El Tàpies más completo y monumental vuelve a casa con una gran retrospectiva
El Museo Tàpies acoge 'La práctica del arte', exposición central del centenario del artista que llega a Barcelona con novedades respecto a lo visto en Bruselas y Madrid

La pintura, le explicó Antoni Tàpies a Manuel Borja-Villel hace casi tres décadas, nunca fue sólo pintura. Ni siquiera cuando, convaleciente por una enfermedad pulmonar, entretenía las horas copiando láminas de Picasso y realizando sus primeros autorretratos autodidactas. Ya entonces, entre dibujos ... a lápiz y tinta e incursiones primerizas en la madera quemada y la pintura-relieve, se encontraba el germen de lo que acabaría siendo su humanismo comprometido y profundamente afectado.
Porque la pintura, dijo, era su forma de aprender a vivir consigo mismo. «De entenderme a mí mismo, de entender el mundo que me rodea y también de ayudar a los demás», añadió Tàpies durante una conversación que resuena con fuerza especial ahora que la gran retrospectiva del centenario del pintor barcelonés llega a su casa, a la antigua Fundación Tàpies (ahora Museo Tàpies), para mostrar precisamente eso: la pintura como manera de estar en el mundo, el arte como camino de exploración emocional y vital.
«Es un recorrido biográfico, pero no en sentido estricto, ya que a través de las obras Tàpies va reflexionando sobre su papel en el mundo y su propia obra», destaca Borja-Villel, comisario de una exposición monumental que reúne más de un centenar de obras y con la que también el exdirector del Reina Sofía regresa a la que fuera su casa. «Creo que la última vez que trabajé aquí fue en el 1998», evoca el comisario, director de la Fundación Tàpies durante la década de los noventa, justo antes de poner rumbo al Macba.

En aquella época, recuerda Borja-Villel, uno de los grandes lamentos del artista era que ninguna exposición conseguía reflejar su forma de trabajar. «Todo esto está muy bien, sí, pero son tus ideas», protestaba el último gran representante de la vanguardia pictórica. De ahí que, a la hora de celebrar el centenario de su nacimiento y organizar la exposición central de la conmemoración, Borja-Villel haya apostado por situar el foco en esa forma de mirar y crear. «Con el estudio de Campins vacío e ideas anotadas en cuadernos, iba creando un ambiente, colocando un cuadro al lado de otro buscando relaciones entre lo que estaba haciendo», explica el comisario.
«Su estudio era como un teatro, es decir, como una gran composición en la que todo estaba concatenado y con el que buscaba construir ambientes y entornos en los que el espectador se sintiese sumergido», añade Borja-Villel en el catálogo que acompaña la exposición. Además de recrear esta suerte de «atlas de formas gestos e imágenes» que era el lugar de trabajo de Tàpies, a la hora de diseñar la exposición también se ha prestado especial atención a los ecos recurrentes que conectan el cabecero de la cama de hospital de 'Ni puertas ni ventanas' (1993) con las primeras obras que realizó mientras estaba postrado en la cama entre 1942 y 1943; y la oscuridad de las piezas de los años noventa, muy influidas por la guerra de los Balcanes y la epidemia de sida, con el trauma de la Guerra Civil.
En el Museo Tàpies, esto se traduce en 'La práctica del arte', tres pisos y más de cien obras, la mayoría de ellas de gran formato, que amplían la versión de la exposición que ya se ha podido ver en el Palacio de Bellas Artes de Bruselas (Bélgica) y en el Museo Nacional Centro de Arte Reina Sofía de Madrid. Entre las novedades, unas salas profundamente ligadas a la vida del artista («es su casa; los espacios tienen memoria de todo lo que se ha hecho aquí», destaca Borja-Villel) y una docena de cuadros que se muestran en Barcelona por primera vez. Es el caso, por ejemplo, de 'Somac, el león', óleo de 1949 que ni siquiera el comisario había visto en persona; y 'Pintores malvados', obra de 1988 inspirada en Ramon Llull.
Bisagra y revulsivo
Tàpies, artista bisagra entre las vanguardias y el arte contemporáneo, se muestra aquí en todas sus encarnaciones posibles: el joven autodidacta y antiautoritario que ayudó a convertir Dau al Set en un revulsivo de vanguardia y misticismo; el informalista europeo que experimentó con materiales y volúmenes para expandir la pintura matérica; el artista comprometido que exhibió galones políticos con 'El espíritu catalán' (1971) y 'En memoria de Salvador Puig Antich' (1974)... Como matiza Borja-Villel, su compromiso era real, pero no literal. «Siempre poético, buscaba cuestionar el papel del artista», ilustra.
Consagrado como fenómeno internacional en los años cincuenta, sus cuadros crecieron en tamaño e intención en los sesenta; abrazaron el misticismo y el zen; y transformaron en oro material de desecho como pelos, arena, cuerdas, polvo de mármol y arena. «La materia se transforma en objeto y el objeto se transforma en materia», leemos. De fondo, una cruz como las que atravesaban sus lienzos formada por los ejes materia-forma y materialidad-espiritualidad.
En los ochenta llegó el barniz, fluido fugaz e impredecible que aportó a su obra cierta sensación de falsa ligereza que tampoco duró demasiado. Porque ahí estaban los turbulentos y conflictivos años noventa, esperando tanda y sumiendo a Tàpies en una sima de introspección y melancolía de la que ya no saldría. De esta época son piezas de oscuridad terrosa como 'Dukkha', 'Tierra negra' y 'Grifo', reflejos también de una salud que empezaba a resentirse y se manifestaba a través de brazos, piernas y cuerpos lacerados.
A Tàpies la fallaba la vista y empezó a perder oído, achaques que, como casi todo en su vida, acabaron incrustados en sus obras. «Hasta sus últimos días, continuaría creando a partir de esa tensión productiva entre las luces y las sombras, entre el final de algo y el comienzo de otra cosa distinta», leemos. Lo normal para un artista hecho de superposiciones y repeticiones y que, recuerda Borja-Villel, creía que el tiempo era espiral.
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