Arévalo: torero de risa para un coso de lágrimas
Qué fatalidad del destino, que el día después de la entrevista, se fue Paco a las regiones celestes, sin poder darle la ilusión navideña de su entrevista en esta casa sobre toros
Muere el humorista Paco Arévalo a los 76 años
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«Llama a Paco para tu 'Búfalo'», me decía por noviembre Ángel Garó, destrozado por algo que es tan ley de vida, y tan injusto, como la muerte. «Llámalo», me insistía. Y lo llamé. Y hablamos de toros, de su infancia; aunque hacía sol ... en Valencia y le esperaba una paella, no se le quitaba de la cabeza Concha Velasco, su amiga entrañable a la que estaban enterrando en Valladolid. Concha a la que Arévalo, si tenía Velasco función doble, le 'cuidaba a sus hijos' con esa bonhomía que siempre tuvo y que ya están venteando los más suyos.
Qué fatalidad del destino, que el día después de la entrevista, se fue Paco a las regiones celestes, sin poder yo darle la ilusión navideña de su entrevista en esta casa sobre toros, ese mundo que tan bien conoció desde la cuna, y que le permitió conocer a Marcial Lalanda, el del pasodoble. O a Paquirri. O a Paco Camino. A tantos titanes.
Dicen que en el humor se llora doblemente y que la procesión va por dentro. La vida de Francisco Rodríguez Arévalo (Madrid, 1947) está llena de pesares que llevó con dignidad, la dignidad de que no todo sirve en la trituradora de carne que es la televisión. Paco, así le llamaban en la Catarroja, Valencia, de su infancia, tenía una mirada levantina. Parecida a la de Sorolla o Berlanga, quizá sin saberlo, y de ambos tomó cosas. Fue parte integrante, y defendió, el espectáculo del bombero torero. Aunque llegado el momento, y esto lo confesaba hace unas semanas, un empresario teatral, amigo suyo, le dijo que, aparte el albero, las tablas eran su querencia natural. Y a por ellas que se fue. Detrás, todo el aprendizaje de ese duro mundo del toro circense del bombero torero. Un día en Badajoz, al día siguiente en Huesca, y tomando el arte de Cúchares y el Cossío para sacar una sonrisa.
Paco, aparte, fue junto a Eugenio el gran fenómeno de las casetes. Sus chistes, enlatados, se vendían en gasolineras y ventas de España. Y más de treinta, quieren decir algo. Entonces las carreteras nacionales eran largas, y oyendo chistes de gangosos o de homosexuales, algo ya prohibidísimo, España se liberaba de la castración de cuarenta años por medio de la risa. Y en las ventas, las del bocadillo y la siesta del camionero, la España peregrina descansaba del duro bregar.
Ya decimos que su vida familiar fue un drama, y que en los momentos más dramáticos (sic) tuvo la grandeza de llorar, y que las cámaras vieran cómo un surtidor de sonrisas se rompe. La muerte de su Elena en 2015, le hizo lacónico, comprensiblemente. Aunque a momentos, Paco pareciera reponerse. Momentos como hace unas semanas, cuando este periódico le invitó a bucear en la memoria, y buceó tanto que sacó del arcón fotografías de capeas de una España feliz: se le ve haciendo el paseíllo con María Jiménez. Una tarde de sol y sombra. Más allá de los estereotipos, el campo de juego que había, España años 80, era el que era. La libertad a tenazón en un, decía el poeta, «intratable pueblo de pastores». No obstante, para la sociología de un tiempo y de un país, para la nostalgia, quedan sus películas. La primera, 'Su majestad la risa', seguida por algunas más a las órdenes de Mariano Ozores, que, vistas a la distancia, dan hoy un arreonazo de desesperanza. Quizá porque se creía hace cuarenta años que íbamos como un tiro, y no fue para tanto. Y las suecas dejaron de venir.
Luego, claro, está el hito televisivo del 'Un, dos, tres...', un verdadero fenómeno de masas salido del magín de ese talento patrio no reconocido como se debiese que fue Chicho Ibáñez Serrador. Un programa que ya catapultó a Arévalo, de nuevo, a la fama. Una fama que empezó a ganarse dando pases a vaquillas, en los teatros y en las cintas de carretera, como ya se ha dicho. El humorista y actor, aquel que compartía confidencias con Antonio Ordóñez por las plazas de toros del sur de España, llevó con humildad un luto de los que carcomen.
Ángel Garó, su 'hermano', comenta a ABC, lloroso, que «tiene envidia del ángel que lo acompañe», y ya algo sospechaba junto al 'arribafirmante' cuando le dijimos que corriera, pese a que estaba impedido, al kiosco, que salía su entrevista. Habló de toros, reitero, en su despedida de este coso de lágrimas. Se fue discreto, sí, pero por la Puerta Grande. Así nos lo inmortalizó Mikel Ponce.
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