El arte del ruido, sombra salvaje de la música popular
Oriol Rosell explora en el ensayo 'Un cortocircuito formidable' el continuum ruidista que, de los Kinks al noise japonés más extremo, atraviesa los siglos XX y XXI

En el principio fue el ritmo, sí, pero acto seguido apareció el siempre malhumorado Dave Davies, rasgó el altavoz de su amplificador Elpico AC-52 con una cuchilla de afeitar y, magia negra, se hizo la luz. Y el ruido. Sobre todo el ruido. ' ... You Really Got Me', el 'angst' juvenil convertido en hercúleo riff de guitarra de los Kinks y la distorsión como espita para liberar enfados y calenturas. Un zumbido noqueante. Un glorioso atropello.
«Pura agitación en sintonía con el alboroto hormonal de unos sujetos perdidos en tierra de nadie», como escribe Oriol Rosell en las primeras páginas de 'Un cortocircuito formidable. De los Kinks a Merzbow: un continuum el ruido' (Alpha Decay), admirable ensayo que sigue el rastro del ruido en la música popular y evalúa su papel como elemento esencialmente subversivo a lo largo de las décadas. «El ruido es un recordatorio de todo lo que no podemos hacer las personas, de aquello que no podemos controlar ni dominar; es una sombra de lo inútil, lo improductivo y lo absurdo», explica Rosell, crítico cultural criado en los rigores del hardcore y las emisiones pirata de Radio P.I.C.A. y eminente profesor de Dramaturgia del Sonido e Historia y Ética de la Música Eléctrica.

Siendo un crío, Rosell ya empezó a sospechar que lo suyo era la velocidad del punk y el músculo del hardcore, pero tuvo que llegar 'Psychocandy', el asilvestrado y emponzoñado debut de The Jesus & Mary Chain, para que el ruido mutase en epifanía y revelación. «¿Por qué alguien querría sepultar sus melodías bajo semejante bronca? ¿Por que me repelía ese ruido y el de Disorder no?», se preguntó minutos después de intentar devolver el disco y que el dependiente le dijera que aquella ensalada de acoples, aquel barullo hecho de 'feedback' y jaleo eléctrico, no era un accidente. Era así. A PROPÓSITO.
«Cuando hay algo que no entiendo no me genera rechazo, sino curiosidad», apunta . Las canciones de Throbbing Gristle, Nocturnal Emissions, Einstürzende Neubauten, SPK y Coil que sonaban en 'Escuela de sirenas' se encargaron del resto. «¿Por qué querría alguien hacer algo así?», volvió a preguntarse ante aquellas estructuras extrañisimas, cacofonías industriales sin versos ni estribillos, que apenas parecían canciones.
Un poco de silencio
Bendita la hora, porque a partir de aquellos primeros calambrazos se ha construido un elogio del ruido que, por paradójico que parezca, acaba reivindicando un poco de silencio. Sí, demasiado ruido. Demasiado de todo. «Vivimos en un mundo tremendamente ruidoso, no sólo a nivel sonoro, así que el gran reto, la gran transgresión, es optar por el silencio, que es lo que se nos niega continuamente», explica. También en lo artístico, asegura, el vacío es la última frontera. «Hay un pánico absoluto al silencio, por lo que algunas de las propuestas más desafiantes que pueden darse en un escenario son las que juegan con silencios extremadamente largos, porque no sabemos convivir con eso. No creo que nadie se espante hoy en día por el ruido o el sonido distorsionado», reflexiona Rosell.

No siempre fue así, por lo que 'Un cortocircuito formidable' es también un repaso a todos aquellos momentos en los que el ruido ha sido motor de cambio, martillo pilón contracultural o simple montaña rusa de la que salir despeinado y felizmente descompuesto. De la vanguardia cerebral de Russolo, Schaffer y Cage al desguace industrial de Throbbing Gristle. De aquel primer manguerazo de los Kinks al culto al decibelio y el taparrabos de Manowar. Y, sobre todo, del libre albedrío zumbón a la rebeldía institucionalizada por obra y gracia del pedal de distorsión. «Es el dispositivo de control definitivo. ¿Queréis la revolución? Nosotros os la vendemos, pero con el sello de la marca Gibson o Vox», ironiza Rossell. No es casual, añade, que meses después de 'You Really Got Me' llegase '(I Can't Get No) Satisfaction', himno de los Rolling Stones grabado con un Maestro FZ-1, el primer pedal de fuzz comercializado por Gibson. «En el contexto de la música juvenil, la mercancía negativa definitiva», escribe el autor.
En este elogio (y a veces también condena) del ruido como agente empoderador, semilla del caos, portador de mal, celebración de la insensatez y lengua vernácula de la ira, los protagonistas no son los favoritos de Rosell, sino los que mejor le ayudan a explicarse. Los que de una manera más clara muestran la relación entre música y ruido y dibujan ese 'continuum' que va del furioso rasgueo de 'You Really Got Me' al zumbido inclemente de Merzbow.
Es el caso, por citar unos pocos, de Whitehouse,Mayhem o Hijokaidan, nombres que, desde la electrónica pesadillesca, el black metal salvaje o el japanoise, alimentan esa idea del ruido como «sombra salvaje de los deseos». «De alguna manera es también un residuo de la cultura pop; algo que, como las subculturas, no estaba previsto cuando nació la cultura pop. Es un intento por conquistar algo que se te ha dado hecho y en lo que nunca se te ha dejado participar», explica.
Ejemplares son en, en este sentido, los capítulos dedicados al heavy metal y a su conquista del volumen atronador como manera de plantar cara a la autoridad. «Hablar de ruido y distorsión e ignorar el heavy metal es una cretinada; es la expresión ruidosa más popular, la que más gente conoce o ha escuchado. Además, después del movimiento skinhead no hay nada más 'working class' que el heavy», apunta Rosell.
El ruido, escribe el periodista y crítico cultural Javier Blánquez en el prólogo del libro, «es una metáfora del poder, de la revuelta, de la negación de la norma». Además, añade, es inevitable. Está en todas partes. Y, sin embargo, concluye Rosell, nunca podrá vencer. Tampoco fracasar. «El sonido que no puede ser controlado es reducido a la marginalidad y de allí no podrá salir nunca. Básicamente porque cuando la propuesta es tan extrema es muy difícil que se pueda incorporar, convenientemente descafeinada, en la estética del mainstream», zanja.
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