ARTE
«Mis obras son ejercicios de impotencia»
La galería Oliva Arauna celebra veinticinco años con uno de sus artistas más fieles, el chileno Alfredo Jaar, que reflexiona con dos potentes obras sobre el valor de la imagen contemporánea
Habla despacio, pero sin dejar ningún cabo suelto, intentando que el interlocutor se haga en su cabeza la imagen perfecta de lo que relata. Porque de imágenes se trata, de reencontrarse con ellas, de aprender a verlas. «Somos unos analfabetos en este sentido», sentencia. Alfredo Jaar (1956), uno de los artistas chilenos con mayor proyección internacional, vuelve a España, a la galería Oliva Arauna , y lo hace con dos instantáneas... Y toda una capacidad de sugerencia para que su comprensión sea ilimitada.
«The Sound of Silence» es una pieza con una trayectoria. ¿Por qué una obra tan poderosa para su regreso a Madrid?
Cuando vi por primera vez la imagen de Kevin Carter –a la que la obra hace alusión– en prensa fue como una revelación. Pensé: «Es la imagen más extraordinaria que jamás he visto sobre el desfase entre el Primer y el Tercer Mundo». Al año siguiente me enteré del suicidio de su autor, después de ganar el Pulitzer gracias a ella. En 1995 me puse a cofeccionar el guión de lo que sería mi obra, pero no la pude realizar porque no daba con la tecnología necesaria. Diez años después, tras una invitación a un festival de fotografía, me propuse sacar la pieza adelante. Esta es una obra que resume bien mis dudas sobre la problemática de la política de las imágenes en la que llevo más de 30 años sumido. Para mí, The Sound of Silence es un teatro construido para una sola imagen. Es, por tanto, un espacio de reflexión para pensar sobre el impacto que una imagen tiene en la vida real.
«Cuando se trata de imágenes, todos somos analfabetos»
La obra se completa con un trabajo nuevo. ¿Cómo crea el contrapunto?
Tres mujeres es una serie recién iniciada. El ritmo que generan ambas piezas me parecía interesante: Uno entra en la galería con una luz dirigida hacia una pequeña figura, que, según avanza, se convierte en dos más, hasta que es llevado hacia una gran pantalla de luz, pasa por un pasillo oscuro y termina siendo objeto de una foto... Todo en su conjunto tiene que ver con la prensa, las cuestiones que los medios deciden enfocar y las que ignoran.
Las traducciones no existen
Cada lengua encierra una manera de ver el mundo. «The Sound of Silence» traduce su contenido al español por primera vez para esta cita. ¿Qué aporta nuestro idioma?
Llevo 30 años viviendo en Nueva York y es cierto que esta obra se escribió en inglés. El castellano es, por su puesto, mi lengua materna, y creo que el resultado final es el que yo esperaba para este idioma. Porque las traducciones no existen: cada lengua tiene su propia vida, y esta es una obra diferente a la inglesa, pero creo que mantiene el mismo ritmo de lamento; es como un canto: «Kevin... Kevin... Kevin Carter»... Creo que el español es más sensible que el inglés. La obra ganó pues en intensidad. Pero a ello también se sumó su nueva escala. Para introducir la pieza en la galería hubo que reducir sus dimensiones, lo que hace que el espectador se encuentre algo más cerca del texto y de la imagen.
«Una imagen es tan solo un segundo de una realidad mucho mayor»
Considera que no es cierto que estemos inundados de imágenes, que son muchas más las que se silencian y no nos llegan.
Esa es la filosofía de ambas piezas. Vivimos una situación paradójica: nunca antes fuimos bombardeados por tantas imágenes, pero nunca hemos estados sometidos a tanto control por parte de los medios y las corporaciones. Sabemos leer y escribir, pero cuando se trata de imágenes, todos somos analfabetos. Nadie nos ha enseñado a ver, a traducir una imagen. Estas obras son ensayos filosóficos sobre la imagen. La descontextualización hoy es un mal que impide la correcta comunicación. Es muy difícil para una imagen de dolor comunicar: está ahogada en un mar de consumo. Eso imposibilita la conexión final con la realidad.
El confort de nuestra existencia
En prensa estamos acostumbrados a que una imagen tenga un único pie de foto. El guión de la película son todos los pies de foto posibles sobre la imagen de Carter.
Absolutamente. En mis viajes a los escenarios de las grandes tragedias me encuentro a diario con fotoperiodistas que han abandonado sus familias, su mundo, el confort de nuestra existencia. En una sociedad indiferente como la nuestra, estos hombres son signos de solidaridad en el paisaje y hacen una labor admirable. Su función es informar. La gente puede preguntarse por qué Carter no ayudó a la niña amenazada por el buitre de su imagen. El problema es que antes de eso vio a cientos también muriendo, y cinco minutos después, a otros tantos. Allí hay ONGs ayudando, no muchas. Su misión era informar. Carter hizo una gran labor y consiguió una de las mejores instantáneas del siglo XX: enseñó al mundo una realidad. Mi papel como artista es contar la historia de forma objetiva. Quiero que cada uno saque sus propias conclusiones, que se plantee qué pasó cuando vio esa imagen, cómo reaccionó. Y es cierto que una imagen es tan solo un segundo de una realidad mucho mayor. Ese gap , esa brecha que se establece entre la realidad y su representación es inalcanzable y es un tema que siempre me ha fascinado: ¿Cómo transmitir una realidad vivida?
«Cuando el arte no tiene capacidad crítica, es decoración»
¿Significa eso que una imagen no es poderosa por sí sola, que precisa de un contexto?
Mis escenografías nacen del afán de crearles un contexto. Yo acuso a los medios de descontextualizar las imágenes. Y creo que mi proceder es una manera sutil de anunciar que necesitamos nuevas formas de representación para entender el mundo. Mis obras son algunos modelos. Cómo se podría trasladar todo esto a los medios, no lo sé.
Sujetos invisibles
La luz tiene un protagonismo indiscutible en las piezas. Siempre lo tuvo en su labor.
Soy de formación arquitecto. Por eso me siento un arquitecto haciendo arte. En la arquitectura hay varias técnicas para provocar afecto: la escala, la iluminación, la circulación, las tensiones espaciales... Para cada obra busco la mejor. En Tres mujeres , su efecto se basa en el cambio de escala. Quería iluminar a estas mujeres, pero sin que se pierda la idea de que son sujetos invisibles para la mayoría. The Sound of Silence es pura arquitectura. Lo es el camino hasta la obra. Allí uno se encuentra frente a una especie de capilla. Dentro, hay un suspense, se pide silencio, el espacio es oscuro... De repente empieza la película en la que de lo que se trata es de que el espectador acabe transformado en sujeto. Eso es lo que hace el flash , que ciega para que la imagen de Carter, que solo aparece un segundo, se vea en una especie de halo porque quiero mostrarla con pudor. Es ese flash el que sugiere que nosotros somos el buitre. Porque todos somos conscientes del hambre en el mundo. Y lo que a mí me decía mi padre yo se lo repito a mi hijo, pero todo sigue igual. Y esa impotencia me alucina, no sé como transmitirla. Por eso mis obras son ejercicios frustrados de impotencia.
«La cultura es tristemente el último ámbito de libertad que queda»
¿Hay espacio para el arte comprometido?
Siempre rechazo la etiqueta de arte político. Yo hago arte comprometido. Para mí el arte es la articulación de la capacidad crítica del hombre. Paso el 99 por ciento de mi tiempo pensando, analizando... Eso de hacer, el oficio, las manos, es el último uno por ciento y no sirve más que para articular la idea. Cuando el arte no tiene capacidad crítica, es decoración. Por eso creo que todo arte tiene una dimensión política, porque todo en la vida lo tiene. El espacio de la cultura es tristemente el último ámbito de libertad que queda para hacer especulaciones críticas y soñar mundos mejores. Por eso me siento un privilegiado.
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