Comer, comer
PECADOS CAPITALES / LA GULA
La gula es una de esas cosas de ricos que ahora son de pobres

Como cualquier español de cierta edad sabe, a los siete pecados capitales se le oponen siete virtudes. Contra la gula, templanza. Que no sé yo cómo alguna dieta no se llama así, templanza. O sea, moderación, continencia. Lo mismo existe y no me he enterado. ... Francisco Grande Covián, que era un experto de verdad que salía en las tertulias de televisión cuando también estudiábamos el catecismo, decía que hay que comer de todo, pero en platos de postre. La buena educación de una tía abuela también te recuerda que tienes que comer de manera que si recibes una invitación a almorzar o cenar justo después (o durante) puedas aceptarla. La gula busca la satisfacción a través de la ingesta de comida y bebida. Una ingesta nada normal. La más contemporánea y cutre manifestación de la gula es el bufé libre (all you can it, todo lo que puedas comer). O como diría Deborah Vance en 'Hacks', el aliento de 600 personas sobre tu comida.
La gula es una de esas cosas de ricos que ahora son de pobres. Al menos la gordura producida por comer. Pero tampoco hay que irse al siglo de Rabelais. Con irse al siglo de Antonio Mercero, el XX, es suficiente. Cuando ponían 'Verano azul' no te afeaban reírte (sin humillaciones) de lo gordo que estaba el Piraña. Hasta le hicieron una canción que él interpretaba con Tito llamada 'Comer, comer'. La letra era así: «Quiero comerme un bocata de queso, aceitunas sin hueso, sandía y melón. Quiero comerme catorce filetes, castañas, chanquetes y un kilo de arroz. Quiero comerme fabada, lentejas, tortilla, salchichas con pan. Quiero comer chocolate y bizcocho, pastel de borracho y de prostre un buen flan». Porque en la canción de Vainica doble hecha para 'Con las manos en la masa' se nombraba mucha comida, pero no que alguien se la quisiera zampar seguida.
Claro que la obra literaria más relacionada con la gula es 'Gargantúa y Pantagruel', de Rabelais. Dalí en 1973 hizo 25 litografías inspiradas en la misma. Cómo ignorar esas escenas excesivas. Gargantúa y Pantagruel, padre e hijo. Gigantes bondadosos y glotones. Las primeras palabras de Gargantúa son «¡A beber, a beber!». Un monumento literario. Un mundo dominado por gigantes y cretinos, borrachos y farsantes. Y, sobre todo, por el humor, la erudición y los disparates de Rabelais que dejaban turulato al lector de su época. Y al actual.
En el cine tenemos 'La gran comilona', de Marco Ferreri, donde Marcello, Ugo, Michel y Philippe (nombres también de los actores) se juntan un fin de semana para un suicidio gastronómico. El plan es comer sin parar. Como en 'Gargantúa y Pantagruel', la escatología está servida.
La gran ingesta no siempre es por gula, puede ser por una apuesta. Miren Paul Newman en 'La leyenda del indomable' y los 50 huevos duros que se come. Contaba Dennis Hopper que el actor no se comió 50 pero sí más de 20. Se puso malísimo. Volvemos a la escatología.
Es verdad que, en España, como en todos sitios, en la vida y en la literatura, hemos oscilado entre el hambre y la gula. Y la gula, demonios, es el más tolerable y permitido de los pecados capitales. Aunque sea un poco juego de palabras, no es de extrañar que uno de los productos de más éxito de los últimos años será la gula. La Gula del Norte. Invento en el que se empeñó Álvaro Azpeitia cuando descubrió el surimi en Texas a la vez que su empresa de angulas se iba a pique. La idea de comer gula es la perfecta vuelta de tuerca de un pecado capital chuchurrío. Que el eslogan de la marca sea «La auténtica» (el primero que la anunció fue Alfredo Landa), el remate perfecto.
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