LIBROS
«Mi vida querida»: la última entrega de Alice Munro
El amor protagoniza los relatos de Alice Munro, que se consolida como la gran heredera de Chéjov. Una estirpe de personajes perdedores y atmósferas que rozan la irrealidad conviven en «Mi vida querida»

Comparada muchas veces con el gran maestro del cuento, Chéjov, la canadiense Alice Munro (Wingham, Ontario, 1931) es probablemente la mejor autora de relatos de nuestros días. Algunas de sus piezas, repartidas en doce colecciones, entre las que destacan «El amor de una mujer generosa», «Escapada» o «Demasiada felicidad», alcanzan una rara y casi inquietante perfección . Y si Chéjov clamaba en su día por la simplicidad y la brevedad («la brevedad es hermana del talento», escribió), también lo hacía por una despojada escasez de detalles que contravenía el asfixiante realismo balzaquiano, pendiente de la más mínima fruslería.
El lector, en el caso de Chéjov, pero también en el de la agudísima y perturbadora Munro, tiene que resolver y completar con su imaginación mucho de lo que no se dice en el relato. Esas descripciones y frases no acabadas, que se dejan pendientes, enigmáticamente esbozadas. «Un solo detalle basta –diría Chéjov–; los detalles, incluso los más interesantes, acaban por cansar la atención.»
Centros sísmicos
Efectivamente, en los de nuevo magníficos relatos de «Mi vida querida» , los diálogos muchas veces se cortan, se ven interrumpidos violentamente. Las pausas, los vacíos y elipsis alcanzan la categoría de un relato paralelo en estas historias que casi siempre giran alrededor del amor. Sus protagonistas más bien se dejan llevar por la inercia de los acontecimientos, en una lenta e imparable sucesión de golpes y traspiés , antesala «del reclamo y decepción de lugares lejanos». Personajes, como en las obras de Chéjov, caracterizados por su inacción, por lo que no llegan a emprender o por lo que emprenden siempre a destiempo.
Como en Chéjov, el lector tiene que completar lo que no se dice en el relato
Muchos de estos cuentos, ambientados en pequeños pueblos canadienses o en metrópolis como Toronto o Vancouver, tienen como trasfondo la época de la Segunda Guerra Mundial y los años posteriores. Son historias suspendidas, de una poesía desoladora y espectral , envueltas en ocasiones en frías atmósferas como surgidas de un sueño, rozando la irrealidad.
Así sucede con uno de las mejores piezas del volumen, «Amundsen», una versión concentrada y estremecedora de «La montaña mágica» en plena guerra mundial. En ella, un sanatorio para niños tuberculosos sirve al mismo tiempo de escuela en cuyo seno surge una áspera y cruel historia de amor. Allí también tienen cabida los sueños perdidos, interrumpidos, como los que se dieron en el hogar donde creció Munro, tal y como cuenta en los cuatro textos de raíz autobiográfica que cierran el volumen.
Su padre, que acarició «la idea de prosperar» criando zorros plateados y acabó trabajando en una fundición, y su madre, una maestra criada en una miserable granja de un páramo, se convierten en centros sísmicos en torno a los cuales gravita todo un mundo de resentimientos. Ellos encarnan la larga estirpe de perdedores que habita en estos cuentos.
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