Y «Salomé» hace historia
![JAVIER DEL REAL NIna Stemme, durante los ensayos de «Salomé»](https://s2.abcstatics.com/media/201004/12/NAC_CUL_web_232.jpg)
Se cumplen cien años del estreno en el Teatro Real de la «Salomé» de Richard Strauss y ha querido el destino, la casualidad o la intención que vuelva ahora a este escenario. Merece la pena repasar algunas de las observaciones que se hicieron entonces cuando se advertía de esta «música más dañina y malsana que el libreto, una droga peligrosa que no debería servirse a los públicos». El crítico de Blanco y Negro daba en la tecla, y aún ahora, tras el paso de un siglo XX que musicalmente ha empapado muy poco a los espectadores, «Salomé» sigue demostrando su capacidad como revulsivo de los higadillos auditivos. Desde luego, lo fue ayer domingo, tras una representación de enorme intensidad que desembocó en una clamorosa ovación para todos los intérpretes... y en un considerable chaparrón para el director de escena, Robert Carsen, cuyo trabajo visto antes en Turín, permítase la opinión, alcanza la genialidad.
Descubiertas la cartas, conviene destacar la capacidad de Carsen para extraer lo mucho que de violento y de «morbosidad erótico-religiosa» (también se dijo hace cien años) tiene la obra. Por eso, al escenario, una enorme caja de caudales de un casino, se superpone lo metafórico dando una perspectiva insospechada del espacio único en el que transcurre la obra. Depravación y lujo, vicio y obsesión. Teatro con mayúsculas, que dibuja milimétricamente a los personajes y se ilumina con un sentido narrativo fascinante. En el que también se salvan muy inteligentemente los anacronismos a los que lleva el cambio de lugar y época, como la entrada del profeta, y se da una nueva perspectiva a lo obvio logrando momentos de gran penetración, ya sean los judíos travestidos, ya la famosa danza, donde Salomé pasa de ser joven gótica a transfigurarse fantasmagóricamente en su madre.
Quizá estemos todos más de acuerdo en la ligera falta de lubricación que Nina Stemme demuestra aquí para el contorneo. En cualquier caso es un matiz en una actuación que crece, siendo siempre sobresaliente, y que se sublima en la escena final donde la densidad vocal, la expresión y lo contemplado conmueven las vísceras. Es muy estimable la interpretación que del profeta hace Wolfgang Koch, o la portentosa encarnación que de esta Herodías arrabalera hace Doris Soffel, quien al igual que Gerhard Siegel ante Herodes, logra una impecable conjunción entre la vocalidad y lo representado, lo expresado y lo transmitido. Y todavía el condimento que le ponen Jesús López Cobos y la orquesta titular, quienes desbrozan semejante partitura en una versión con dirección, sustancia y grandes dosis de sabiduría. Así que, con el estómago del revés, un recuerdo más para aquella «Salomé» de hace un siglo y de la que un político dijo: «La danza de los siete velos me ha hecho olvidar la semana del Congreso». Ayer como hoy.
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