La comida, entre fiesta y siesta
Yo creía que en la fiesta española lo predominante era el alcohol. Ahora me he dado cuenta de que no es así. Aquí se bebe para acompañar el otro ritual, que es el verdaderamente importante: comer
Tumba al traductor desconocido

Hace un año, el escritor Miguel Ángel Oeste me invitó un sábado a comer a su casa. Cuando le pregunté a qué hora, me respondió con su acento malagueñísimo: «qué sé yo, a la hora de la comida, ¿te parece?». Estábamos en la Alameda ... Principal, ya para despedirnos después de habernos tomado un café y no quise retenerlo más tiempo. Después le mandaría un WhastApp para precisar la hora, pues ¿a cuál comida se refería? ¿Al almuerzo o a la cena? El desayuno era improbable, pero no podía descartar que se tratara de un brunch. Después comprendí que en España, cuando dicen «la comida», se refieren al almuerzo.
Pocas cosas definen más a una cultura y la diferencian de otras, que la gastronomía y la gramática. Y, en este caso, que las palabras que en cada lugar se usan para referirse a los alimentos, los platos y las comidas. Este tema es un caldo de cultivo para los llamados «falsos amigos». En Francia, por ejemplo, almuerzo y almorzar, tanto el verbo como el sustantivo, se dicen con una sola palabra, 'déjeuner', que no debemos confundir con desayuno, que allá llaman 'petit-déjeuner'.
En el caso de la comida española, la vaguedad del término sorprende en especial en un país donde la gente no hace otra cosa que comer. No hablo de gula, sino del placer de comer. Quizás la sinécdoque es una forma de subrayar la preminencia del almuerzo sobre las otras comidas, a diferencia de Estados Unidos, que ha tenido éxito exportando sus hábitos protestantes al resto del mundo convenciéndonos de que el desayuno es la comida más importante del día. Si además pensamos en esa otra tradición española, la siesta, parece confirmarse la importancia del almuerzo: sin un buen atracón a mitad del día, no podrían entregarse tan fácilmente a ese letargo que es el que en realidad divide en dos la jornada. El binomio fiesta/siesta, más que un tópico nacional, es un tópico entre los extranjeros que recorren España o han vivido aquí.
Para contribuir con el lugar común, sólo agregaré un matiz. Hasta hace no mucho, yo creía que en la fiesta española y en todas sus variantes cotidianas, esas que no necesitan una festividad en el calendario para darse, lo predominante era el alcohol. Ahora me he dado cuenta de que no es así. Aquí se bebe, a veces incluso hasta la inconsciencia, para acompañar el otro ritual, que es el verdaderamente importante: comer. Irse de marcha es el modo más deportivo que han encontrado los españoles para pasar toda una tarde o toda una noche yendo de un lado a otro, sí, pero comiendo. Método mucho más eficaz y menos desagradable que el viejo hábito imperial romano de vomitar para poder seguir engullendo.
Pocas cosas definen más a una cultura y la diferencian de otras, que la gastronomía y la gramática
Este error de percepción lo atribuyo a mi experiencia venezolana, la cual he visto que comparten, en mayor o menor medida, los demás países de América Latina y que se resume muy bien en un viejo chiste que procedo a contarles a modo de cierre: dos borrachitos planean irse a la playa y sólo cuentan con cien pesos. «90 son para el ron y 10 para el pollo», dice uno de los borrachos, sacando las monedas. El otro lo observa unos segundos y luego le contesta: «Compadre, ¿no le parece que eso es mucho pollo?».
Esta funcionalidad es sólo para suscriptores
Suscribete
Esta funcionalidad es sólo para suscriptores
Suscribete