Sin embargo, el cristianismo nunca creyó que el origen racial o étnico de las personas condicionará su salvación. Stoichita analiza diversos ejemplos iconográficos que lo confirman: el «Tríptico del Juicio Final» de Memling o el «Gran Juicio Final» de Rubens.

Stoichita, ameno y sugerente, ayuda a comprender problemas de nuestra época

El judío , adversario de Cristo, no presentaba características visibles que lo distinguieran, así que se le exigió exhibir marcas identificativas (la rueda amarilla cosida en la ropa, el caftán también amarillo). Este color siempre apagado contrastaba con el dorado de las cosas sagradas y simboliza iconográficamente, a juicio del historiador rumano, una especie de estado previo, de imperfección. Stoichita cree que la tradición europea no se conformó con esto , pues la identidad cristiana se elaboró en gran medida por contraposición a la alteridad judía, de modo que estos fueron representados como verdugos y aquellos como víctimas.

Iconografía vacilante

A otro nivel pertenece la imagen del Gran Turco , objeto del tercer capítulo. El autor centra su atención en ella convencido de que la iconografía del monarca turco se elaboró a conciencia a fin de resaltar su poder y, por tanto, su condición de amenaza real.

El último capítulo está dedicado a bohemios, gitanos y zíngaros. La inquietud que producían se reflejaba en una iconografía vacilante, llena de prejuicios, tan heterogénea en sus detalles que se diría que el gitano encarna específicamente la fusión de todo lo que aquí se ve como el Otro.

Stoichita encuentra una interesantísima conexión entre su figura y la de la Sagrada Familia (la huida a Egipto de María y José) que le sirve, entre otras cosas, para ofrecer una potente interpretación de «La tempestad» de Giorgione . Sus argumentos, no siempre definitivos, pero en todo momento amenos y sugerentes, ayudarán a comprender mejor algunos de los problemas de nuestra época.

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