Ladrón de fuego
Bukowski, la vigencia del vagabundo
Practicó el desaliño estilístico, y sus poemas son, por lo general, una viñeta del abandono, o del asco, una escena del mal vivir donde los versos van saliendo nocturnos, ateridos, violentos y despeinados
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Charles Bukowski reúne un público de lectura suburbial y apegos pornográficos, casi, pero el autor es, arterialmente, un poeta. Y no lo digo por la militancia en la lírica del realismo sucio, donde es el príncipe, sino por el ejercicio continuado, extenuante, masivo y rico ... del verso. Publicó mucho verso, y desigual, pero una lectura de ahora mismo revela su vigencia, cuando se sostiene con auge una poética de pésima comida rápida, donde no asoma el arabesco verbal o la torcedura sintáctica. Uno no prefiere la poesía que no encierra en un diamante el universo, esa poesía de móvil que ahora mueven mucho algunos arrogantes con foto, con más de instagramers que de orfebres. Pero Bukowski, que sí pudiera tener magisterio sobre estas escolanía de narcisos, no es un poeta de la facilidad o la superficialidad sino todo lo contrario. Practicó el desaliño estilístico, y sus poemas son, por lo general, una viñeta del abandono, o del asco, una escena del mal vivir donde los versos van saliendo nocturnos, ateridos, violentos y despeinados, como el propio Bukowski.
Conviene, para apreciar en justicia la poesía de Bukowski, dejar orillado el abrasivo personaje, que soportó una infancia de desgracia, eligió los azares de infierno, degeneró en cuartuchos, trabajó en ocupaciones infectas y ejerció una errancia de pensiones que era también desacato ante el mundo, «ese viejo error». Digo esto porque así se ve nítidamente la singularidad y la sinceridad del poeta, y pongo aquí lo de sinceridad como término que asuma la ferocidad, en absoluto cosmética, de un hombre que respira para escribir, o al contrario. «Escribir es el noventa por ciento de mí mismo. El otro diez por ciento es esperar a escribir». He aquí el lema de un poeta desesperado, de un animal ebrio, de un vagabundo que amaba el lujo de los coches, y la apuesta en las carreras de caballos. Me gusta un verso que de algún modo le encierra: «A los borrachos no se les perdona nunca». O bien aquello otro: «la bizca locura de la euforia total», donde se agolpa un ritmo de resonancias poco frecuente en él, que escribe tirando del hallazgo de la prisa, logrando, incluso, que el error sea un hallazgo. En internet iba a ser hoy un rey Bukowski, al que no le perdonamos, eso sí, que desdeñara al Lorca fastuoso de 'Poeta en Nueva York'.
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