Los bailarines que ensayan en mesones de piedra
Con creatividad e ingenio, los integrantes de la Compañía Nacional de danza reproducen una aula de danza en sus destinos vacacionales para no perder la forma este verano

En plena ola de calor, Cristina prepara sus vacaciones para huir del bochorno refugiándose en el antiguo mesón de su abuelo. Otro verano más entra allí percibiendo la brisa y el frescor que genera la piedra de la taberna. En vez de comer, baila.
« ... Mi abuelo era propietario de un mesón de piedra en la Sierra de Madrid y todos los veranos, aparto todos los taburetes y mesas de allí y hago una clase de barra, eso sí, en la barra del bar», explica Cristina Casa riéndose. Es bailarina principal de la Compañía Nacional de Danza (CND) y está casada con Ion Agirretxe, también solista de la compañía. Ambos han tenido que improvisar un escenario en alguna que otra ocasión. «Cuando estábamos de vacaciones en el Caribe, el director Joaquín de Luz nos llamó para decirnos que teníamos que bailar 'Love Fear Loss' a la vuelta. Mientras estaba todo el mundo en la playa, nosotros buscamos algún lugar para ensayar y estuvimos allí varios días. No teníamos suelo de linóleo para practicar, que es el que utilizamos los bailarines, y teníamos un calor bestial, pero ensayar allí fue muy gracioso y divertido. Nos lo pasamos muy bien», recuerda Ion desde San Sebastián, su ciudad natal.
Otros tienen que lidiar con la familia y los más pequeños. «Entre el biberón de mi hijo pequeño y algún que otro hueco que encuentro entreno cada día», cuenta Ana Calderón, solista de la compañía. Está casada y tiene dos hijos, Mateo, de cuatro años, y Santiago, de solo seis meses. Pasan sus vacaciones entre España y Texas y desde allí cuenta que un profesional tiene que ponerse las pilas para estar plenamente en forma a la vuelta. Yaegee Park, también solista, explica desde Indonesia que no necesita más que una superficie para practicar: «Un gimnasio, una escuela o mi propia casa. Cualquier sitio me sirve si tiene suelo».
Entre tabernas de piedra, biberones, hoteles resorts o la playa de la Concha los bailarines de la CND practican para no perder su forma física durante el verano. La compañía, que cerró su temporada en julio con un espectáculo de tres piezas en el Teatro de la Zarzuela, arranca en un mes una nueva temporada que requiere de profesionales preparados. Este tiempo es complicado para ellos. No cuentan con sus instalaciones habituales para practicar ni con sus clases de ballet para mantenerse en forma. Con creatividad e ingenio se ejercitan para el nuevo curso.

Los bailarines aprenden desde bien jóvenes esta lección y la mayoría de estudiantes de danza pasan su verano en cursillos que ofrecen muchas academias para no perder la forma. La disciplina está presente desde temprana edad si quieren llegar a ser profesionales. «Con 15 años me fui a Londres para hacer un cursillo que impartía el Royal Ballet. Me fui sin saber ni pizca de inglés», asegura Juanjo Carazo, otro solista de la compañía.
Un entrenamiento adecuado es garantía de un buen arranque de temporada, sin lesiones ni sustos. Pero, si bien es cierto que esta preparación es constante y disciplinada, el cuerpo tiene que parar por un tiempo. «Estoy segura de que el cuerpo debe descansar sin hacer absolutamente nada físico unos días», comenta Ana. Después de un duro curso como el que ha vivido en la compañía con una gira internacional, es necesario hacer un parón: «Los primeros días nunca hago nada para reposar. Más adelante empiezo con el entrenamiento diario». Sin embargo, Cristina e Ion no solo creen que se necesita un descanso físico, sino también mental: «Más que el cuerpo, es necesario descansar la mente porque es esencial en el trabajo diario de un profesional».
Con la experiencia, los bailarines aprenden con el tiempo cómo cuidar su cuerpo y tratarlo en vacaciones. Un trabajo excesivo podría conllevar lesiones y un descanso muy prolongado no permitiría estar preparado para el arranque del curso. El equilibrio es más que necesario. «Antes de venir a España entrenaba 360 días de los 365 días del año. La primera temporada que hice en España entrené todo el verano y solo descansaba los sábados y domingos», cuenta Yaegee. La coreana ha bailado en compañías extranjeras como el Korean National Ballet y tras llegar a España cambió su forma de entrenar: «Después de todo este tiempo he aprendido a descansar mi cuerpo. Así puedo bailar mucho mejor». Juanjo también asegura que es «imprescindible» descansar después de ensayar más de 7 horas diarias como mínimo un curso entero.

Después del prudente descanso hay que volver a la rutina de entrenamiento, pero el cuerpo necesita un proceso progresivo y adecuado para no lesionarse. «La máquina cuesta arrancarla», explica Cristina refiriéndose a su cuerpo. «Si estás un mes parado, va a costarte dos conseguir un pleno rendimiento». Ion asegura que es necesario obligarse a empezar poco a poco para que no haya un cambio brusco de intensidad: «La mente puede jugarte malas pasadas porque cuanto menos haces en verano, menos ganas tienes de volver a estar en forma». Ambos coinciden en que el abandono del entrenamiento en vacaciones es luego una carga pesada. Por su parte, Ana reafirma la importancia del trabajo en verano para un bailarín: «No puedes pasar del cero al 100% en un día, es imposible. Por eso, en la segunda mitad de vacaciones empiezas a retomar la forma física, los movimientos de las articulaciones, el tono muscular… el fondo es secundario en este caso».
La compañía, que conoce bien cómo es este proceso, no propone funciones a la vuelta de vacaciones. Además, los bailarines cuentan con clases voluntarias que ofrece la CND antes de comenzar la temporada. De ese modo pueden retomar el ritmo. «Esos días tienes unas agujetas terribles, sobre todo si no has hecho nada. Te dejan baldado», expresa Ana. A pesar de que todo el elenco tiene acceso a estas clases, es imprescindible una preparación previa.
Como no hay un cuerpo de un bailarín que sea igual a otro, cada uno elige y gestiona cómo prepararse. Algunos optan por los deportes, otros por pilates o yoga, pero todos hacen alguna que otra barra de ballet. «En mi caso, me ayuda mucho el yoga y los estiramientos. Más adelante, hacia la tercera semana, comienzo a hacer barra, pero no grandes saltos porque no tengo espacio en casa», cuenta Cristina, entre risas. En el caso de Ion, su preparación es muy diferente: «Soy muy aficionado a la bicicleta y casi todos los veranos voy en bici por la montaña y hago de 50 a 70 kilómetros. Entre eso, nadar y una preparación física entras en marcha para volver a bailar». Otro modo de mantenerse en forma es impartir cursillos de verano para estudiantes de danza, como hace Ana: «De pequeña era yo la que iba a cursillos en Santander, que es donde veraneo, y ahora soy yo la que los doy. Desde hace ocho años doy clases a niñas, este año a 16. De algún modo yo también he tomado esas clases». Después de tener a sus dos hijos, también aplica todo lo que aprendió sobre pilates y yoga en su casa.
Aunque Yaegee ya no entrena todos los días, su rutina siempre es la misma: ejercicios de estiramiento y una barra sencilla: «No tiene sentido practicar la misma cantidad que en la temporada. El verano es un momento para reordenar nuestro cuerpo». Juanjo considera que además de practicar deportes como el pádel, también es importante hacer alguna que otra barra para no perder masa muscular: «Los bailarines conocemos nuestro cuerpo y sabemos qué ejercicios son mejores».
El verano también trae sus complicaciones y en muchas ocasiones tienen que conciliar el entrenamiento con su situación familiar, como Ana, con sus dos hijos pequeños: «Mis vacaciones son muy divertidas, me lo paso fenomenal, pero como son tan pequeños, tengo que estar muy pendiente de ellos. Hoy, por ejemplo, tenía media hora entre la comida del más pequeño y he aprovechado para hacer estiramientos». Otros, como Juanjo, luchan contra su propia mente: «Me cuesta mucho desconectar al cien por cien. Hay una parte de mí que siempre piensa: ¡Uf, ya verás las agujetas que tengo cuando volvamos!».
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