Fallece el pianista y crítico musical Antonio Iglesias
Concertista de prestigio en su juventud y fundador de la Semana Religiosa de Cuenca y Música en Compostela, comenzó a colaborar en ABC en 1954
Tenía 93 años, recién cumplidos el 1 de octubre: «¡¡Y no 92… como se ha publicado!!», contestaba a las felicitaciones, firme en su empeño por demostrar que verdad no hay más que una. Genio y figura. Todo un personaje. Para lo bueno y para lo mejor, que mucho había de ello en Antonio Iglesias (Orense, 1918), en su falta de adorno o de medias tintas, en la obsesión por el trabajo y en la manía por resolver asuntos tan graves como la educación musical y la promoción de la música española.
Hoy a cualquier recién llegado estos principios le sonarán sencillos, pero hay que imaginarlos en otro tiempo y espacio. Por ejemplo, en el Orense de los años veinte del pasado siglo, cuando aprender música era tomar contacto con el organista de la catedral, y mejorar suponía bregar por una beca de la Diputación para con 1.000 pesetas marchar a Madrid. Antonio lo hizo, y trabajó el piano con José Cubiles, ganó los premios del conservatorio y todavía amplió la maleta dispuesto a ir a París a trabajar con Alfred Cortot. La Guerra Civil y siete años de milicia lo impidieron, acabando en la clase de Conrado del Campo para estudiar composición. Hasta ahí, todo quiso ser convencional, incluso la carrera de concertista con discos que desarrolló por muy distintos lugares del mundo dejando oír siempre música española. Al menos, hasta que un día en Helsinki decidió cerrar el instrumento convencido de que salir al escenario e ir a la sauna «todo era una frivolidad».
Para entonces ya había vivido en América, donde aprendió que otra forma de enseñar música era posible al tiempo que se trataba con Copland, Bernstein, Milhaud… y, sobre todo, Stokowski. De la amistad no cabe duda pues con Iglesias recorrió España mientras dirigía polifonía de Tomás Luis de Victoria, y con él actuó en un concierto de la Sinfónica madrileña en el que sonó la «Fantasía castellana» de Conrado del Campo. A cambio, Stokowski estrenó en Texas su «Primera salida de Don Quijote», poema sinfónico del que alguna radio americana debe guardar una grabación.
De Santiago a Granada
Años sesenta y los datos se acumulan, ya sea la creación del Conservatorio de Orense, del que fue director, o numerosos festivales y cursos de música españoles, fomentados desde su trabajo en la Comisaría de la Música, incluyendo la Semana de Música Religiosa de Cuenca o los cursos Manuel de Falla dentro del Festival de Granada. Sin olvidar la preferencia por los de Música en Compostela, clases a las que acudió ininterrumpidamente desde la creación en 1958 y donde este verano ha dictado las últimas lecciones. Tres gruesos volúmenes con su autoría explican el día a día compartido junto a Segovia, Larrocha, Caballé, Mompou, Montsalvatge, Torrent, León Ara… o Rodolfo Halffter, a quien rescató del exilio mexicano. Por algo fue nombrado hijo adoptivo de Santiago, predilecto de Orense, tuvo la Medalla de Oro al Mérito Artístico, la del Festival de Granada, Cuenca, los cargos de académico en varias instituciones, incluyendo la de San Fernando en Madrid, de la que llegó a ser secretario para revolucionar algún ánimo.
Antonio ha vivido mucho, y mucho de ello lo escribió como crítico musical en varias revistas y periódicos, firmando por primera vez en ABC en 1954. Además de los libros, casi cuarenta, lo que le permitía presumir de haber pulsado las teclas de su Olivetti más veces que las del piano. Entre ellos están los análisis de obras pianísticas de músicos españoles, varias biografías, estudios y hasta la edición facilitada «sin quitar ni una nota», de la «Iberia» de Albéniz.
Pero de todos ellos hay uno inédito y ya imposible: la «historieta» de la música española, de la que a veces contaba algún capítulo y que no pasó al papel «para evitar problemas». Paradójica respuesta en quien alardeaba de autoridad y hasta recurría al exabrupto. Pero esa es otra aventura, tan propia de la persona como la anécdota que contaba de Óscar Esplá, a quien alguna vez llegó a ver con los ojos humedecidos mientras escuchaba su «Pájara pinta»: un sorprendente gesto de humanidad en un compositor de carácter tan cortante y visceral. «Es fácil pensar que la música obrara el milagro». Y al decirlo, sonreía este buen músico, gallego, vehemente y tenaz que ahora se ha marchado.
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