LIBROS
«Gambito de dama»: Walter Tevis mueve otra vez
La novela de Tevis se publicó en 1983. Ahora se recupera al calor del éxito de su versión televisiva
![El escritor norteamericano Walter Tevis](https://s3.abcstatics.com/media/cultura/2021/02/05/walter-kOlD--1248x698@abc.jpg)
Hasta no hace mucho, los motivos para leer Gambito de dama (1983) eran la certeza de que pocos deportes son más narrativos y, además, leíbles que el ajedrez, la encendida recomendación del siempre digno de atención Michael Ondaatje; y, por último pero no ... en último lugar, el venir firmada por Walter Tevis . Uno de esos escritores que siempre estuvieron allí sin que eso significase haber ascendido a las alturas. Autor de seis novelas y, entre ellas, cuatro que pueden ser consideradas clásicos menores con muy buena suerte en su pasaje a lo audiovisual. Y con personajes de una gran potencia y -aunque de orígenes y costumbres muy diferentes- compartiendo todos la condición de outsiders perfectos. Porque Tevis (1928-1984) fue responsable de ese jugador profesional de billar en El buscavidas (1959) y su secuela de 1984, El color del dinero . Y nos trajo al extraterrestre existencial de El hombre que cayó a la Tierra (Jerome Newton con la voz y pupilas asimétricas de Bowie). Y -en lo que ha resultado ser, vía Netflix, la miniserie más exitosa en la historia y responsable directa de un boom en la venta de tableros y piezas blancas y negras- Gambito de dama (2020) con la fisonomía casi alien de Anya Taylor-Joy al servicio de la ajedrecista disfuncional y adicta y campeona mundial Beth Harmon .
Chicas fatales
De acuerdo, Gambito de dama no alcanza la maestría de L a defensa Luzhin de Nabokov . Pero sí -digámoslo- la novela es muy superior a su ya de por sí digna de elogio y muy pero muy divertida resurrección televisiva con vistosos y coloridos decorados y vestuarios y peinados que parecen salidos de páginas publicitarias de satinadas revistas que ya no existen o de una cruza entre los cuadros de Edward Hopper y las ilustraciones de Norman Rockwell.
La actriz Anya Taylor-Joy -digámoslo también- es mucho más guapa que el original de Tevis quien, una y otra vez, no deja de mencionar que su Beth es decididamente fea. Así, lo de la serie aparece irremediablemente perfumado con una fragancia que por momentos bordea peligrosamente el cuento de h adas . En la novela se narra lo mismo (Netflix la sigue sin demasiados desvíos pero, tan preocupada por su look , deja un tanto de lado su pathos ) aunque con una intensidad primero más cercana a la pequeña Dorrit de Dickens y, más adelante, a algunas chicas fatales del noir o de Richard Yates.
La novela es muy superior a su ya de por sí digna de elogio versión televisiva
Así, en la pantalla, Beth es una excepción rápidamente asimilada y festejada por quienes la rodean. Mientras que en las páginas (a destacar la pericia de Tevis en la descripción de movidas de reyes jaqueados y torres derribadas ), Beth es poco menos que un freak maltratada como versión más drogadicta que alucinógena de aquella Alicia por los casilleros del País de las Maravillas y atormentada por la Reina Roja al otro lado del espejo.
Clara estrategia
Lo que primero sorprende y enseguida se aprecia es el modo en que Tevis -también dedicado ajedrecista Clase C quien tenía clara su estrategia- va contando su historia y desplegando sus jugadas. E n línea recta o en diagonal o en dos adelante y uno al costado. Sin distracciones. Con esa clínica precisión recomendada por Stendhal y que, según el francés, sólo se alcanzaba, previa lectura de dos o tres páginas del Código Civil para así fijar su estilo, antes de sentarse a escribir, a jugar, a vencer.
En cualquier caso, la adaptación televisiva ha conseguido algo digno de encomio: convertir a la novela de Tevis en inesperado best seller en todas partes. Así que no queda sino disculpar sus evidentes concesiones y facilismos dramáticos para dejar ganar a un telespectador que no tiene, en principio, por qué ser lector. Así, el primero se emocionará con esa escena final en la que Beth se detiene para jugar una partida e n un parque de Moscú con ancianos soviéticos que la aclaman . En la anteúltima línea del libro, en cambio, nadie la reconoce. Y está bien -está mejor- que así sea.
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