El estancamiento de la fuga de cerebros

Nadie podía saber que, entre las sombras, un ladrón acechaba el momento para arrebatar tan preciado enigma y venderlo –quizás– a buen precio. El problema fue que, en el desenfreno de la huida, el caco (cuñado del finado), dejó caer el complejo órgano esparciendo, despachurrado y sin remedio, su enigma sobre el piso.

Por deformación lectora, algunos tendemos a ver en este suceso ‘post mortem’ del gran bardo un reconocible simbolismo de la actualidad: lo intangible de la creación está siendo sustituido por lo tasable de la investigación , lo que me lleva a lamentar que apenas quede ya un lugar donde el hombre lúcido pueda escapar.

Paradójicamente, en un mundo hiperconectado, la otrora fuga de cerebros singulares se ha estancado -cuando no atrofiado-, más por el fenómeno de la globalización cultural que por el confinamiento sanitario.

Las atrocidades se suceden por doquier: leyes educativas urdidas para rematar las lenguas griega y latina (total, ya estaban muertas), machismo pictórico con efecto retrospectivo, juicio y muerte en todas direcciones: matar a Balthus por pedófilo, a Colón por genocida, a Cervantes por bastardo, a Walt Disney por clasista, a Mozart por blanco, a Otelo por negro. Con la censura cultural -me temo- ocurre lo mismo que con el cerebro de Rubén Darío. Se nos ha ido de las manos.