...Y Rafa Nadal no mordió el trofeo

¡Admirable, admirable, admirable! Después de lanzar al aire esta exclamación, que hizo retumbar la estrecha saluca de la Rectoral y del Campoamor, del Reconquista y de la Catedral, el gaitero de Vetusta tomó un polvo de rapé superior de una caja de plata muy ricamente labrada. ¡Sí, tres veces admirable!, y diciendo esto cerró la caja de un papirotazo. ¡Tres veces admirable y no me cansaré de repetirlo! «Ese Nadalico ha de ser gloria, no sólo de la parroquia de España, sino de todo el concejo, y más diré, gloria del Principado». Lector confeso de Leopoldo Alas «Clarín», el gaitero lanzó tres ¡hurras admirables! por el «príncipe valiente», que ayer puso otra vez el mundo a sus pies: Rafael Nadal. «¡Vamos Rafa!», bramaban los ovetenses desde el Reconquista hasta la plaza de la Escandalera. «¡Eres el mejor en todo, una gran persona y no cambies!». «Musculoso, armado, triunfador, español por los cuatro costados», así es el paciente mallorquín, un gran tipo forjado en el hierro de la austeridad y en el no creerse nada a pesar de serlo todo.
Y ese todo lo ha conseguido gracias a su familia, como reconoce. Sus padres, Sebastià Nadal y Anna María Parera; el abuelo melómano de Rafa, don Rafael Nadal; la novia de Rafa, y por supuesto su tío Toni Nadal, el hombre que junto a los padres de Rafa ha inculcado en el mejor tenista de todos los tiempos los grandes valores del respeto al resto, la hombría de bien en el saque, la bonhomía en el drive, la austeridad ante el éxito, y el ser una muy, muy buena persona. «En la vida todos somos iguales, en la salud, en la familia y si tienes un problema con la novia no te lo va a solucionar que seas el número 1 del mundo», recordaba en el hall del hotel. «Sin mi familia no sería lo que soy», confiesa Rafelet.
Invictas tronaban asimismo las gaitas en los ochocientos metros que separan el Hotel de la Reconquista del Teatro Campoamor, decorado con tres mil tallos de flores. Graciano García, el alma páter de la Fundación y los premios, le encargó a Xuacu Amieva la «Alborada de los Premios», que se estrena hoy.
Por la mañana, Don Felipe y Doña Letizia recibieron con extraordinario afecto y cariño a todos los premiados, a quienes les entregaron las insignias y con quienes se hicieron la tradicional foto de familia. Fue un homenaje a la madre. Rafael Nadal le pidió a su madre, Anna María, que le acompañara, e Ingrid Betancourt a la suya, Yolanda Palacio. Después, el almuerzo en el Reconquista, junto a los prebostes de la vida social, política, económica, empresarial para degustar fabes, quesín, marisco, ensaladas, fiambre y quesos, regado con los mejores vinos y culminado con los mejores arroces con leche y tartas de manzana. Tras el café, copa, puro y tertulia, la solemne ceremonia. Los primeros que parten al Campoamor son los científicos «nanotecnológicos». Le siguen el maestro Abreu, acompañado por cuatro miembros de sus orquestas infantiles y juveniles. A continuación, los investigadores que luchan en África contra la malaria, con los españoles Pedro Alonso y su mujer, Clara Menéndez, quienes destinarán el dinero a mejorar las infraestructuras de su centro. La sonrisa etrusca de Tzvetan Todorov, los «gugelianos» con Page siempre sonriente, Margaret Atwood, de negro exquisito. Y Nadal, con un traje tabaco y oro, cual torero: «¡Vamos Rafa!», se desmayan las gaiteriñas. Doña Sofía, vestida de un rojo espectacular, y los Príncipes de Asturias salen pasadas las seis y media de la tarde. Doña Letizia luce un precioso vestido en encaje de guipur gris perla, bordado en cristal, zapatos charol raso y bolso en forma de baguet gris plomo, todo de Felipe Varela. Dos minutos después cruzan la alfombra azul, donde les saludan el alcalde ovetense, Gabino de Lorenzo, y el debutante presidente de la Fundación Príncipe de Asturias, Matías Rodríguez Inciarte. En la entrada al Campoamor son cumplimentados por los ministros Miguel Ángel Moratinos, Mercedes Cabrera y Cristina Garmendia, la presidenta del Tribunal Constitucional, María Emilia Casas, y el canciller de exteriores de Venezuela, Nicolás Maduro. La Princesa susurra una mirada tierna, cómplice, al Príncipe antes de entrar en el Teatro con la banda sonora del himno nacional. La carne se torna de gallina en los premiados, quienes saludan a la Reina nada más pisar las tablas. En los corrillos de la Escandalera el pueblo se pregunta si su «príncipe valiente», Rafa Nadal, melena corta al viento, morderá el galardón. Será complicado. Es un papiro, al que Rafa al final no le aplicó el diente, como sí hizo este año con los trofeos de Wimbledon, Roland Garros y Pekín.
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