Los Goya son los Velázquez
Esta vez no ha sido diferente, larga y tediosa como siempre. Eso sí, este debería ser el año en el que cambien su nombre
Los Goya de las sorpresas premian 'ex aequo' a 'El 47' y 'La infiltrada'
Los mejores y los olvidados
![Luis Tosar, durante su actuación en la gala de los Goya](https://s2.abcstatics.com/abc/www/multimedia/cultura/2025/02/08/Goya_Luis_Tosar-RNCJvmjsmP2jpSYlDutSt0M-1200x840@diario_abc.jpg)
La gala de los Goya es como las palomitas de maíz: uno, inasequible al desaliento, siempre espera de ellas que estén mucho mejor de lo que luego están y, aún sabiéndolo, no puede evitar caer una y otra vez. Este año no ha sido ... diferente, larga y tediosa como siempre (disculpen el eufemismo), debería ser este en el que, definitivamente, cambien su nombre y pasan a llamarse, aunque sea de manera oficiosa, Los Velázquez, como en aquella gloriosa parodia del gran Juan Carlos Ortega de la que ya es indistinguible. La cosa arrancaba con Luis Tosar, al que se iban uniendo otros actores, cantando (mal) la canción Bienvenidos. Como pensé, optimista como soy, que los guionistas no podrían ser tan previsibles, juré con el puño en alto, a lo Escarlata O'Hara, que, de aparecer Miguel Ríos, me retiraba a mis aposentos y me inventaba este artículo. Lo que van a leer a continuación es, pues, fruto de mi imaginación.
No, es broma. No tuve más remedio que enjugarme las lágrimas, sobreponerme y seguir viendo aquello por imperativo laboral. Así que créanme (porque es verdad) si les digo que, antes de bajarse del escenario, el cantante gritaba sin venir a cuento «free Palestina», abriendo así la veda para la enumeración de todas las causas justas posibles casi por orden alfabético. ¡Que lo woke no estaba muerto, que estaba de parranda! Recogían el guante las presentadoras, Maribel Verdú y Leonor Watling, con un recuerdo para las víctimas de la dana y ya, a lo largo de toda la ceremonia, aparecerían, sin rubor ni decoro, todas las demás: la inmigración, el problema de la vivienda, la lucha contra el cáncer, los nuevos imperialismos, las limpiezas étnicas, el cambio climático, las madres trabajadoras, la guerra en el Congo, la violencia sexual, la demencia, la ultraderecha y hasta los migrantes climáticos. El climax absoluto, por el descontrol emocional, lo alcanzaba una señora con gafas, Goya al mejor sonido por la película Segundo Premio, que dedicó dos minutos (¡dos minutos!), no a agradecer el premio a todos sus familiares vivos y muertos, sino a darnos un mitin ni solicitado ni merecido. A grito pelado, puñito en alto y preocupantemente compungida, declamaba un desubicado alegato a favor de que los promotores de viviendas destinasen el 30% de estas a vivienda social, porque lo había dicho una vez su hermana y por eso estábamos todos allí, y contra los centros comerciales y los resorts. Pues muy bien. Me hubiese encantado saber lo que pasaba en esos momentos por la cabeza de Richard Gere, Goya internacional, sentado en la primera fila junto a su señora, a la que un rato antes no le hacía mucha gracia (se le notaba en el rictus) que Aitana Sánchez Gijón, espectacular Goya de honor 2025, dijese que era el amor de su vida. Gere, al recoger el galardón, también se apuntaba, supongo que por integrarse, a la moda reivindicativa y nos arengaraba a estar alerta porque son tiempos oscuros (hablaba de la situación en su país y alertaba de que no era un fenómeno exclusivo de allí, en clara alusión al tirunfo de Trump). Y a mí, mientras le aplaudían entregados desde el patio de butacas, me daba la risa tonta al recordar aquel «Qué grande es el cine» de Garci en el que emitieron «Cotton Club» y Fernando Méndez-Leite, actual presidente de la Academia, que estaba entre los tertulianos, decía que «a Richard Gere no hay quien le aguante», así en general, en ninguna película, que es un actor que detestaba y que «tiene un problema tremendo, y es que tiene unos ojos así de chiquititos» y no se puede hacer una película con un protagonista que tiene los ojos chiquititos «porque nunca sabes qué es lo que expresa». Supongo que ha cambiado de opinión o no le habrían dado el Goya internacional bajo su mandato a tan mal actor.
Llamativo, por inesperado, ha sido el momento en el que un premiado (disculpen que no recuerde quién ni por qué) ha defendido a las familias. He temido por un momento que le cancelasen allí mismo, por subversivo y ultraconservador. Pero, afortunadamente y contra todo pronóstico, ha salido indemne de un trance más transgresor hoy que enseñar las tetas, pero no tanto como pronunciar sobre el escenario el nombre de la ausente Karla Sofía Gascón. Al hacerlo los productores de 'Emilia Pérez', al recoger el Goya a mejor película europea, se ha escuchado algún silbido entre los tímidos aplausos y su ensayado «ante el odio y el escarnio, más cine y más cultura» ha sonado casi a compromiso, más tibio, desde luego, que el «cuanto mayor es el error, más necesario es el perdón» de un desacomplejado C. Tangana que les ha dicho a todos, con intención y sin titubeo, que ellos también se equivocan. Un rato antes, en la alfombra roja, veíamos cómo Macarena Gómez, Aldo Comas o Arturo Valls la apoyaban sin reservas mientras otros, como las propias presentadoras o el presidente del Gobierno, evitaban pronunciarse con evasivas. Otra ausencia, la de Pedro Almodóvar, no nos ha librado, sin embargo, de su afán de pontificación. Esta vez por persona interpuesta, ya que ha sido su hermano Agustín (que es el Carlos Bardem de Calzada de Calatrava), el encargado de leer la encíclica: que si cuidado con el neoliberalismo, que si el auge de la ultraderecha, que si nos vamos al garete, que si los tiempos apocalípticos.
Lo mejorde la gala: que tenemos, hasta la siguiente, todo un año para olvidarla.
Lo peor: que el año que viene más, y no mejor. Me temo.
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