Tulsa descifra el proceso creativo de Bob Dylan
La última excentricidad del trovador estadounidense ha sido colocar en Oklahoma sus archivos personales, una ventana abierta a los secretos de su obra
Bob Dylan aterriza en junio en España con su gira 'Rough and rowdy ways'

Cuando Bob Dylan llegó a Nueva York, a principios de la década de 1960, dijo por ahí que era un huérfano de Oklahoma. También otros inventos, como que se había criado en Nuevo México o que formaba parte de una 'troupe' circense. Quizá el ... joven cantautor buscaba una persona más interesante que la de Robert Allen Zimmerman, su verdadero nombre, un chico judío de clase media de Minnesota. O quizá anhelaba una mayor conexión con la América profunda y mítica, con las llanuras interminables, los ecos nativos, la inspiración 'folk'.
Dylan no es de Oklahoma pero aquí descansarán para siempre algunos de sus grandes tesoros. Desde hace un año, Tulsa, la segunda mayor ciudad del estado, alberga el Bob Dylan Center, la institución en la que han acabado los archivos personales del gran trovador estadounidense del siglo XX. Es una colección de más de 100.000 piezas acumuladas durante décadas por Dylan, que incluyen manuscritos, cuadernos con anotaciones, correspondencia, grabaciones, fotografías, recuerdos, vestuario o instrumentos.
La pregunta inmediata para todo el que pasa por Tulsa y ve el enorme retrato de Dylan en la fachada de ladrillo industrial del edificio: ¿Por qué aquí? Más allá de esos cuentos de juventud, no hay gran conexión entre el artista y Tulsa. Otros lugares se antojan más idóneos para el peregrinaje de sus admiradores y estudiosos: Hibbing, la pequeña ciudad de Minnesota en la que creció; el Village de Nueva York, donde emergió de la nada en su escena 'folk'; o Malibú, la localidad costera californiana donde tiene su residencia principal desde hace décadas. ¿Otro misterio de un artista inescrutable? La única explicación que Dylan ha dado al respecto fue a 'Variety': «Soy de Minnesota y me gusta el tarareo casual del interior del país».

«Entender a Dylan o tratar de imaginar su línea de pensamiento es un ejercicio inútil», reconoce a este periódico Steven Jenkins, director del Bob Dylan Center. Pero sí hay pistas que nos pueden informar de su decisión: la conexión de Tulsa con las tribus nativas o el patrimonio musical de una ciudad en la que asomaron las primeras grandes bandas de 'country' –como Bob Wells and his Texas Playboys– o el jazz de la población negra. Pero la sospecha principal tiene nombre: Woody Guthrie, uno de los padres del 'folk' estadounidense, autor de himnos como 'This land is your land' y figura esencial en la formación de Dylan.
Una de las razones por las que el joven cantautor puso rumbo a Nueva York fue para visitar a Guthrie, internado en un hospital psiquiátrico de Nueva Jersey, al otro lado del río Hudson. De él dijo Dylan que era «la voz verdadera del espíritu americano» y buscó convertirse en «su mayor discípulo». Los archivos personales de Guthrie –él sí era de Oklahoma, de Okemah– acabaron también aquí. Los adquirió la fundación de George Kaiser, un multimillonario de Tulsa, y fueron la pieza fundacional del Woody Guthrie Center, que acaba de celebrar su primera década de vida. El Bob Dylan Center comparte edificio con el de Guthrie y quizá eso convenció al cantautor: que sus papeles convivan con los de su ídolo.
La fundación George Kaiser compró los archivos de Dylan en 2016. Según 'The New York Times', desembolsó 20 millones de dólares y se gastó otros diez millones en abrir el centro, inaugurado en mayo del año pasado. Tras la transacción, el cantautor no se ha preocupado mucho por la gestión de sus tesoros. «No quiere estar implicado», explica el director. «Dio su bendición y dijo: 'El archivo es vuestro. No vendré a la inauguración. No estoy interesado. No necesito saber qué harán los arquitectos. Haced lo que tengáis que hacer'».

De hecho, pocos días antes de que el centro abriera, Dylan pasó por Tulsa dentro de su gira 'Rough and rowdy ways' –la misma que este mes le trae a España– y, en su estilo, ni siquiera mencionó sus archivos. Dio un concierto a un par de manzanas del museo que lleva su nombre y fue a un partido de béisbol en un estadio que también está muy cerca, pero no dijo nada.
La única participación de Dylan en el proyecto es una gran escultura, una verja de hierro forjada por el propio cantautor, que recibe al visitante. Una vez atravesada, el museo es algo con lo que han soñado los devotos de Dylan, pero también cualquier persona interesada en el mundo de la canción: una mirada íntima a su proceso creativo.
Una de las joyas de la colección son los llamados 'cuadernos de sangre', donde Dylan esbozó sus composiciones para el álbum 'Blood on the tracks' ('Sangre en las vías'), de 1975. Se conocía la existencia de uno de ellos, en posesión de la Morgan Library de Nueva York. Aquí se exhiben los otros dos. No son 'moleskines' sofisticados, con tapa dura de cuero, sino libretas corrientes, compradas en cualquier gasolinera, con espiral de alambre, con el precio –19 céntimos– en la tapa y los bordes comidos por el tiempo. Las páginas están llenas de anotaciones con letra minúscula, tachones y flechas.

Están en la galería principal del museo, con las paredes llenas de fotografías, recortes de prensa, manuscritos y textos, que cuentan de forma biográfica la carrera de Dylan. En el centro, seis instalaciones, cada una dedicada a una canción, para detallar ese proceso creativo. Son 'Tangled up in blue' (del mencionado 'Blood on the tracks'), 'Like a Rolling Stone', 'Chimes of freedom', 'The man in me', 'Not dark yet' y 'Jokerman'. De esta última, el centro tiene diez de los diecisiete borradores conocidos, lo que permite diseccionar la evolución de la letra.
Lo mismo ocurre con un diario con cuarenta páginas de bocetos para la letra de 'Dignity', una canción que abandonó y retomó durante años. O con los borradores de 'Tarántula', su libro de poesía en prosa. «Se suele usar la palabra 'genio', como si eso lo explicara todo. Pero los archivos muestran su dedicación al oficio de la composición», dice Jenkins. «Se ve su trabajo línea a línea, palabra a palabra».

Pero el Bob Dylan Center tiene mucho más que borradores. Hay tesoros que harán las delicias de los fanáticos, como la pandereta que inspiró la canción 'Mr. Tambourine man', un vídeo de la grabación de 'Like a Rolling Stone', una carta de admiración de Johnny Cash que inició la amistad entre ambos o la chaqueta de cuero que vistió en el célebre festival de 'folk' de Newport de 1965, cuando se pasó a la guitarra eléctrica y cabreó a muchos de sus incondicionales (cerca de ella está hay una posta de Pete Seeger que protesta no por el cambio de instrumento, sino porque el sonido era horrible).
Tan importante es lo que está a la vista como lo que no se ve. La obra del Nobel de Literatura se ha convertido en objeto de estudio de las universidades y los investigadores tienen aquí las puertas abiertas para bucear en sus huellas creativas, almacenadas en los depósitos del museo. Pero una de las cosas buenas de Dylan es que muchos sus misterios –como la decisión de venir a Oklahoma– siempre quedarán por resolver.
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