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ABC Cultural

Eduardo Chillida, sin trampa ni cartón

Decía ese gran sabio que fue Octavio Paz que cada una de las esculturas de Eduardo Chillida «es, como un pájaro, un signo del espacio; cada una dice una cosa distinta -el hierro dice viento, la madera

Decía ese gran sabio que fue Octavio Paz que cada una de las esculturas de Eduardo Chillida «es, como un pájaro, un signo del espacio; cada una dice una cosa distinta -el hierro dice viento, la madera dice canto, el alabastro dice luz- pero todas dicen lo mismo: espacio». Imposible definir mejor y en menos palabras las esculturas de otro sabio (éste no de la palabra, sino de del espacio), el añorado Eduardo Chillida. Desde su muerte, son contadas las exposiciones que hemos podido disfrutar en Madrid. La última grande se la dedicó el Reina Sofía en 1998. Ahora es la Fundación Canal la que acoge en sus salas de exposiciones (Mateo Inurria, 2) una amplia selección de sesenta piezas, procedentes todas ellas de Chillida-Leku, «capilla sixtina» del artista en Hernani.

Quién mejor para comisariar una exposición de Eduardo Chillida que uno de sus hijos. En este caso, Ignacio, que durante 25 años trabajó codo con codo con su padre en su impecable producción de grabados. Él mismo explica el porqué del título de la muestra, «Lo natural en el arte». Advierte que cada una de las obras de Chillida «está hecha de manera natural; «poda» lo innecesario para quedarse con lo esencial». Decía el escultor: «He restado y podado más que sumado y añadido. Casi todo se arregla quitando». Si Miguel Ángel quitaba lo que le sobraba de los bloques de mármol (él decía que las esculturas estaban encerradas dentro del mármol y él se limitaba a liberarlas), Chillida hacía lo propio con las tierras -lurras- y los alabastros. «Su trabajo -dice su hijo y comisario- parte del más profundo respeto al material y de un conocimiento de sus leyes que le llevan a sacar a la luz la fuerza expresiva intrínseca de cada materia». De su lenguaje, destaca, además de ese respeto y conocimiento de la materia (hierro, tierra, hormigón, piedra o madera), la búsqueda del equilibrio, un proceso de trabajo en libertad y la estrecha relación de su obra con el entorno. Imposible imaginar hoy el «sky line» de San Sebastián sin el «Peine del Viento», que en 2007 cumple 30 años.

Entre las esculturas presentes en la muestra, hay cuatro piezas muy voluminosas y pesadas, como «Esetorki III» (6.000 kilos de acero, de su serie Diálogo-Tolerancia) o el maravilloso alabastro «Homenaje a Pili» (su inseparable compañera de tantos viajes, Pilar Belzunce). Ambas cupieron a duras penas en los espacios que dan acceso a la sala. En las paredes cuelgan bellas y frágiles «Gravitaciones», que parecen a punto de desintegrarse ante nuestros ojos, compuestas por papeles recortados y cosidos. Dos salas contiguas, dos capillas más bien, albergan nuevos tesoros de Chillida, esta vez en pequeño formato, no por ello de menor intensidad, custodiados por dibujos de manos (Eduardo dibujaba incansable las suyas) que parecen querer alcanzar y acariciar las esculturas. Por un lado, estudios en hierro de proyectos como el citado «Peine del Viento», el «Elogio del Agua», el «Proyecto Múnich», «Besarkada III» (el hierro se retuerce y se abraza) o el inacabado «Proyecto para el homenaje a Hokusai» en Japón, junto al Monte Fuji. Cierran el recorrido sus tierras, que el comisario ve como si fueran panes («tienen un sabor especial»), y un documental realizado por Susana, también hija del artista, en la que podemos ver a Chillida en estado puro, sin artificios. Cumplió todos su sueños, excepto uno: la montaña de Tindaya, un proyecto que cada día está más cerca de hacerse realidad.

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