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Un acto de insurrección

Los libreros mueven el mundo del libro. Sin ellos no hay cadena posible

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Una imagen de la librería Crazy Mary, en Madrid. ABC
Karina Sainz Borgo

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En el número 32 de la calle Echegaray, en pleno barrio de las Letras, funciona la librería más libérrima de todo Madrid. Se trata de Crazy Mary, una mezcla entre el salón de un hogar acogedor y vitrina de los más variados ingenios. Más que fondo literario, que lo tiene, aloja en su interior permutaciones de una misma idea: la literatura como el espacio del hallazgo y la curiosidad. Vacunada contra el aburrimiento, la repetición, la previsibilidad y la pereza, Crazy Mary consigue lo que toda empresa cultural debería perseguir: crear comunidad. Su librera, María Fernández, decidió ponerla en marcha en el año 2021, después de leer los diarios de Frances Steloff, responsable de la emblemática librería neoyorquina Gotham Book Mart, que funcionó en Manhattan desde 1920 hasta 2007.

Nada tiene que envidiar Crazy Mary a esa, ni a ningún otro local de expendio de libros. Es única en su estilo y por eso quien entra, regresa. Por aquí han pasado escritores, actores, cantantes, músicos, editores, artistas. Es un espacio para libros y lectores, un lugar para que el pienso pase a través de nosotros y no sobre nosotros, o encima de nosotros. Lo presencial, lo físico y lo duradero convierten la costumbre de leer, el acto individual de la lectura, en una experiencia común, en una decisión vital. Crazy Mary, como dice el crítico y ensayista italiano Alfonso Berardinelli, entiende la lectura como un riesgo y el contagio.

En el mundo literario los libreros son la pieza que pone en marcha el motor de la lectura. Poco hacen editor y autor si nadie cree en el libro que acaban de alumbrar. Son ellos, los libreros, los que empujan una novela o un ensayo. Lo piden, lo leen, lo olisquean. Invierten espacio mental y físico en hacerlo visible. Insuflan una vida lenta y duradera a los libros en los que creen. Los he visto, a pie de obra, haciendo tanto con tan poco. Obran, como María Fernández, en ese acto de resistencia que supone lo bello y lo duradero. Leer, sin duda, es un acto de insurrección. Una decisión, un riesgo, un contagio.

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