arte
Richard Hamilton: corrigiendo injusticias po(p)éticas en el Museo Reina Sofía
La muestra que acaba de presentar el Museo Reina Sofía pone un poco de orden en la leyenda de Richard Hamilton. Sin duda, a él se debe el cuadro fundacional del movimiento pop. Pero, como revela la exposición, fue un creador polifacético

Todos los iconos nacen de malentendidos. Y a lo mejor la frase misma es un pleonasmo, porque puede que todos los iconos sean malentendidos. Sobre iconos y equívocos culturales trabajó toda su vida Richard Hamilton, y él mismo fue víctima de alguno: es una verdadera injusticia poética (o injusticia pop, y hasta ética) que un autor tan diverso en su técnica y sus influencias intelectuales, con tantos intereses y facetas como los que pueden descubrirse en esta expo del Museo Reina Sofía , haya pasado a la Historia para el gran público como el autor de un solo gran éxito icónico. Un one hit wonder, en el idioma del pop: El celebérrimo collage de 1956 ¿Qué es lo que hace que las casas de hoy sean tan diferentes, tan atractivas?, reproducido hasta la náusea como primera obra pop.
Porque es verdad que en el collage de marras cristalizaron muchos aires de aquel tiempo, pero también nacía de la influencia de artistas americanos pre-pop (uno piensa en Charles Demuth ), de cinco siglos de arte europeo (de la perspectiva renacentista a las vanguardias) y del trabajo en grupo del Independent Group, un colectivo laxo de artistas e intelectuales británicos que concibió la muestra This is Tomorrow: una especie de manifiesto que sirve de contexto para esa obra concreta (eso lo han entendido muy bien los comisarios de esta expo, que lo sitúan como preámbulo a la protoinstalación reconstruida para la que sirvió de tarjeta de presentación).
Una imagen nítida
Así que al final, el largo paseo por esta mega-retrospectiva, junto a los ensayos importantes de Buchloh o Hal Foster en el catálogo, sirve para obtener una imagen más nítida de Hamilton y de toda la génesis complicada, a los dos lados del Atlántico, del arte de posguerra.
Porque si antes de visitarla nos preguntasen qué portada de un disco de los Beatles diseñó Hamilton, la tentación sería pensar en el Sgt. Pepper’s: abigarrada, colorida, mezclando efigies reales e iconos de la cultura de masas en un retrato de grupo sin jerarquías, ni prejuicios. Sin embargo, Hamilton diseñó el White Album: un alarde de minimalismo estricto y numerado, ultra-cool, que uno como mucho atribuiría a la influencia gélida de la ultra-moderna Yoko Ono . Aquí haría falta, eso sí, recordar que Hamilton propuso variantes de la portada con manchas de café o churretes de pulpa de manzana, que la discográfica rechazó por «poco prácticos».
Y no acabarían ahí los malentendidos: basta recordar la famosísima lista de características del pop que Hamilton incluyó en su carta-manifiesto de 1957 a los Smithson, la pareja de arquitectos compañeros de viaje de tantos artistas de los sesenta. El arte Pop debía ser «1: popular (diseñado para un público masivo); 2: efímero (soluciones a corto plazo); 3: desechable (olvidable); 4: barato; 5: producido en serie; 6: joven (dirigido a estos); 7: ingenioso; 8: sexy; 9: engañoso; 10: glamuroso; 11: un pelotazo».
Fue un artista «total» que mezcló sin atragantarse todo tipo de conceptos
El cinismo de esfinge de ese oráculo parece sacado de Andy Warhol , porque se corresponde a duras penas con el trabajo hondamente intelectual, complejo, altamente politizado y desde luego nada complaciente que uno ve en sus más de cuarenta años de trayectoria resumidos aquí. Otra cosa es que su lista, profética, se lea en 2014 no como un decálogo del buen arte pop, sino como un mantra secreto y compartido por buena parte de los artistas, galeristas y comisarios que uno se cruza en bienales y ferias de todo el planeta... Pero esa ya es otra historia, y en todo caso daría fe de la presciencia de Hamilton a la hora de cazar al vuelo los mecanismos del marketing entendido como una de las Bellas Artes.
Por pura chiripa
Lo que sí es cierto es que a lo largo de toda su vida le interesaron todas estas cuestiones de la perspectiva y el punto de vista, de la comunicación y los pactos de entendimiento entre artista y público. Cuando pintaba y montaba exposiciones, cuando fotografiaba y se deja fotografiar, el arte funcionó para Hamilton como metáfora de la comunicación: de sus malentendidos, sus fracasos anunciados y sus hallazgos por chiripa.
De nuevo los equívocos y los puntos de vista cambiantes: Hamilton fue un artista «total» que mezcló sin atragantarse el principio de indeterminación de Heisenberg, la noción de paralaje de los arquitectos clásicos (ese desplazamiento aparente de los objetos en función de nuestra posición) y la subversión relativista de Duchamp. Entendió pronto que los iconos de la cultura de masas eran un buen vehículo para tantear las posibilidades de un arte nuevo.
Ahí están sus exploraciones tempranas de la percepción en la serie Trainsition, que tiene que ver con algo tan inglés como el viaje en tren y los cambios de perspectiva que experimentaba al mirar por la ventanilla (también en el título: Train-I-sit-on, el tren que me lleva). O los montajes de exposiciones pensadas como instalaciones en las que el visitante se vuelve autor, y quizá incluso obra: verdaderos «penetrables», por tomar el término prestado a Oiticica , que expondría en la Whitechapel diez años después de This is Tomorrow.
Hamilton estuvo rápido a la hora de entender el «marketing» como una de las Bellas Artes
Y sobre todo, una serie de polaroids fascinantes, realizadas en 40 años por la plana mayor del arte contemporáneo mundial: Hamilton viajaba con su cámara y pedía a sus colegas que le retrataran: lo que resulta es un emblema de su trabajo y los cambios que introdujo en el arte de la segunda mitad del XX. ¿Son obra de Hamilton o de quienes apretaron el botón? ¿Son retratos del retratado o del retratista? Quizá, en realidad, como esta expo, lo sean de toda una época.
Esta funcionalidad es sólo para suscriptores
Suscribete
Esta funcionalidad es sólo para suscriptores
Suscribete