Cristiano, un atleta de yate
Diosas y narcisos
«Va en horas bajas, ya, porque fue un bólido, y porque dejó el Madrid. En vísperas de su ocaso, es noticia, porque él siempre fue la apoteosis»
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Empieza a empujar tanto, en la fama, Georgina como Cristiano, y el auge de la chavala es el diagnóstico del crepúsculo del futbolista, que siempre sostiene algo de delantero de la soltería, de narciso del escaparate de su talento. David Beckham inauguró ... el futbolista de mechas, el pelotero de tatuajes. Cristiano ha cumplido la lámina del futbolista de anuncio, pero de anuncio de sí mismo. Cristiano va en horas bajas, ya, porque fue un bólido, y porque dejó el Madrid. Yo creo que Cristiano, en vísperas de su ocaso, es noticia, porque él siempre fue la apoteosis. Lleva un rato despidiéndose, aunque no lo veamos.
A nuestro Narciso le asignaron el mismo 9 de Di Stéfano, que es el monarca de los dorsales, y su presentación en el Bernabéu fue como un Madrid-Barca, pero jugado por él solo. Teníamos futbolista planetario y teníamos portada del 'Vogue' en el mismo tío. Luego, sería el 7. No es detalle desdeñable que en su primera visita al Bernabéu batiera en récord de eufóricas multitudes al día en que Maradona saludó a la afición del Nápoles, o Thierry Henry a la del Barca. En rigor, llegó a Madrid antes de haber venido, porque así son las vísperas de las estrellas, y luego ha sido noticia incluso cuando no había noticia. Ocurre ahora mismo, cuando enseña el yate como un balón de oro.
Con él, disfrutamos a un futbolista, pero también a un titán de spot y a un macho con pendientes de club de fans. Dará, aún, noches de gloria, pero Cristiano ya no es Cristiano. Uno no quisiera hacerle aquí sólo la glosa del famoso planetario, pero resulta inevitable la cenefa festiva, porque un mozo que llenó el Bernabéu sin partido no es un mozo cualquiera. Yo creo que es Cristiano el primero que salta al césped muy puesto de pendientes. Viene de un padre que sucumbió al alcoholismo, y sus hermanos caminaron el costado salvaje de la vida. A él le salvó la droga benéfica del fútbol, y se ha hecho todo un atleta que enseña el yate para que veamos los abdominales, o al contrario.
Su juego resolvía un cruce de boeing y empeine, de tacón y estampida. En el arte del disparo, su balón viene de la estratosfera. No sólo desguazó partidos, sino competiciones enteras. Aún vive para ganar, que en él es también presumir. Insisto en recordar su presentación de fichaje atronador de Concha Espina, porque el Bernabéu llegaba a Londres, a Tokio, a Lisboa. Era como presentar en sociedad a Lady Di, pero exactamente al contrario. Cristiano mete un gol y mira a la cámara que no ve, para que así lo contemple el mundo entero. Estamos ante un narcisismo que practica la galopada. Cristiano es un elegante de aeropuerto, que es cuando va de traje oficial. Si un elegante se pasa por un extremo, nos sale un candidato a hortera. Si el elegante se pasa por el otro extremo, nos sale un dandi disfrazado, que es lo único que no puede permitirse un dandi, cuya religión es el exceso, pero el exceso como naturalidad.
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Como es Cristiano guaperas, y tirando a exótico, da toda una lámina de bigardo, a pesar de la gomina, o precisamente por la gomina misma. Cuando va de peatón, es a menudo un metrosexual que descarrila. Entre uno y otro está el Cristiano que va vestido de futbolista, pero ese cromo aquí no toca. El elegante es el atleta de traje azul, y el otro, enjaezado de pendientitos y corbata beatle, es un mozallón que promueve tendencia, pero a menudo tendencia de lo hortera. En cualquier caso, es el pichichi de lo exótico. Para siempre. Un apolo con yate para los retratos.
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