Nicolás Muller, el judío errante
La Academia de Bellas Artes saca a la luz trece imágenes, compradas y donadas, del gran fotógrafo de origen húngaro, nacionalizado español
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Húngaro de nacimiento y español de adopción, Nicolás Muller (Orosház,Hungría, 1913-Andrín, Asturias, 2000) fue un judío errante que se pasó toda la vida huyendo del nazismo y las dictaduras. Salió de su Hungría natal, como otros grandes fotógrafos (Robert Capa, ... Brassaï, Kertész...), viajó a París hasta que fue ocupado por los alemanes, se refugió en Portugal, donde fue detenido por la policía política de Salazar y deportado; se marchó a Tánger, ciudad abierta donde fue feliz, durante el protectorado español de Marruecos, hasta que en 1947 llegó a España, su último destino. Fue su amigo Fernando Vela, cofundador de la 'Revista de Occidente', quien le invitó en 1944 a hacer una exposición en el hotel Palace de Madrid, que obtuvo un rotundo éxito. Tres años después se instaló en la capital española.

La pequeña sala dedicada a exhibir fotografía en la Academia de Bellas Artes (de momento, pues hay planes de ampliarla en el futuro) acoge, hasta el 2 de marzo, a uno de los grandes del género en la exposición 'Nicolás Muller: belleza y compromiso'. Con solo trece fotografías resulta difícil compendiar una carrera tan destacada como la suya, pero bastan para dar una idea de su genio. Nueve de ellas, positivadas por Ana Muller y Castro Prieto, fueron adquiridas por la institución en 2006 con cargo al legado Guitarte (unos fondos que en principio iban destinados a comprar una obra maestra, como 'La condesa de Chinchón', de Goya). Entre ellas, el célebre retrato de Pío Baroja paseando por el Retiro, hermosos desnudos, escenas de Tánger, Cudillero, Lanzarote, Las Palmas de Gran Canaria...
Las otras cuatro han sido donadas por Ana Muller, hija del fotógrafo: cuelga en la pared un retrato del escultor Pablo Serrano rodeado de manos y cabezas, las suyas y las modeladas por él. Además, tres retratos de Concha Espina, Menéndez Pidal y Gabriel Celaya, vintages positivados por el propio Muller. La Academia de Bellas Artes, anuncia su director, Tomás Marco, mantendrá conversaciones con Ana Muller para una futura compra o donación de fotografías de su padre. La muestra se completa con material fotográfico y bibliográfico cedido por el coleccionista Pedro Melero.

Nicolás Muller, humanista y hombre comprometido, abrió en el número 8 de la madrileña calle Serrano, en pleno Barrio de Salamanca, un estudio, punto de encuentro de la intelectualidad española, explica Publio López Mondéjar, académico y fotohistoriador: Ortega y Gasset, Baroja, Azorín, Pedro Laín Entralgo, Gabriel Celaya, Dionisio Ridruejo, Gerardo Diego, Ignacio Aldecoa, María Zambrano… Era Muller un habitual en la tertulia del Café Gijón. Su parnaso, formado por más de un centenar de retratos de pintores, escultores, poetas, novelistas y filósofos, recuerda al creado por Nadar en el número 35 del Boulevard des Capucines de París en el siglo XX, donde nació el impresionismo: «Son dos aventuras paralelas». Retrata López Mondéjar a Nicolás Muller como «un hombre sabio, nostálgico, melancólico, enamorado de España«. Al igual que hizo Cristina García Rodero en su 'España oculta', Muller recorrió durante años todo el país, retratando sus pueblos, sus monumentos, sus paisajes y sus gentes: «Eliminó la roña, la mugre de la oficialidad, fue una ventana abierta a la modernidad. Un trabajo monumental, solo comparable al de Catalá-Roca».

En 1980 dejó su estudio madrileño en manos de su hija Ana y se retiró al pueblo asturiano de Andrín, a orillas del mar. Al final conoció el éxito y el reconocimiento, con numerosas exposiciones y publicaciones. Le llegó al alma especialmente la antológica celebrada en su pueblo natal húngaro, inaugurada por Arpad Gönez, primer presidente húngaro de la época democrática. En España hubo una en 1994 en el Museo Español de Arte Contemporáneo (Madrid), a la que siguieron otras.
Escribió Luis Rosales en 1977 que «en las fotografías de Muller vas a encontrarte a España, vas a mirarla enteramente y de una vez (...) Cuando acabes de contemplar sus fotografías serás un hombre diferente. Te habrás acrecentado (...) Basta andar unos pasos, basta ver las fotografías de Muller, estos lienzos para hacer un viaje, un gran viaje. Acaso nunca regreses de él».
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