Carla Simón: «Si el cine es terapia es muy cara. Mejor ir al psicólogo»
La directora catalana, último Oso de Oro en la Berlinale, encabeza la nueva generación del cine español, autoral, más íntima y llena de mujeres
![La directora Carla Simón con el Oso de Oro de la Berlinale por 'Alcarràs'](https://s1.abcstatics.com/media/cultura/2022/03/11/carla-simon-keHH--1248x698@abc.jpg)
Es la gran promesa del cine español, pero Carla Simón apenas vio cine durante su infancia. Sí disfrutó junto a su padre de Buster Keaton , por eso en sus películas busca la verdad y la encuentra sin necesidad de muchas palabras, en ... gestos y en miradas. No entiende el mundo sin la duda, por eso pregunta cada vez que responde. Tampoco sabe hacer películas de lo que no conoce, de ahí que ruede pocas, pero se deje en cada una algo de su alma. Su infancia tras la muerte de sus padres en ‘Verano 1993’, la recolección de melocotones a la que se dedicaba su familia en ‘Alcarràs’. «Para mí, el cine y la vida van muy de la mano», admite.
La directora catalana , último Oso de Oro en la Berlinale , encabeza la nueva generación del cine español, autoral, más íntima y llena de mujeres. Y que además viaja. «Cuando hay un poquito más de inversión, las películas llegan más lejos».
—¿Qué ha encontrado la Berlinale en Carla Simón y Carla Simón en la Berlinale?
—Una casa cinematográfica. Me encanta el espíritu que tiene el festival, muy conectado con la ciudad, con la gente… Siento que es una celebración del cine muy genuina. Ha sido una cosa muy natural, por una razón o por otra, casi cada año encontramos la manera de ir.
—España no ganaba un Oso de Oro desde 1983, con ‘La colmena’ de Mario Camus. Usted es la primera mujer. ¿Cómo ha cambiado nuestro cine en este tiempo?
—Hemos pasado por una crisis fuerte, hemos aprendido a hacer cine con muy poco dinero... Aunque no es el caso de ‘Alcarràs’, ni de la película de Isaki Lacuesta, que también estaba en competición, y es importante reivindicarlo porque cuando hay un poquito más de inversión, las películas pueden llegar aún más lejos. También hay muchas más mujeres dirigiendo. A nivel español, estamos en un momento bonito.
—La mirada tampoco es la misma.
—Las cinematografías de cada país evolucionan en relación a su pasado, y en España tuvimos una dictadura muy larga durante la que no se podía hacer el cine que los cineastas querían. Tuvimos un vacío muy fuerte que ha hecho que nuestro cine evolucione de otra manera. Ahora hay una búsqueda más grande hacia el naturalismo que no estaba antes, pero que está gracias a cineastas que han existido antes. La primera película de Lacuesta es muy importante para mí, igual que para él lo son Joaquim Jordà y Guerín. Una generación lleva a la otra, y como nosotros tuvimos este vacío, ahora estamos en un momento de explosión de muchas maneras de hacer cine, de búsquedas distintas.
—'Verano 1993' sentó cátedra. ¿Se siente precursora?
—No me siento precursora porque para mí la primera que hizo esto fue Mar Coll con ‘Tres días con la familia’. Me provocó esa sensación de descubrir que se puede ser joven, mujer y hacer películas sobre la familia. Tampoco siento que ‘Verano 1993’ fuera la primera de nada. Celia Rico, Pilar Palomero, Belén Funes, Clara Roquet... Todas esas mujeres estaban ya preparando sus películas. Ya estábamos todas ahí, pero nuestro trabajo no había aflorado. Y esto pasa porque en las escuelas se está apostando por ello; si quieres hacer cine, lo haces. Por eso todas tenemos ese compromiso ahora con la educación, de ir y enseñar para que las mujeres que vengan ni se lo piensen.
—¿Cuesta ser mujer directora?
—Es difícil encontrar nuevas maneras de liderar los equipos, aún no están acostumbrados a otras maneras de liderar, que creo que tiene mucho que ver con el hecho de que haya mujeres al mando. Yo defiendo la duda cuando estás dirigiendo y hay equipos a los que les sorprende que haya un director que dude. No puedo hacer algo sin dudar, porque, si no dudo, lo voy a hacer mal. Creo en escuchar, preguntar, plantear, que considero que es una forma más femenina de hacer las cosas para la que la industria aún no está lista. Pero es una cuestión de días, porque cuantas más mujeres haya…
—¿Por qué surge este movimiento de mujeres cineastas?
—Eso solo lo dice el tiempo, pero tiene relación con la manera de trabajar, menos industrial. Antes el cine español era muy actuado, ahora hay una búsqueda naturalista colectiva, que es algo nuevo. También en cuanto a los temas porque, por edad, hablamos de épocas de las que antes no se había hablado. Se habían contado los ochenta, toda la Guerra Civil... mucho. Y de repente hay gente hablando de hoy en día, pero también de nuestras infancias. Es un cine más íntimo, con puntos en común como contar las relaciones familiares. Aunque lo íntimo puede ser también político.
—Ahora parece en auge, pero el cine español siempre ha tenido complejo de sí mismo. ¿A qué se debe ese desprecio?
—Lo he pensado mucho y me cuesta encontrar una respuesta. Hubo la denominada crisis del cine español, cuando estudiaba la carrera y descubrí a Buñuel, a Berlanga... y pensaba: «¿Qué les pasa? Si cine interesante tenemos mogollón». Ahora estamos en un momento en que está aflorando algo colectivo, ya no son solo Saura o Almodóvar, sino muchos cineastas haciendo cine que aparte viajan. El cine español no siempre ha viajado y tenemos que empujarlo a que lo haga.
—¿Y por qué ahora viaja mejor? ¿Era un lastre que nuestros embajadores fueran figuras aisladas?
Tiene que ver con el vacío de la dictadura. Mientras estábamos con la dictadura en España, había la Nouvelle Vague en Francia, el neorrealismo en Italia, en el Reino Unido el Free Cinema… Los movimientos colectivos funcionaron en momentos en que aquí no se hacía o no se podía hacer mucho cine, por eso había figuras aisladas. Poner etiquetas y nombres y los movimientos colectivos me parece muy difícil, sobre todo cuando lo estás viviendo, pero sí siento que hay algo colectivo. En Barcelona vivimos unas cuantas cineastas, nos conocemos, compartimos nuestros procesos, nos leemos los guiones, nos vemos los cortes de las películas. El cine es muy de una persona dirigiendo, pero aquí nos acompañamos y los referentes también lo somos entre nosotras, porque, además, mujeres referentes no hemos tenido tantas.
—Su cine se caracteriza por un marcado componente autobiográfico. ¿Necesita que sus películas cuenten parte de su vida?
—Más que parte de mi vida es que cuenten cosas que me importan. Para mí, el cine y la vida van muy de la mano. Y si puedo contar una historia que tiene que ver con algo que me importa, me interesa y quiero explorar, me parece más fácil poder convivir con eso durante tres o cuatro años que estoy haciendo la película. Hace que aprenda a nivel personal cosas que me hacen crecer como persona. Hay algo también de conocer bien lo que retratas. Siempre que me adentro en temas que no conozco muy bien me siento muy intrusa. Creo que no sé hacer películas sin conocer bien de lo que hablo.
—¿Hay también algo de terapia en su cine?
—Si el cine es terapia es muy cara. Mejor ir al psicólogo [ríe]. Pero sí, es eso, te hace reflexionar sobre cosas que de otra manera no reflexionas. Hacer cine a mí me hace ver cosas en la vida que no vería o no pondría atención en ciertos detalles de las relaciones entre mi familia o de cosas que veo en la calle, en la gente. Si no hiciera cine, seguramente esas cosas no las vería. Me gusta esa idea de estar buscando para las películas que hace que vea cosas que son bonitas de retratar.
—Hacer cine de autor y conectar con el público no tiene por qué estar reñido, ¿no?
—Claro. Una película es un acto comunicativo, quieres contar una historia. Yo no aspiro a conectar con todo el mundo, pero sí aspiro a que haya gente de vez en cuando que se emocione con lo que contamos, que conecte con los personajes. Y mi filosofía de cómo filmar la película es desde los personajes para que la gente conecte con ellos. Es algo que no puedo decir que no me importe.
—¿Condiciona el presupuesto la vida de una película?
—Mucho. No es casualidad que la de Isaki y ‘Alcarràs’, ambas coproducciones, terminaran en Berlín. Las películas que están hechas con un presupuesto mayor al que estamos acostumbrados normalmente nos dan la oportunidad de afinar más en lo que buscamos y queremos. Nosotros no hubiésemos podido hacer un casting de un año con un presupuesto como el que tenemos normalmente y sin ese trabajo, 'Alcarràs' no sería lo que es ahora. Creo que no es casualidad que las dos terminaran en Berlín. Hay una reflexión acerca de que hemos abandonado, olvidado, el poder que tiene el cine de exportación de la cultura, de nosotros al mundo. ¿Cuántas cosas sabemos de Francia, de Japón, de Italia, de EE.UU. gracias a sus películas? Hay que cuidar el cine porque tiene un poder muy grande.
—¿Cuáles son las películas que convencieron a Carla Simón para contar su vida a través de una cámara?
En mi casa no veíamos mucho la tele. Mi padre nos ponía Buster Keaton, me acuerdo de mirarlo y que nos encantaba. También las películas de Disney, pero no tenía un bagaje. Cuando empecé a estudiar bachillerato yo quería hacer periodismo pero hice una asignatura de imagen y nos pusieron ‘Código desconocido’, de Michael Haneke, que fue como para mí el descubrimiento de entender lo que se puede hacer cuando haces cine, cómo contar una historia para el espectador, pero que debajo tenga muchas más cosas de las que puedas ver en esa historia.
—Rueda en catalán en un tiempo en el que la lengua se usa como arma arrojadiza. ¿Existe tal polémica más allá de la política?
—Para mí, el tema de la lengua va más allá. Mi infancia fue en catalán, entonces 'Verano 1993’ fue en catalán. En ‘Alcarràs’ todos esos agricultores usan el catalán, por lo tanto tiene sentido que esa historia sea en catalán. Y cuando haga una historia en otro sitio, pues va a ser en el idioma de ese sitio. Por mi búsqueda del cine es lo que tiene más sentido. ‘Alcarràs’ demuestra que da igual la lengua con la que estén contadas las historias, pueden llegar a la gente de todas maneras. Ha sido algo bonito, porque de repente hay gente que descubre que existe una lengua que se llama catalán gracias a estas películas. Al final la cultura es eso, poder mostrarnos y mostrar cosas que la gente no sabía y hacer que las descubramos. No debería politizarse.
—Con las redes sociales y los juicios mediáticos, ¿son los artistas menos libres que antes? ¿Hay censura por la presión social, por esta moda de la corrección política o el miedo a la cancelación?
—Yo no tengo redes, no me entero de las cosas porque no quiero vivir así. Pero vivimos en un momento de corrección política que a veces habría que darle un meneo. Nos pasó con ‘Alcarràs’, que es un retrato de un espacio, de una gente, de una situación que nos llevó a cuestionarnos si era políticamente correcto que la mujer de 85 años hiciera un comentario despectivo. Y la respuesta era que no, pero si esta mujer hace este comentario para mí se tiene que quedar en la película. Las películas tienen ese poder de retratar con todas las caras, las buenas y las malas. Y a veces esa corrección política no nos lleva a ningún sitio.
—En la era de las plataformas, ¿puede la emoción vencer al algoritmo?
Ojalá, ojalá. Estaría muy bien. Creo que pueden convivir y no es tanto vencer, sino compartir las pantallas y poder ver de todo. Es muy importante la educación.
—Lo han matado mucho, pero todavía vive. ¿Es un poco masoca el cine?
—[Ríe] Hombre, un poco locos sí estamos los que hacemos cine. Es un formato que se cuestiona todo el rato, pero no me parece que vaya a desaparecer porque las salas son una experiencia colectiva, donde dejas el móvil, te concentras, estás a oscuras… Tengo esperanza. No sé si soy optimista de más.
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