Quiñonero: «La fotografía es una manera de combatir el infierno»
El corresponsal de ABC en París publica «Dark Lady», un torrente de historias cosmopolitas
—¿Por qué «Dark Lady»?
—Por el nombre de la misteriosa Dama de los Sonetos de Shakespeare, una oscura divinidad indisociable del amor, la vida y la muerte. El club prostibulario que lleva su nombre es una parábola sobre el destino de las cosas divinas, en nuestro tiempo.
—Los clubs en los que transcurre buena parte del libro se presentan como lugares de perdición. ¿El infierno será siempre más atractivo que el paraíso?
—El infierno está a la vuelta de la esquina. La fotografía es para mi protagonista una manera de combatirlo, creando realidades nuevas.
—Los dos protagonistas principales de la novela, Marc, un fotógrafo, y Elodie, una modelo, se cruzan por primera vez en un internado para niños abandonados...
—Dos niños abandonados en el mundo... basta con abrir cualquier periódico del día: es el drama de millares de niños, en cinco continentes, hoy. Niños desarraigados y condenados al destierro, con la llegada al mundo. Mis niños se harán hombres luchando con la vida, a través de las artes de vivir en cuarentena.
—¿Cómo los describiría?
—Son rostros del autor, que soy yo. Yo es otro, decía Rimbaud. Madame Bovary soy yo, decía Flaubert. Marc y Elodie tienen muchas cosas mías. Pero yo soy otro. Lo más íntimo: creer que la fotografía es la guerra por otros medios...
—¿Una imagen vale más que mil palabras?
—Hay cosas que solo dicen las imágenes. Y cosas que solo dicen las palabras. La vista del espíritu tiene muchas manifestaciones: todas se complementan.
—¿Prefiere la fotografía a un cuadro?
—Me encanta la fotografía tanto como la pintura. Más se ama una cosa, más deseos tienes de amar otras.
—¿Le gusta más la ficción que la realidad?
—La ficción hace soportable la realidad.
—Ha hecho novela, ensayo literario, memorialismo, crítica literaria, fotografía… Puestos a elegir, ¿con cúal se queda y por qué?
—Para mí todo es indisociable. Un arte de luchar con la vida. E intentar ganarla, a través del arte, la cultura.
—Como periodista, ¿de qué trabajos guarda mejor recuerdo?
—Mi trabajo me gusta. Casi todo lo que hago me apasiona. Últimamente me atrae mucho fotografiar a gente más o menos famosa. Vuelvo a mi guerra íntima: la fotografía, la guerra de vivir por otros medios.
—Lleva casi 30 años como corresponsal de ABC en París.
—Creo que he tenido una suerte enorme. Hace siglos, pensaba marcharme a California, dejarlo todo, huir. Pero descubrí que París no está nada mal. Incluso me pagan un poco por hacer lo que me gusta.
—Decía Boadella que el nacionalismo se cura viajando.
—Pues vaya usted a saber. Don Juan Valera, que estaba muy viajado, cuando estaba en Moscú soñaba con los mantecados de Estepa. El viaje también tiene eso: te hace valorar las cosas de tu pueblo, del que nunca te has terminado de marchar, aunque estés en el destierro.
—¿En qué ciudad se ha sentido como en casa, aparte de Totana?
—Conozco París mucho mejor que mi pueblo. Pero sigo siendo de mi pueblo, un murciano.
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