Juan Ignacio Vidarte: «No voy a dirigir el Guggenheim Abu Dabi»

En la reunión del Patronato el 20 de mayo, el director del Guggenheim Bilbao anunció por sorpresa su marcha. Explica a ABC sus motivos y hace un balance de tres décadas al frente del museo

Juan Ignacio Vidarte dejará la dirección del Guggenheim Bilbao después de tres décadas

Juan Ignacio Vidarte, en el exterior del Museo Guggenheim Bilbao ABC

Se va con la misma elegancia de la que siempre ha hecho gala. Sin estridencias. Nacido en Bilbao en 1956, casado y con dos hijas, licenciado en Económicas y Empresariales, lleva desde 1992 vinculado al Guggenheim Bilbao. A sus 68 años, Juan Ignacio Vidarte dice adiós ... . «Ahora tendré un poco más de tiempo para mí». Deportista y del Athletic hasta la médula, vio la final de la Champions, «pero no todo el partido. Hay alguien muy allegado que es del Real Madrid», confiesa casi pidiendo perdón. Pero tira de orgullo rojiblanco: «Acabamos quintos en la Liga, jugaremos la UEFA el año que viene y ganamos la Copa. Está muy bien».

Su decisión sorprendió a todos. ¿Por qué se marcha realmente?

—Pues mire, porque creo que es lo mejor para el museo. Era parte de mi responsabilidad facilitar el tránsito del museo a una siguiente etapa, y era importante hacerlo de manera impecable. Estos no son proyectos personales, sino institucionales. Empecé a pensar en ello en torno al 20 aniversario del museo, en 2017. Creí que empezaba a llegar el momento. Cuando me pidieron que dirigiera este proyecto, tenía apenas 35 años. Siempre he pensado que fue una decisión muy valiente por parte de quienes depositaron en mí su confianza. Pero había que marcharse cuando el viento estuviera a favor. Primero fue la pandemia, que supuso unos años complicados, después el relevo de Richard Armstrong en la dirección de la Fundación en Nueva York, que duró más de lo previsto... Y el año pasado, el mejor en la historia del museo, pensé que el momento había llegado.

¿No hay marcha atrás?

—No. La decisión tiene un punto agridulce. Sigo con la ilusión y con la capacidad de entusiasmo intactas. El corazón me pide seguir, estoy muy a gusto aquí, tengo un equipo fantástico. Pero estas cosas hay que decidirlas con la cabeza lo más fría posible. Creo que es bueno para el museo abrir una puerta para una siguiente fase. En algún momento tiene que llegar, ¿no? Y creo que es mejor hacerlo cuando el museo tiene una salud estupenda, con un apoyo institucional, público y privado fantástico, con un equipo muy sólido. Yo solo soy una pieza más en ese engranaje.

«Hay que tener la visión más amplia e inclusiva posible, pero huyendo de las modas»

Habla usted de un fin de ciclo, de relevo generacional, de una mirada más fresca y actual. Se apuesta por mujeres al frente de los museos. A Gabriele Finaldi, director de la National Gallery de Londres, le preguntaba si ser hombre blanco heterosexual dirigiendo un gran museo es hoy una 'rara avis'. Le hago la misma pregunta.

—Mi reflexión no va por ahí. Creo que es importante que las instituciones se dirijan y se gestionen con una visión a medio o largo plazo. Es un buen momento para que pueda venir alguien que tenga esa capacidad de desarrollar un proyecto para los próximos diez o veinte años, con la mirada de hoy. Evidentemente, reflejará sensibilidades que hace treinta años no existían. Hay que tener la visión más amplia e inclusiva posible, pero huyendo de las modas.

Juan Ignacio Vidarte (a la derecha) con Frank Gehry, durante la construcción del Museo Guggenheim Bilbao ABC

El 3 de junio se abrió el proceso de selección de candidaturas, que lleva a cabo la agencia Antonia Josten. Se valorará que hable castellano, euskera e inglés y que tenga conocimiento de la realidad y la cultura vascas. ¿No son condicionantes muy excluyentes? Habrá grandes candidatos sin opciones.

—Hemos incluido las características que debiera cumplir el candidato ideal. Por un lado, que tenga un nivel de cualificación profesional, de experiencia, de trayectoria suficiente para poder gestionar una institución como esta, con una proyección internacional. Se busca también que sea una persona con valores personales que sintonicen con los de esta institución. Además de ser un museo, es un icono dentro de la realidad de Bilbao y del País Vasco. Y por eso es importante también que, en la medida de lo posible, conozca y esté familiarizado con ese contexto institucional, de manera que no aterrice como si fuera un alienígena. Tenemos como norma que es una institución trilingüe: inglés, castellano y euskera. Por tanto, el conocimiento de esas lenguas es fundamental. Pero ninguna de estas características se plantea como un requisito imprescindible. Se valorará quien reúna en mayor medida el conjunto de características que se piden. No está ceñido exclusivamente a gente que viva o que sea del País Vasco. Por eso el proceso lo lleva a cabo una empresa de selección con base en Berlín. Está abierto a todo el mundo, pero sabiendo que el perfil que se busca es especial, porque es una institución con unas características muy únicas.

Siguiendo los códigos de buenas prácticas en los museos, ¿por qué no se ha hecho un concurso público?

—Seguimos los principios de ese código de buenas prácticas en el sentido de que es un proceso público, abierto, transparente, inclusivo, riguroso... Pero el formato es distinto al que siguen algunos museos públicos en España: un concurso donde los candidatos presentan un proyecto. Aquí seguimos el enfoque de la Fundación Guggenheim de Nueva York: una selección de candidatos.

¿Tienen que presentarse los candidatos o deben ser invitados? 

—Se presentan las candidaturas a través de la página web del museo. Pero si la agencia entiende que hay algún candidato que puede reunir las condiciones, supongo que se dirigirán a esa persona para que se presente.

«Miguel Zugaza y Miren Arzalluz son dos estupendos profesionales»

¿Miguel Zugaza y Miren Arzalluz serían buenos candidatos?

—(Ríe) Miguel Zugaza y Miren Arzalluz son dos estupendos profesionales.

Son vascos, conocen la realidad vasca e imagino hablan euskera. Tienen experiencia en la dirección de museos [Zugaza dirigió el Prado y está al frente del Bellas Artes de Bilbao y Arzalluz trabajó en el Museo Balenciaga de Guetaria y hoy dirige el Museo de la Moda de París, el Palais Galliera].

—Bueno, no me voy a pronunciar.

Ya imaginaba, había que intentarlo.

—Evidentemente, ambos son dos grandes profesionales.

«El Bilbao me quedaré como director emérito. Formaré parte del Patronato y podré aportar una función consultiva»

Se queda como director emérito, pero vinculado a las estrategias internacionales de la Fundación Guggenheim. Entre ellas, el futuro Guggenheim Abu Dabi. ¿Podría ser su director?

—No, no voy a dirigir un museo Guggenheim más. Dejaré de ser director del museo de Bilbao, pero continúo con mis funciones como responsable de la estrategia internacional de la Fundación Guggenheim. Y el proyecto fundamental es el museo de Abu Dabi. Mi función es apoyarlo, pero no voy a ser su director. Y en Bilbao, por decisión del Patronato, quedaré como director emérito. Es una figura bastante habitual en los museos anglosajones. Lo positivo es que me permitirá seguir vinculado a este museo, no con funciones ejecutivas, lógicamente. Formaré parte del Patronato y podré aportar una función consultiva.

Ha estado 28 años como director y otros cuatro antes como director del consorcio para poner en marcha el museo. Philippe de Montebello estuvo 31 al frente del Metropolitan de Nueva York. Ha batido su récord.

—Pues sí, pero no era mi objetivo. Hasta que venga otro que lo supere.

El añorado Richard Serra, ante 'La materia del tiempo', su obra maestra, en el museo bilbaíno Jordi Alemany

Primero salió Thomas Krens de la Fundación Guggenheim y después Richard Armstrong. ¿Ha tenido algo que ver en su marcha la llegada de Mariët Westermann?

—No. La conocía porque ha sido rectora de la Universidad de Nueva York en Abu Dabi y dirigió el proyecto de implantación allí. Tengo una estupenda relación personal y de trabajo. De hecho, voy a mantener mi vinculación con ella y con Nueva York como responsable de la estrategia internacional. Ella me pidió que dilatara un poco mi salida para no coincidir con su llegada. Pero entendió que era un buen momento.

«El museo goza de una salud estupenda»

Se va con el museo en lo más alto. En 2023 batió su récord de visitantes (1.324.221) y el impacto económico fue ese año de 760 millones.

—El museo goza de una salud estupenda. Esa buena cifra de visitantes, que luego se traslada a una buena situación financiera, hace que el museo tenga más músculo para poder desarrollar una programación más atractiva. Es un reto importante mantener e intentar superar esas cifras. Eso hace que podamos mantener muy estables las aportaciones públicas.

¿Qué presupuesto anual tiene el museo y cuál es la subvención pública?

—El presupuesto ronda los 31 millones de euros y las subvenciones públicas son aproximadamente una tercera parte, están en torno a los nueve millones.

«La creación de la colección siempre se ha hecho con un criterio muy riguroso y selectivo»

La colección atesora unas 150 obras de 84 artistas. Ha demostrado tener buen ojo y esas compras han sido un buen negocio, pues se han multiplicado las cotizaciones por siete o por ocho.

—Uno de los principales motivos de satisfacción es la creación de la colección, que es el corazón del museo. Siempre se ha hecho con un criterio muy riguroso y selectivo. No es una colección de un gran número de obras, pero sí son muy importantes, refuerzan la identidad del museo dentro de esta constelación de instituciones Guggenheim y son un valor de futuro.

En esa colección destaca 'La materia del tiempo', de Richard Serra, que nos dejó hace unos meses.

—Es uno de los hitos de la colección y de la evolución del museo en estos años. Para mí tiene una importancia especial porque representa como ninguna otra obra, y probablemente como ninguna otra de las acciones que el museo ha desarrollado, el ADN del museo. Que se haya propiciado ese matrimonio de las obras maestras de dos genios de la escultura y de la arquitectura del siglo XX, como son Frank Gehry y Richard Serra, me produce una especial satisfacción.

Panorámica de la fachada de titanio del Guggenheim Bilbao, con 'Mamá', la inquietante araña de Louise Bourgeois en primer plano Afp

No todo ha sido positivo en la historia del museo. De hecho, comenzó con el atentado frustrado de ETA en la inauguración y el asesinato del ertzaina José María Aguirre… Y en 2008, el director financiero, Roberto Cearsolo, fue destituido por desfalco. Salvando las distancias, ¿fueron los peores momentos al frente del museo?

—El asesinato de José María Aguirre en la plaza del museo unos días antes de la inauguración, sin duda, fue el momento más doloroso de la vida del museo y, desde luego, de mi trayectoria. Ha habido otros momentos complicados, pero en una trayectoria tan larga uno tiene que aprender a gestionar los momentos buenos y los malos. El museo ha trascendido todas las expectativas, pero yo siempre tuve mucha confianza, sabiendo que era un proyecto polémico y disruptivo, en conseguir los objetivos planteados. Luego, claro, influyen muchos factores, pero creí en la capacidad del museo de ser catalizador de un proceso de transformación de la ciudad que ya estaba en marcha. Es un proyecto coral y contaba con muy buenos solistas en ese coro. Teníamos una gran alianza con la Fundación Guggenheim, teníamos un diseño arquitectónico extraordinario de Frank Gehry, teníamos el apoyo de las instituciones vascas y todo eso se fue uniendo. También, la sociedad civil.La realidad ha sido mejor de lo esperado. Influyen muchos factores, incluida la suerte.

«Lo que más orgullo me da es que el museo haya cumplido los objetivos para los que se creó, y los ha cumplido con creces»

¿De qué se siente más orgulloso?

—Lo que más orgullo me da es que el museo haya cumplido los objetivos para los que se creó, y los ha cumplido con creces. Además, ver la trayectoria del museo, que haya sido capaz de atraer a Bilbao a los artistas más importantes del siglo XX y del XXI.

¿Se ha quedado con las ganas de exponer a algún artista?

—No, no tengo ninguna frustración.

Hay, sin embargo, dos retos que no ha logrado: no haber llevado el 'Guernica' y el Guggenheim Urdaibai. ¿En qué consiste realmente ese proyecto?

—No es tanto una ampliación de metros cuadrados, sino un proyecto de ampliación cualitativa del museo, que nos permita hacer cosas distintas que complementen la programación del museo de Bilbao. Una programación relacionada con la sostenibilidad, con la naturaleza. Pensamos en la zona de Urdaibai, ocupando dos espacios industriales, uno en desuso en Guernica y otro todavía en actividad en Murueta. No se trata de crear un nuevo museo, sino un espacio complementario al de Bilbao. Está previsto un programa de residencias, un foro internacional... Pero requiere un consenso institucional, que aún no existe. Y es complejo: se ubica en una zona que es reserva de la biosfera.

¿Qué paso con el 'Guernica'?

—Se ha dicho que ha sido una espinita clavada. Da la sensación de que hay un punto de frustración detrás y no es verdad. Lo que tengo es pena. Se planteó que el 'Guernica' estuviera en la inauguración del museo, de una manera temporal, claro. Su sede es el Reina Sofía. Crear un museo abierto al mundo era un gesto de paz con una importancia histórica. Y nos parecía un momento casi poético la presencia de la obra más icónica del siglo XX, creada por Picasso. Durante unos meses, hubo un clima de consenso político, pero por diversas circunstancias las cosas se torcieron.

«En el museo ha habido coches, motocicletas, pólvora, vestidos de Armani... No han sido propuestas hechas para epatar»

Deja un legado de 224 exposiciones temporales. En las salas del Guggenheim Bilbao hemos visto coches, motos, pólvora, insectos y reptiles... ¿En la variedad reside el éxito?

—La clave ha estado en que nunca hemos rebajado la ambición de calidad. A partir de ahí, hemos tenido una visión abierta. El público es suficientemente inteligente como para entender propuestas de calidad. Y hemos acogido lo que entendemos que refleja la diversidad de la cultura contemporánea. Ha habido coches, motocicletas, pólvora, vestidos de Armani..., pero han sido proyectos donde han estado Robert Wilson, Norman Foster o Cai Guo-Qiang. No han sido propuestas hechas para epatar.

Parece que el futuro de los museos pasa inevitablemente por la descolonización, los feminismos, lo 'queer'... 

—Evidentemente, un museo, y más uno de arte contemporáneo, tiene que estar abierto y ser sensible a lo que pasa en la sociedad. Pero sin perder de vista la perspectiva. ¿Cuál es su función fundamental? Ser inclusivo y no restrictivo. Esas perspectivas son contemporáneas y hay que tener la sensibilidad para responder a ellas, pero no pueden ser, en mi opinión, excluyentes de otras.

Una curiosidad. ¿Ha visto la serie 'Bellas Artes'? Hace una parodia del mundo del arte contemporáneo con mucho sentido del humor.

—He visto solo algunos episodios.

«En el arte contemporáneo, como en todo tipo de arte, hay de todo»

¿Refleja cómo es un museo de arte contemporáneo o es una visión banal? ¿Es bueno reírse de sí mismo?

—Sí, el humor es muy sano. De lo que he visto, me he reído.

Parte de la sociedad piensa que el arte contemporáneo es una tomadura de pelo. ¿Qué les diría?

—Los museos somos instrumentos de acercamiento de la cultura a nuestra audiencia. Tenemos que hacer, en la medida de lo posible, que esos prejuicios desaparezcan. En el arte contemporáneo, como en todo tipo de arte, hay de todo: habrá mucha tomadura de pelo y habrá cosas muy serias que pueden ser muy importantes para cambiar la vida de las personas.

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