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ABC Cultural

La Frick en el Breuer: un contraste brutal y apasionante

La delicada colección de grandes maestros se instala en las antípodas de su mansión en la Quinta Avenida.

Imagen de la sala Bellini The Frick Collection
Javier Ansorena

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Los gusanos que devoran lo que queda de Henry Clay Frick (1848-1919) en su cementerio de Pittsburgh deben tener la tripa revuelta. El empresario estadounidense, magnate del acero y del carbón, de la generación de la explosión industrial de EE.UU. -los Carnegie, Morgan, ... Mellon, Rockefeller-, dejó para la posteridad un museo con su nombre. Era su residencia fastuosa en Nueva York, en la Quinta Avenida, una de las pocas que quedan en pie de aquella época, La llenó de pinturas de los grandes maestros europeos y de esculturas y mobiliario de lujo. Su idea era que fuese para el disfrute del público, pero también para perpetuar su nombre con un museo: la Frick Collection. Él se iría, como todos, pero no su poder, representado en la riqueza artística amasada. Dejó escrito cómo se debían mostrar sus tesoros y prohibió los préstamos a otros museos de ninguna de las obras que él compró de forma personal.

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