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Nancy Huston: contra los tabúes del feminismo
La polémica acompaña a «Reflejos en el ojo de un hombre», un ensayo de Nancy Huston que toca tabúes impronunciables, mezcla autobiografía y reflexión y ahora llega a España

Nacida en Canadá y criada en lengua inglesa, Nancy Huston (Calgary, 1953) se ha convertido en una de las más importantes escritoras de Francia, donde vive desde comienzos de los años setenta. Exalumna de Roland Barthes, es autora de una voluminosa obra, repartida entre novelas (como la espléndida «Marcas de nacimiento», Premio Fémina 2006), teatro y notables ensayos (caso de «Nord perdu», sobre los expatriados y la adquisición de una lengua, o «Professeurs de désespoir», sobre la presencia del nihilismo en la literatura).
Feminista convencida en sus comienzos, aunque actualmente muy crítica con las versiones más radicales de aquel movimiento, como igualmente ha sucedido con otras famosas escritoras –Doris Lessing y Margaret Atwood–, hace poco más de un año Huston publicó la edición original de este brillante y muy polémico ensayo, «Reflejos en el ojo de un hombre» , dedicado a revisar un buen números de mitos alrededor de la palabra «género». Un texto provocador, que levantó ampollas, pues toca un buen número de tabúes impronunciables, como el de la biología y el de la coquetería, en torno a las diferencias entre hombres y mujeres. Revisiones que, tal y como suponía la autora, enojaron a «los que se oponen a la biología y a burlarse de la programación genética», aunque –añadía– «a la especie no le importa, los que se burlan de ella desaparecen sin dejar rastro».
De forma incontestable, a lo largo de la Historia –e incluso hoy, afirma Huston– han jugado un papel proverbial en el mantenimiento de la especie la coquetería, la seducción, el placer por la atracción física y la potenciación del deseo a través no sólo de la publicidad y las imágenes, sino de la elección totalmente libre de la mujer. Un «sustrato biológico» que desde hace medio siglo sería expulsado como anatema de la mentalidad occidental.
Huston señala la pasividad dogmática de los defensores de «la teoría del género»
Poco a poco, la mujer del posfeminismo a la que se refiere Huston lo ha vuelto a vivir sin el peso ya de la alienación, o de algo «antirrevolucionario», como mantendrían las feministas y muchos otros «cegados por nuestras ideas modernas sobre la igualdad de sexos».
Lo que Huston pone de relieve sin cesar, de forma valiente y nada complaciente, es ese cómodo vacío, esa pasividad dogmática a la que se aferran aún los defensores de «la teoría del género» en temas complejos y vulnerables, de raíz antropológica, que «si no consiguen explicarse, conseguimos no verlos».
«Marilyn» a secas
Durante los dos millones de años de la vida humana en la Tierra, el vínculo entre mirada y deseo ha sido básico para la existencia, asegura: «El hombre mira y la mujer es mirada». Pero la mirada masculina «es innata, está programada en el disco duro genético del macho humano». Inclinarse de nuevo por no despreciar la biología, en contraposición a los que aún siMguen cargando las tintas únicamente en la «educación igualitaria», y afirmar que los comportamientos «machistas» están en parte biológicamente determinados, «no implica decir que haya que tirar la toalla con el sexismo». Los abusos, la discriminación en la vida diaria siguen existiendo.
Nacy Huston mezcla autobiografía con reflexión, entrevista a personas que le ofrecen su testimonio, introduce en su relato pequeños y estremecedores bosquejos biográficos de mujeres célebres, desde muy pronto víctimas de una belleza que las hacía distintas y que provocaba todo tipo de reacciones en los que las veían, ya se llamaran Anaïs Nin, Norma Jean Baker –más conocida como «Marilyn», a secas–, la fotógrafa Lee Miller, Jean Seberg o teorizadoras modernas de la prostitución, como la joven y bellísima escritora canadiense Nelly Arcan , autora de «Putain», que se suicidó en 2009.
Un texto que levantó ampollas, pues toca un buen número de tabúes
A su vez, Huston narra su propio proceso de cambio de enfoque: «He necesitado mucho tiempo para admitir, o quizá para recordarme a mí misma, que las mujeres también sienten el deseo de ser miradas». Aunque, como añade, este proceso no está exento de paradojas en una sociedad como la nuestra, atrapada entre dos extremos: por un lado, negar la diferencia de los sexos; por otro, exacerbarla a través de las industrias de la belleza y la pornografía. Pero no es la única contradicción: cuanto más aprovecha la mujer moderna su liberación para dedicar menos tiempo a la casa, más obsesivamente se preocupa por cultivar su cuerpo, empleando un tiempo y energía «sin límite».
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