Carlos Mayor Oreja: «Convertir una lengua en un elemento de agresión hacia el otro es un disparate»
Después de una vida vinculado a la educación, el político y abogado publica su primera novela, 'Tiza y pancarta', una crónica social y personal del País Vasco de 1976 y 1977
El terrorismo como herencia y trauma familiar

Carlos Mayor Oreja (San Sebastián, 1961) es el hermano menor de una familia ligada a la política y la función pública. Él mismo ocupó una silla de la Asamblea de Madrid entre 1995 y 2003, pero la verdadera constante en su vida ha sido ... su compromiso con la educación. Así lo avala haber sido director general del CEU San Pablo, fundador de la Universidad Internacional de La Rioja (UNIR) y presidente del Consejo Social de la UCM.
Como no podía ser de otra manera, su primera novela, 'Tiza y pancarta' (Almuzara), es «un relato de aprendizaje que se mueve entre la fe, la política y la violencia» que se ubica en 1976 y 1977, una de las épocas de mayor convulsión de la historia reciente española.
'Tiza y pancarta' nace de sus propios diarios de juventud y gira alrededor de un pasado atravesado por conflictos y dilemas sociales que todavía hoy son la espina dorsal que vertebra nuestra identidad nacional. La educación, en esta metáfora, es la médula espinal. La muerte de Franco da inicio a la acción de la novela, y sorprende al protagonista, Carlos Ruiz Elósegui, preparando su marcha de Madrid a su San Sebastián natal. Los recuerdos recientes de la muerte de su esposa han de cambiar su camino y abandona la política para dar clase en un colegio de marianistas. Allí encuentra una ciudad totalmente diferente a la de sus recuerdos y pronto entra en contacto con una nueva realidad. Su amistad con Pedro, un estudiante del colegio, y una serie de personajes, cada uno con su propia visión política y social, irán mostrando a un nostálgico profesor que quizás el mundo en el que había vivido está a punto de cambiar.
—En esta primera novela se intuyen retazos de sus vivencias y una clara conexión con su vocación educativa. ¿Cómo fue su educación en los marianistas del San Sebastián tardofranquista?
—Aquel momento que refleja la novela era uno de absoluto cambio. Por un lado, estaba el choque de la concurrencia de religiosos tradicionales, que habían hecho la guerra y habían vivido la persecución de la Iglesia, y de religiosos jóvenes que tenían unos planteamientos más modernos. Había dos sensibilidades: la consideración de Jesús como Cristo Rey y la de Jesús como pastor, en un ambiente donde políticamente empezaban a cambiar muchas cosas. Había un momento de transición no solo política, sino cultural, sociológica y religiosa.
—Se lee en la novela: «No entendía España sin el País Vasco y le enfurecía que el vascuence fuera causa de politización y discriminación cuando era la riqueza cultural de la que todos deberían sentirse orgullosos». Parece que no hemos avanzado mucho.
—Una lengua está para entenderse, no puede ser un motivo de discriminación. Las seis primeras lenguas que se aprenden, las vernáculas, son un patrimonio extraordinario que hay que defender. El español, que se habla en todo el mundo y que tiene una importancia innegable, lo deben dominar todos los españoles por puro gusto, además de otras lenguas importantísimas que se hablan en otros lugares de España, pero que nunca se deben entender en contraposición al español. Convertir una lengua en un elemento de agresión hacia el otro es un disparate.
—Parece que en estos años hemos pasado de rescatar las lenguas cooficiales a convertirlas en armas arrojadizas…
—La historia del País Vasco está marcada por el carlismo y por el nacionalismo. También por la religión: 'Vasco y católico debía ser lo mismo', eso es un aforismo del siglo XIX. En cualquier lugar del mundo encontrabas misioneros vascos. Lo que ocurrió fue que donde estaba la figura de Dios o de Jesús, aparece un nuevo ideal que es el nacionalismo. De alguna manera empieza a ser el protagonista. No hay más que repasar la historia: cuántos etarras han salido de los seminarios… a alguno lo volvieron locos los frailes, como el chico de Mondragón. Ahora resulta que ese nacionalismo también se ha radicalizado y está pudiendo incluso llegar a gobernar.
—En el primer párrafo se define al protagonista como alguien que ha vivido la mayor parte de su vida en Madrid, que es conservador y pertenece, como él dice, «al bando de los vencedores». Podemos decir que tanto su enfoque como el ambiente en la época previa a la Transición, son bastante originales.
—Desaparece una dictadura, desaparece la época de Franco y empieza a ocurrir algo que todavía no se acaba de cuajar. La Transición española trajo la concordia a España, la paz, la convergencia de todos los españoles, pero en el País Vasco no fue así. La herida que quedó abierta desde la Guerra Civil ha estado supurando desde que termina la guerra hasta el 76 y eso se ve de forma muy evidente en el País Vasco. Lo que yo intento explicar en la novela es lo que pasa en aquel momento, pero describiendo todo eso, con acierto o con error, a través de lo cotidiano, de pequeños detalles, de conversaciones… Sin entender ese punto de partida no se puede comprender correctamente lo que ocurre ahora, en mi opinión.
—¿Por qué cree que ahora se habla tanto del fracaso de la educación?
—Las administraciones hacen un gran esfuerzo en invertir recursos, en ratio de alumnos y profesores… y en esto no quito a ninguna. Pero si detrás no hay un marco educativo correcto, al final pasa lo que pasa, y es que los alumnos llegan a la universidad mucho peor preparados cada año. Mi hermano que es diez años mayor que yo sabía muchas más cosas en el bachillerato, que ya entonces se decía que era muy memorístico. Los profesores han tenido que bajar el nivel y el nivel de los alumnos es menor. Como no se ha querido o no se ha podido llegar a ese gran pacto educativo para apostar por una mayor exigencia, se ha producido, en mi opinión, una mayor brecha social, más aún cuando teóricamente la finalidad era la igualdad. Gracias a Dios la enseñanza es obligatoria y también mucha gente va ahora a la universidad, pero al final los padres que tienen recursos económicos los han mandado a la privada, los han mandado a la concertada y el que paga más el pato de esta falta de exigencia de esfuerzo es la gente con menos recursos. Los temas educativos son los últimos que se solucionan y los primeros que se estropean, porque sus consecuencias se ven a largo plazo.
MÁS INFORMACIÓN
—¿La educación sigue siendo nuestra asignatura pendiente?
—Esa y muchas más. Hemos retrocedido un montón, quizás incluso hasta el 77. Estamos en la casilla de partida: habíamos superado la concordia y el entendimiento entre los españoles, hicimos una Constitución que funcionaba y ahora se ha abierto un melón muy gordo ¿Quién puede cuidar la educación ahora?
Esta funcionalidad es sólo para suscriptores
Suscribete
Esta funcionalidad es sólo para suscriptores
Suscribete