Amalia Avia, pintora de las ausencias y archivera de la memoria
El Madrid que tanto amó rinde homenaje a su gran retratista con una exposición que reunirá 113 obras. Rodrigo, su hijo pequeño, que es escritor, evoca para ABC a la genial artista, pero también a la generosa, divertida y vital mujer, esposa y madre
![Amalia Avia, pintando en su estudio](https://s2.abcstatics.com/abc/www/multimedia/cultura/2022/09/17/Amalia14-Rd0s2sArsis4ls3DZA4Xd8I-1240x768@abc.jpeg)
Visitamos 'la casa de los pintores', como tituló Rodrigo Muñoz Avia el libro que dedicó al hogar donde vivieron, en el corazón del parque Conde de Orgaz de Madrid, dos grandes artistas españoles del siglo XX, Lucio Muñoz y Amalia Avia, con sus cuatro ... hijos. Apenas quedan huellas de la casa como era entonces, ni rastro de sus estudios. El motivo de la visita es recordar, de la mano de Rodrigo, su hijo pequeño, la figura de Amalia Avia, la pintora y la mujer, fallecida en 2011. Madrid, su ciudad fetiche, que tanto amó y pintó, rinde ahora homenaje a su gran retratista, con permiso de su buen amigo 'Antoñito' López. Ambos formaron parte de ese grupo irrepetible de 'realistas madrileños', en el que 'se coló' un pintor abstracto, Lucio Muñoz. También lo hizo en el corazón de Amalia Avia. Se casaron en 1960. La Sala Alcalá 31 de la Comunidad de Madrid abre, del 23 de septiembre al 15 de enero, la mayor retrospectiva hasta la fecha dedicada en Madrid a esta genial creadora, con 113 obras. Abarca más de cuatro décadas: de 1956 a 2003. La última exposición tuvo lugar en 1997 en el Centro Cultural de la Villa.
![Imagen principal - Tres pinturas de Amalia Avia. Arriba, 'La casa de Cristina' (1983). Colección Cristina Alberdi. Abajo, de izquierda a derecha, 'El Japón en Los Ángeles' (1995) y 'Escaleras del Metro' (1971). Ambas, Colección Familia Muñoz Avia](https://s1.abcstatics.com/abc/www/multimedia/cultura/2022/09/17/Amalia13-U10307003245flM-758x470@abc.jpg)
![Imagen secundaria 1 - Tres pinturas de Amalia Avia. Arriba, 'La casa de Cristina' (1983). Colección Cristina Alberdi. Abajo, de izquierda a derecha, 'El Japón en Los Ángeles' (1995) y 'Escaleras del Metro' (1971). Ambas, Colección Familia Muñoz Avia](https://s1.abcstatics.com/abc/www/multimedia/cultura/2022/09/17/Amalia3-U71844865547kkx-464x329@abc.jpg)
![Imagen secundaria 2 - Tres pinturas de Amalia Avia. Arriba, 'La casa de Cristina' (1983). Colección Cristina Alberdi. Abajo, de izquierda a derecha, 'El Japón en Los Ángeles' (1995) y 'Escaleras del Metro' (1971). Ambas, Colección Familia Muñoz Avia](https://s3.abcstatics.com/abc/www/multimedia/cultura/2022/09/17/Amalia6-U26277654660QbM-278x329@abc.jpg)
Nacida en 1930 en un pueblo de Toledo, Santa Cruz de la Zarza, en una familia burguesa conservadora, su infancia y adolescencia no fueron demasiado felices. «Llevé luto desde los 8 años», evocaba en sus maravillosas memorias, 'De puertas adentro', publicadas en 2004, ya muerto Lucio Muñoz, en las que nos permitió, superando un enorme pudor, entrar en su universo. Tuvo la necesidad de escribirlas. Fue catártico para ella. Su padre, abogado y diputado de la CEDA, fue asesinado por los republicanos en la guerra; dos de sus hermanos fallecieron de tuberculosis... Tampoco guardaba gratos recuerdos del internado de monjas donde estudió. «Vivió dos vidas», apunta su hijo. Una, feliz, la vivió en su adorado Madrid, tras entrar en la academia de Eduardo Peña en los años 50.
La melancolía que rezuman sus lienzos contrastan con su carácter. Dice Rodrigo que era simpática, divertida, cariñosa, extrovertida y vital. Recuerda sus risas, sus carcajadas, sus explosiones de amor: se comía a besos a sus hijos. Vitalidad que parecía reivindicar con los vivos colores que le gustaba lucir en su ropa. Paradójicamente, no se plasmaba en su pintura: grisácea, terrosa, un tanto sórdida y dramática. No sabía explicar por qué sus cuadros eran tristes. Quizás se halle la respuesta en las pérdidas, las ausencias, los lutos, el dolor. Para potenciar el envejecimiento, el paso y la huella del tiempo, llevaba sus óleos sobre tabla al jardín, los rociaba de aguarrás y los prendía con una cerilla. Los quemaba, al igual que hacía Lucio Muñoz.
![Imagen secundaria 2 - Arriba, cuaderno de registro de Amalia Avia. En ellos documentaba sus obras fotografiadas y anotaba quién las había comprado. Hizo cuatro álbumes y todos se mostrarán en la exposición. Abajo, de izquierda a derecha, algunas de las fotografías que ella utilizaba como herramientas de trabajo para pintar sus cuadros, que se han rescatado de viejas cajas de cartón](https://s3.abcstatics.com/abc/www/multimedia/cultura/2022/09/17/Amalia5-U52427776253yDG-278x329@abc.jpg)
Son célebres sus fachadas de comercios, portales y garajes abandonados, tapiados; sus puertas carcomidas y desvencijadas... Escaneaba rincones de un Madrid cuya memoria desconchada estaba a punto de desaparecer. «Donde pongo la brocha, pongo la pica», ironizaba Amalia. Lo que pintaba, acababa destruido. Precisamente, la ironía era otro de sus puntos fuertes. Son suyas frases como «la abstracción era para los hombres, para los listos», o «aceptábamos sin rechistar nuestro papel de segundonas». No se mordía la lengua. También pintó interiores y objetos cotidianos: camas, aparadores, máquinas de coser... Apenas hay gente en sus cuadros. Aparecen al comienzo de su carrera, pero están de espaldas, siempre yéndose. En los 70 desaparecen. No era una pintora realista al uso. Nunca pintaba del natural, salvo contadas excepciones. Fotografiaba lo que le interesaba y después recreaba esa realidad en su estudio. Jamás ocultó que pintaba a partir de fotografías, pero nunca literalmente. «Pinto lo que no puedo fotografiar», solía decir.
La exposición rescata el archivo de Amalia Avia. Además de mostrar sus cuatro cuadernos de registro, en los que documentaba sus obras con anotaciones de quién las había comprado, se incluyen las fotografías, que para ella eran solo una herramienta de trabajo; las manipulaba, recortaba, ampliaba, pegaba con celo... Cuenta Rodrigo que, tras usarlas, abarquilladas y manchadas de pintura, las metía en cajas de zapatos («mi madre era poco de tirar, lo guardaba todo, era un poco archivera y coleccionista») y ahora ven la luz. «No se sentía fotógrafa», advierte. Urbanita hasta la médula (le gustaba hasta el humo de la ciudad), solía salir a pasear y de compras por la Puerta del Sol y el Barrio de Salamanca. Los domingos, con toda la familia, iban en busca de posibles 'amaliaavias' que pintar. Estrella de Diego, comisaria de la exposición, 'El Japón en los Ángeles. Los archivos de Amalia Avia', la retrata como «pintora de camuflajes, maestra en captar atmósferas con extraordinarios tiempos detenidos», pero también como «coleccionista de extinciones». Su legado pictórico es un «catálogo de soledades» y ausencias (fue Camilo José Cela quien la definió como «la pintora de las ausencias»).
«El escalafón estaba muy claro en casa: el gran artista era mi padre. Mi madre se sentía 'pintora consorte'
,
pero no le importaba»
Pese a tener que ocuparse de la casa y la familia, pintaba todos los días. Se estima que dejó cerca de un millar de cuadros, de los que más de 800 se incluyen en la base de datos de su trabajo: 300 pinturas están localizadas y se conoce el rastro de otras 250. Con motivo de esta exposición, la familia, que atesora un legado de 160 obras, hizo un llamamiento en redes y medios para localizar los cuadros perdidos. Aparecieron en torno a 80 y aún siguen llegando. Algunos los tenían familiares y amigos. Pese al triple hándicap de ser mujer, pintora y realista, Amalia conoció el éxito y vendió obra. Aunque no fue a la Escuela de Bellas Artes de San Fernando, consiguió trabajar con las mejores galerías: Juana Mordó, Biosca, Juan Gris... Hoy son Leandro Navarro y Maisterravalbuena las que llevan la obra de la familia.
¿Cómo se halla la cotización de Amalia Avia en el mercado? «Su obra no está al alza, en absoluto. Lamentablemente, desde que murió mi madre no se la ha tenido nada en cuenta. Por eso esta exposición es un regalo maravilloso. Apenas se ha movido su trabajo, tiene muy poco mercado. En subasta, los precios están por debajo del valor que creemos que tienen». «A las pintoras se las castiga con el olvido y más a las realistas; el realismo ha sido bastante castigado», se lamenta su hijo. Ve injusto que el Reina Sofía lo ningunee («es dar la espalda a una realidad») y cree necesario reivindicarlo. Las dos pinturas que el museo tiene de Amalia Avia en su colección no las exhibe (una se halla en depósito en Toledo), aunque sí estarán en la exposición.
¿Había competencia entre sus padres, creativamente hablando? «No, advierte Rodrigo. El escalafón estaba muy claro en casa: el gran artista era mi padre. Mi madre se sentía 'pintora consorte', pero no le importaba. Lo asumía de forma voluntaria. Ella lo adoraba y lo daba todo por él. Era muy generosa. Él tenía mayor ambición, aunque mi madre tuvo una carrera profesional muy larga y pintó un millar de obras. Él también la apoyó muchísimo, la ayudó a ser lo que era».
¿Qué diferencias había entre ellos como artistas? «Ella vivía la pintura de forma más natural; él, de manera más intensa y tormentosa. Para mi padre, la pintura estaba por encima de todo; para mi madre, la vida estaba por delante de la pintura». Amalia temía las visitas de Lucio a su estudio («siempre le hacía correcciones a sus obras, y ella tenía mucho carácter»). Además, llevaba muy mal el tema del mercado. Lucio solía decirle: «No se te puede dejar sola con un cliente, acabarías regalando todas tus obras». Antifranquistas y amigos de muchos intelectuales de izquierda, la política centraba las tertulias en casa.
Sencilla, humilde, discreta, de una exquisita sensibilidad, entre sus aficiones se hallaban las flores y las plantas, cuidar su jardín, el flamenco (La Niña de los Peines, Manolo Caracol), leer biografías y memorias, los juguetes antiguos y las casas de muñecas... Padeció durante años una depresión, que se agravó tras la muerte de Lucio Muñoz. Pero siguió pintando. La pintura era lo único que la mantenía a flote. El alzhéimer –qué cruel paradoja– fue apagando la luz de esta archivera de la memoria.
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