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Ladrón de fuego

Bukowski, la vigencia del vagabundo

Practicó el desaliño estilístico, y sus poemas son, por lo general, una viñeta del abandono, o del asco, una escena del mal vivir donde los versos van saliendo nocturnos, ateridos, violentos y despeinados

Ángel Antonio Herrera

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Charles Bukowski reúne un público de lectura suburbial y apegos pornográficos, casi, pero el autor es, arterialmente, un poeta. Y no lo digo por la militancia en la lírica del realismo sucio, donde es el príncipe, sino por el ejercicio continuado, extenuante, masivo y rico ... del verso. Publicó mucho verso, y desigual, pero una lectura de ahora mismo revela su vigencia, cuando se sostiene con auge una poética de pésima comida rápida, donde no asoma el arabesco verbal o la torcedura sintáctica. Uno no prefiere la poesía que no encierra en un diamante el universo, esa poesía de móvil que ahora mueven mucho algunos arrogantes con foto, con más de instagramers que de orfebres. Pero Bukowski, que sí pudiera tener magisterio sobre estas escolanía de narcisos, no es un poeta de la facilidad o la superficialidad sino todo lo contrario. Practicó el desaliño estilístico, y sus poemas son, por lo general, una viñeta del abandono, o del asco, una escena del mal vivir donde los versos van saliendo nocturnos, ateridos, violentos y despeinados, como el propio Bukowski.

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